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Escritores que fundan gran parte de su legitimidad en haber muerto jóvenes: queda su obra, escueta y anómala, resistente a toda categorización, pira sacrificial en la que ardió finalmente su vida. Son mártires y así se les recuerda. Rimbaud, Kafka, Kerouac… Hay altares dedicados a ellos en los lugares más imprevistos, toda una tradición panegirista que es, en última instancia, el modo en que sus practicantes celebran su propia juventud, su propio exceso de fe en el arte… o de odio hacia todo lo demás.
Otros, sin embargo, nos reclaman por su capacidad para llegar a viejos y completar un recorrido de coherencia feroz, casi magnética, que invita al examen reiterado de placas y estratos y sedimentos, el rastreo de las obsesiones o compulsiones que vertebran su escritura y la convierten en una espiral que sólo se completa con su muerte. Todos juntos conforman esa asamblea de ancianos que preside la tribu literaria a lo largo del tiempo. Conviven con los mártires y hasta les rinden tributo de vez en cuando, pero siempre a distancia, con buscado formalismo, conscientes de que el mero hecho de haber sobrevivido les resta credibilidad a ciertos ojos. Conscientes, también, de que los mismos jóvenes que les adoran están esperando, quizá sin saberlo, ese punto de inflexión que anuncia su declive, el comienzo del fin, antes de dar rienda suelta a un instinto que adopta la coartada de la iconoclastia pero es, en el fondo, puro canibalismo.
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Bad Readers
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Richard Powers’s new novel, Playground, features an artificial intelligence
resembling the new generation of “large language models,” like ChatGPT and
Gemi...
Hace 8 horas
4 comentarios:
Amén.
chá!! Muy bueno.
Aunque quienes mueren apenas arrancan pareciera que hacen mutis por foro antes de tiempo... y a los otros se los morfa la decadencia. :-/
Muy agudo, Jordi. Creo, con todo, que hay al menos una tercera especie en juego: la del mártir caníbal, el joven suicida perpetuo que desde su senectud inmortal acabará con todos nosotros. LMP podría ser uno de sus nombres.
Uno diría que el desafía más grande de la literatura es mantener vivos a los autores.
Las letras son como esos generales que ganan las guerras a puros números, una combinación azarosa de pudridos generales y de jóvenes granada que en algún momento subyugan a rivales que acaso no estaban peleando con ellos.
Como a Aureliano Buendía, a los condecorados les llegan sus chocheantes revoluciones.
Tema ameno, grato y terrible.
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