sábado, mayo 02, 2009

carol ann duffy / laureada

Me entero por El País de que le han ofrecido el cargo de Poeta Laureada a la escocesa Carol Ann Duffy (1955). Y me alegra, aunque apenas haya seguido la obra de Duffy últimamente. Andrew Motion, su predecesor, es un buen poeta y un estupendo biógrafo (aún recuerdo con admiración su biografía de Keats), pero el cargo lo convirtió en una estatua de sí mismo. No creo que la autora de The World’s Wife [La esposa del mundo] vaya a caer en ese error.

El cargo de Poet Laureate ya no es vitalicio (el último en morir con las botas puestas fue Ted Hughes) sino que tiene una duración de diez años. Ignoro si, además del sueldo (unos seis mil quinientos euros anuales), el poeta sigue recibiendo una botella anual de oporto de las bodegas reales como ha sido costumbre desde 1668. Siguiendo los cambios que introdujo Hughes, el cargo no supone tanto la penosa obligación de escribir poemas conmemorativos (aunque alguno le tocará, desde luego) cuanto trabajar como una especie de embajador honorífico de la poesía, más o menos como hace su homólogo en Estados Unidos.

Duffy ha mostrado el mismo interés por la poesía europea y extranjera que la mayoría de sus contemporáneos británicos, es decir: ninguno. Pero es una escritora capaz de proyectar su sensibilidad hacia las zonas de sombra y de silencio de nuestro mundo, de tender puentes con los márgenes y la diferencia, como demuestra en este hermoso poema de su segundo libro, Selling Manhattan (1987).


Extranjero

Imagina vivir veinte años en una extraña, lúgubre ciudad.
Hay algunas viviendas miserables en la zona oriental
y una de ellas es tuya. En el rellano, escuchas
el eco de tu acento extranjero doblar las escaleras. Piensas
en un idioma propio y hablas en el de ellos.

Luego escribes a casa. La voz en tu cabeza
recita cada frase en un habla nativa;
detrás está el sonido de tu madre al cantar,
hace ya tantos años, y entonces te preguntas
por qué lloran tus ojos, y cuál es la palabra para esto.

Tomas el autobús. Trabajas. Duermes. Imagina que has visto,
pintado con spray rojo en un muro de ladrillo,
el nombre que te dieron. Un nombre para el odio. Rojo como la sangre.
Nieva en las calles, bajo las luces de neón,
como si este lugar se cayera a pedazos ante tus ojos.

Y en el delicatessen, a veces, las monedas
que sostienes no logran traducirse. Sin habla,
porque no estás en casa, señalas la fruta. Imagina
que uno de vosotros dice Yo no saber qué quieren decir ellos.
Es como que sólo duermen y sueñan
. Imagínalo.


Trad. J.D.

3 comentarios:

Diego Fernández Magdaleno dijo...

A mí también me ha alegrado.
Abrazos,

Diego

Mario Alberto Herrera dijo...

Se ve que hay mucho oficio, en una época en donde se abrieron las autopistas para cualquier desfachatado, en donde hay una conminatoria implícita que hace que cada ser humano pueda hablar, expresar lo que es de sí, complace ver estas experiencias que trascienden lo particular-intimista y pueden acceder a mensajes globales, integrales, humanos, además que presentan cierta accesibilidad para producir una comunicación alma a alma.

Jordi Doce dijo...

Veremos qué pasa cuando tenga que escribir un poema a la boda de algunos de los principitos. Eso es lo que tiene más difícil encaje...
Abrazos, J12