martes,
17 de marzo
Veo
que algunos colegas no pierden la ocasión de darse pisto. Ahora, en las redes
sociales, hay quien ofrece «libremente», como favor a posibles lectores, su
libro de poemas o de cuentos en PDF. Una manera como cualquier otra de agitar
sus plumas de pavo real, pero con apariencia de gesto caritativo. O al reino de
los cielos por la autopromoción. Uno incluso se ofrece a crear una tertulia on-line
para comentar y debatir su novela. Bien. Si la tontería fuera un virus,
estábamos apañados.
La
cara de José Luis es un poema, como suele decirse, y no es para menos. Le han
descontado 450 euros de la nómina
por reducción de jornada. Y, en efecto, su jornada se ha visto reducida: solo
tiene que venir por la mañana a limpiar la escalera y el portal… y a media
tarde a recoger la basura. Para ello tendrá que hacer dos viajes al día desde Móstoles.
Es verdad que tampoco podría quedarse a comer por la zona, como solía, porque
todos los bares han cerrado. Pero resulta deprimente la falta de imaginación de
sus jefes, el recurso fácil de hacerlo apechugar con las consecuencias. No hay
eslabones débiles, que también, sino conciencias mal adiestradas.
Me
he abrigado –jersey de invierno y bufanda– y he salido al balcón: tarde
desapacible, con rachas de aire frío, nubes rápidas y algún chubasco. De
pronto, un golpe de viento ha levantado una polvareda verdosa de los pinos y la
ha esparcido por toda la calle. No ha llegado al balcón por muy poco. Sé bien
que el polen de pino no suele producir alergia –es demasiado grande y pesado
para poder aspirarse–, pero esta nube me ha parecido un exceso; una descortesía
de la naturaleza. No están los ánimos para (más) sobresaltos.
El
efecto visual, eso sí, ha sido muy llamativo.
Autobuses
vacíos, taxistas con mascarilla. Abundan las motos y las furgonetas de reparto.
Tienen la vía despejada, nada se interpone en su camino, y sin embargo parece
que van más lentos o tranquilos que de costumbre, con un respeto casi
supersticioso por los semáforos y las señales de circulación. Lo justo para no
despertar la ira de nadie, y menos de los dioses.
Sospecho
que estas semanas de encierro terminarán pareciendo un sueño. Un sueño pesado, molesto,
como de siesta echada a perder. Los días se irán haciendo una pasta de la que
iremos emergiendo con esfuerzo, limpiándonos el engrudo del tedio y las rutinas
de interior. Gastaremos una dosis valiosa de nuestra energía en imponernos
trabajos forzados que ordenen o dosifiquen el paso del tiempo. Tendrán un éxito
moderado, o eso creo. Pero sería necio descuidarlos. Así también dosifican
nuestros gobernantes las novedades: ayer, cierre de fronteras; hoy, intervención
de unidades militares para regular el flujo de pasajeros en las estaciones;
mañana, por lo que llevo oído, el cierre del tráfico aéreo. Entretanto, cada uno
en su cubil, vamos arañando nuestro palmo de tierra y haciendo más cómoda y
holgada la celda que nos corresponde. Toca hibernar en pleno comienzo de la
primavera.
1 comentario:
Este cuaderno te va a dar mucha tela que cortar: de la crítica a la sutileza. Principio duro, desarrollo aún más duro, final intenso. Y el conjunto, como siempre, certero.
Abrazo y fuerza, Jordi.
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