Traducir
la escritura –poesía y ensayo, porque los dos géneros conviven en sus libros–
de Anne Carson ha sido uno de los grandes desafíos a los que he tenido la
suerte de enfrentarme a lo largo de los años. Un desafío y un juego
inmensamente placentero, pues Carson es una lectora voraz y desprejuiciada, que
toma toda clase de materiales y los echa a andar por el campo de maniobras de
la página. Adepta al pastiche, el fragmento, la serialidad, el collage de citas
y voces, el fragmento, el anacronismo y un largo etcétera, Carson ensaya una
forma de intertextualidad que añade subtítulos irónicos o evasivos a la
película de sus poemas.
El
primero de los libros que traduje para Pre-Textos fue Hombres en sus horas
libres (2007), que es un catálogo de (casi) todas las maneras en que
podemos leer nuestro pasado cultural y darle nueva vida: una tertulia televisiva
entre Tucídides y Virginia Woolf, descripciones de cuadros de Hopper en diálogo
con citas de las Confesiones de San Agustín, revisiones biográficas de
Safo, Artaud, Tolstoi o Ana Ajmátova… Recuerdo largas sesiones en la Biblioteca
Nacional consultando ediciones de los clásicos que Carson citaba, casi siempre
manipulando o adaptando el texto para sus intereses. El libro es un muestrario
de todas las formas en que un poema sigue siendo un poema… aunque se vista con
las sedas del documental, el ensayo o la prosa de diario. Un prodigio de
inteligencia crítica y de sensibilidad para encontrar la puerta de entrada a
las obras más diversas sin dejar de descubrir –o subrayar– parecidos y
continuidades.
Ha
escrito Carson que «me gusta el espacio entre idiomas porque es el lugar del
error o la equivocación, el ámbito donde se dicen cosas no tan buenas como uno
quisiera, o donde no se puede decir nada. Y esto me parece útil a la hora de
escribir, porque siempre es bueno perder el equilibrio, desplazarse de esa posición
de autocomplacencia con la que tendemos a mirar el mundo y decir lo que
percibimos». Esa es en gran medida la experiencia de su traductor, enfrentado a
una escritura seca, equívoca, que parece desdeñar los atributos tradicionales
de la poesía –ritmo, metro, una prosodia más o menos amable– para construir el
poema desde fuera, martilleando las palabras hasta encajarlas con violencia,
forzando sus junturas. El resultado es un poliedro con superficies engañosas que
pueden parecer frías, pero que basta girar lentamente para que brillen.
Traductora ella misma, Anne Carson
ha dedicado una parte importante de su trabajo creativo a actualizar la
escritura de Esquilo, Safo o Catulo en versiones que liberan toda la energía
latente en los textos originales o que establecen analogías con ciertos poetas
contemporáneos. La filóloga experta convive con la creadora instintiva que sabe
que la poesía es siempre presente (como decía Ezra Pound, «buenas nuevas que se
mantienen nuevas») y que lo interesante de la escritura es justamente su
capacidad para escenificar el yerro, el errar, la errancia, el desacuerdo
constante entre el mundo y nuestro afán por decirlo. Pese a todo, desde hace
años sus libros no han dejado de cruzar la frontera del idioma y acompañarnos, y
somos nosotros los que salimos ganando con el trato.
[Publicado originalmente en El País, 19 de junio de 2020]
1 comentario:
Otra vez lo clavas, desde el título. El espacio entre idiomas. Una perla tu lectura. Una perla su escritura, más allá de la letra y de las letras. Caminos abiertos. Muchas reflexiones. Muchas.
Abrazo enorme, Jordi. Cuidaros mucho.
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