jueves, octubre 31, 2019

octubre


Aquí mismo, en este cruce de caminos donde se juntan una calle cortada, los alrededores de las vías del tren, los retales desastrados de un parque urbano y la fachada de ladrillo de la vieja Escuela de Cerámica, suena de pronto una música de vientos y percusión, un tema de salsa cuyos compases se cuelan entre las verjas oxidadas y hacen ondular extrañamente la luz de finales de octubre. Son los albañiles que faenan en el solar de la esquina. Una pequeña cuadrilla –no serán más de tres o cuatro– ocupada en la reforma de lo que parece un vivero, un armazón de hierro acristalado del que solo distingo mesas con herramientas y montones de tierra incolora. La jornada ha concluido y andan recogiendo sin prisa, tomándose su tiempo, escuchando la música que sale a todo volumen de la radio y vuelve más meloso aún el aire de la tarde. Una coreografía tranquila, tan otoñal como el día.

La perra se ha puesto a hurgar en los matorrales, como si también ella quisiera hacer un alto antes de enfilar el camino a casa. Nadie nos espera. Ellos, en cambio, querrán volver al hogar, estar con los suyos, o eso quiero pensar. Van y vienen entre zanjas y pilas de ladrillos grises y cables enrollados y parece que todo fuera plegándose a su paso, sintiendo la sombra que llega. Pero la alegría de la música hace todo lo posible por desmentirlo.

2 comentarios:

ÍndigoHorizonte dijo...

Para siempre la música.

Abilio Díez dijo...

Es un ejercicio estimulante comparar las sensaciones de otra persona ante un paisaje y un edificio por el que has paseado tu mirada. Si estamos hablando, como creo, del que está en el Paseo del Rey, comparto la sensación de sosiego del lugar. Acaso no tanto esa radio a todo volumen, (por lo del sosiego).
Lugar apacible cuando los sonidos llegan mermados por la distancia.
Un saludo.