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El escritor al que atraen multitud de asuntos, que mariposea entre intereses encontrados sin decidirse jamás por ninguno, no es muy distinto del que no tiene asunto ni encuentra nada que decir (aunque sepa muy bien, tal vez, cómo decirlo). En ambos falta el yugo imperativo de la obsesión, ese instante fatal en que algo –a medias yo y no-yo– nos agarra del pescuezo y se niega a soltarnos hasta que lo hemos escrito. Un instante, por cierto, que no cabe premeditar, aunque podamos cortejarlo de distintas maneras. De ahí que el escritor verdadero gaste la mayor parte de sus fuerzas en una actividad paradójicamente agotadora: no escribir. Sí, puede ofrecer su cuello a multitud de aspirantes, ansioso por sentir el peso del yugo, pero sólo unos pocos tendrán derecho a esclavizarle. Extraño privilegio el suyo, o extraña condena: elegir sin saberlo a sus dueños sucesivos, el grado y condición de su servicio.
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MI EXPERIENCIA COMO MENDIGO OCASIONAL
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Escribir es el único remedio con el que cuento para conjurar sombras y
miserias. De todos modos, escribir en este blog sobre tensiones extremas sé
que...
Hace 5 horas
1 comentario:
Acertado. Bello. Y la imagen, preciosa. Un abrazo.
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