viernes, octubre 13, 2006

cuatro formas de decir error

De pronto, algo disloca la tapa de la mente como ese martillo que al golpear el último clavo hace saltar todos los anteriores. Lo que venía a cerrar el círculo lo abre sin remedio, convirtiéndolo en espiral echada al fondo. Queremos apresar ese algo, tomarlo en las manos como una piedra preciosa, pero ya estamos lanzados pendiente abajo por el tobogán enroscado de la duda. Que todavía podamos amortiguar la caída no deja de ser un consuelo más bien pobre.

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Los errores se nos muestran demasiado tarde, cuando ya no hay remedio y el curso de las cosas diverge en exceso de nuestros planes iniciales. Me pregunto, ahora, qué habré equivocado en estas primeras entradas, qué semilla de error planté sin yo saberlo, qué habrá de apartarme de estas páginas en algún momento del año, dejándolas a medias.

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No aceptamos la evidencia del desastre. El edificio se desmorona pero hallamos consuelo en que las vigas sigan en pie. Qué poco acabamos pidiendo. Si acaso, un techo de paja sobre las ruinas aún humeantes.

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Días, más raros de lo que uno quisiera, en que calibramos correctamente las dificultades y los impedimentos, el fracaso inevitable de nuestros propósitos, y aun así logramos encararlos con fuerza renovada, con alegre espíritu deportivo.

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