Cada vez que sorprendía el lunar en la frente sudorosa del camarero yo veía una mosca. Ni siquiera cuando se inclinó a mi lado para servir los entrantes pude borrar aquella primera impresión; grande y esférica, de un negro casi palpable, era ella quien iba indicando a su montura quién tenía cubiertos de carne o de pescado, qué copas había que reponer, cuándo tocaba recoger o cambiar el servicio. Hasta me pareció ver cómo se movía, agitando nerviosamente las patas para remachar sus órdenes. Una mosca tiránica, incrustada en la piel como una injuria, feroz y soberbia desde su alta silla.
PASEO POR RIVAS
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*Día a día*
Fotografía
de
*Adela Sánchez Santana*
*PASEO POR RIVAS*
Santiago, Borja y Mónica son antiguos alumnos del IES Duque de Rivas con
quien...
Hace 2 horas

3 comentarios:
En una de esas la mosca era el camarero, y el camarero, un enorme grano en la cara de la mosca.
Al menos una cosa es segura: en mosca cerrada no entran bocas.
Veo que la nota ha despertado algunas ocurrencias. Está bien que sea contagiosa. Gracias y saludos, J12
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