La curva del dolor
se desprende a hurtadillas
del árbol de la noche.
Y aquí brilla, cercana,
concluyente,
en el suelo
de las incertidumbres. No podemos
apagarla. No hay forma
de guardar esa hoja
entre las páginas de un libro.
Así la sangre rutinaria
se hiere en las esquinas:
un estambre de espera,
un filamento al rojo.
La noche lo encendió.
Desnudamente significa.
•
Así recibe al día,
como si nada:
el cuerpo ladeado,
los ojos de vigilia
sobre el diorama escuálido
del patio
–septiembre en el alféizar,
en la sangre afanosa–,
la mano que tantea
y aparta las cortinas
para que irrumpa en él,
como en un templo,
el sol de los egipcios.
[Publicado en la revista Turia, núms. 137-138, 2021]
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