miércoles, mayo 14, 2014

palabras en el tiempo





Recuerdo una de las anécdotas preferidas del poeta Peter Redgrove (aparece, creo, en la entrevista que concedió a The Paris Review): un día, mientras paseaba por el taller de pintura de Falmouth College, en Cornualles, donde era profesor, vio que uno de sus estudiantes trabajaba en lo que a primera vista parecía un diseño abstracto y vagamente geométrico. Redgrove había estudiado ciencias naturales en Cambridge y reconoció en aquel patrón el tejido celular de un bronquio humano. Cuando el poeta se lo hizo notar, la reacción de su alumno fue de incredulidad, así que al día siguiente Redgrove apareció con un tratado de histología y le mostró la semejanza. El asombro fue grande. Una semana después, el estudiante hubo de ser ingresado en el hospital con una insuficiencia respiratoria cuyo origen estaba, al parecer, en esos mismos bronquios cuyo tejido celular había dibujado sin saberlo.

Redgrove era adepto a la fabulación y no es imposible que adornara esta historia hasta falsificarla, pero él la contaba para subrayar la idea –ahora mucho más aceptada o aceptable que entonces– de que ciertas energías creativas son una traducción de procesos corporales de los que no somos conscientes; una traducción que es también un anuncio, algo así que como un diagnóstico oblicuo de anomalías que afloran más tarde, cuando la palabra o la mancha de color o la nota musical han sido formalizados según la intuición de su creador. Del mismo modo que un tumor cancerígeno puede tener su origen en la somatización de un trauma vital, de un momento de crisis o una experiencia dolorosa, así la obra puede expresar o canalizar sin saberlo el nudo de una enfermedad que sólo se revela más tarde, a destiempo. Hubo aviso, pero no estamos entrenados para detectarlo.

Pienso en esta anécdota porque el asunto de la energía creativa –su origen, su circulación– no deja de inquietarme. Otro ejemplo, esta vez tomado de mi experiencia personal: he notado que los accesos depresivos –mezcla de irritación y melancolía– que oscurecen algunos días tienen que ver con el hecho de tener algo que escribir y no disponer de tiempo o tranquilidad para hacerlo. Los versos o el germen de idea que formulo en mi cabeza mientras camino por la calle se quedan enquistados, incapaces de desplegarse como piden, envenenando el ánimo y la sangre; la energía no fluye y contamina el lugar donde se encharca. Uno de los dichos preferidos de Redgrove era una frase del psicoanalista John Layard, antiguo compañero de andanzas berlinesas de Auden: «La depresión es conocimiento retenido». Retenido: esto es, no liberado, no fluyente, incapaz de circular y propagarse. Los versos a los que no doy la oportunidad de crecer o multiplicarse no son conocimiento por sí solos, pero sí tal vez la expresión de su búsqueda, de un anhelo por saber que al no cumplirse termina consumiendo a su dueño.

Esta energía vuelta sobre sí misma provoca una forma de tristeza que se distingue claramente de la melancolía poscoital de quien ha escrito y sospecha, de pronto, que no era para tanto, que el texto de llegada está muy por debajo de sus expectativas; y no es tampoco la tristeza de la esterilidad, la sorda impotencia de quien no logra romper su bloqueo. Sucede, más bien, que el flujo de energía se curva como una cola de escorpión para clavarse en uno mismo: es la manga de una camisa de fuerza que debemos morder con ganas para que se rasgue y así salir de la trampa en la que hemos caído casi a ciegas, sin enterarnos; violencia a la que respondemos con la furia de una dentellada. Todo sea por respirar, por abrir un claro en el tiempo donde las palabras encuentren su sitio: y con ellas lo que nombran, lo que saben sin saberlo.


4 comentarios:

moderrunner dijo...

Qué bueno.

Isabel dijo...

Me parece muy interesante lo que dices.
A mí me ayuda creer que lo que te ronda y no sale se queda en el inconsciente, que por lo visto es un gran cajón de sastre, en espera de tener tiempo para buscar.
Pero, también es verdad, que si la irritación o depresión acude, eso empañaría la búsqueda posterior.

Saludos

Jordi Doce dijo...

Gracias, Isabel. Sí, a veces hay que esperar. Otras veces la maldición es "tener que" esperar. Supongo que, como en todo, es cuestión de encontrar el equilibrio.

Y gracias, moderruner, me alegra saber que te ha gustado.

Saludos, J12

Juan Manuel Aguilar dijo...

Encuentro ecos de mi sentir y pensar respecto de estas cuestiones, pero aquí está todo mucho mejor organizado y expresado. ¡Gracias! Considero estas cuestiones de importancia capital, si bien es cierto que a veces hay que esperar a que "aflore" un texto, otras lo que pugna por salir y expresarse es más fuerte y deberíamos, sobre todo aquellos quienes funcionamos de esta forma, darle curso, dejarlo fluir.