viernes, 10 de abril
Hoy
es Viernes Santo y se cumplen cuatro semanas de encierro efectivo. Es verdad
que el estado de alarma se decretó el sábado 14 de marzo, pero las señales ya
eran nítidas desde al menos dos o tres días antes. Recuerdo haber salido con la
bicicleta la tarde del jueves 12 y encontrarme con el barrio prácticamente
desierto y un aire de sospecha en las calles. Había que ser muy necio para no
darse cuenta de que la cosa iría a peor y de que tomaríamos el mismo camino que
Italia. Fue una semana extraña, en la que los acontecimientos, como dicen los
periódicos, «se precipitaron». La revivo ahora porque este cuaderno se abrió el
domingo 15 y tengo la sensación de que algo le falta: ese preludio tenso de
apenas unos días, ese vaciado repentino del barrio, la rapidez mecánica –como
de llama sobre mecha– con que los anuncios se encadenaron y nos vimos, de pronto,
confinados en nuestros hogares. Recuerdo también haber ido a Barajas la noche
del martes 10 (fuimos a recoger a Paula, que venía de Florencia cuando estaba a
punto de cerrarse el tráfico aéreo entre Italia y España) y pasarme todo el
trayecto entre el aparcamiento y la terminal tomando precauciones. No me sentí
ridículo, porque ya entonces vi a muchos con guantes y mascarillas. Lo que no
imaginé fue la rapidez con que todo se iría desenvolviendo.
Ahora,
pasado un mes, oteamos el horizonte y nos preguntamos cómo será, o, mejor dicho:
qué será de nosotros. Está claro que nos queda otro mes de encierro, como poco.
Y saberlo agrava la sensación de incertidumbre, esa bruma de augurios
contrapuestos que en el caso de los trabajadores culturales es un smog más
tóxico que el de las novelas de Dickens. Algunos responsables políticos han
empezado a hablar de una salida gradual del estado de alarma, de una
«desescalada» progresiva. Los cambios en el lenguaje oficial siempre son
interesantes. Si antes se abusaba de las metáforas bélicas –que siguen de moda,
por cierto–, ahora el léxico parece extraído del ámbito del montañismo: de la
insistencia inicial en «aplanar la curva» hemos pasado a vocablos como «pico, cumbre,
planicie, desescalada»… Claro que la única montaña o cordillera que muchos de
estos gestores han visto es la línea quebrada de una gráfica, pero eso da
igual. Por lo mismo, nadie sabe muy bien en qué consiste esa desescalada
progresiva, pero a fuerza de repetirlo puede que el mantra haga su efecto.
Suena a que tienen miedo de que un regreso demasiado rápido nos haga
trastabillar y caernos al vacío. O de que el exceso de oxígeno se nos suba a la
cabeza. Desde luego, la metáfora está llena de posibilidades: ¿Sabremos
descender sin dejar descolgados a nuestros compañeros? ¿Nos sorprenderá una
ventisca por el camino? ¿Encontraremos el campamento base tal y como lo
dejamos? Todo son incógnitas. Lo único cierto es que vivimos en una gráfica.
Recibo
un mensaje de tranquilidad y buenos deseos encabezado por tres versos en
inglés. Son de un poema no muy conocido de Yeats, «The Curse of Cromwell» («La
maldición de Cromwell») y dicen así:
I came on a great
house in the middle of the night,
Its open lighted
doorway and its windows all alight,
And all my friends
were there and made me welcome too.
En la traducción de Antonio Rivero
Taravillo (editada por Pre-Textos):
Me
encontré una mansión en mitad de la noche,
Y
la puerta abierta iluminada y sus ventanas encendidas,
Y
todos mis amigos estaban allí y me dieron la bienvenida.
Son versos hermosos y hasta
reconfortantes. Pertenecen al último libro que publicó en vida, New Poems
(1938) –el mismo donde se incluye «Lapislázuli», por cierto–, y pienso que
Yeats tiene siempre, hasta de viejo, esa fuerza del sentimiento puro, ese
vínculo directo con la inocencia del joven animal que busca el calor y la
compañía de los suyos. Pero entonces voy a su Poesía completa y me doy
cuenta de que el poema, lejos de quedarse ahí, acoge ese mismo espacio de purgatorio
que dio nombre a su último drama. Todo era un sueño. Esa mansión iluminada y
esos amigos expectantes son un espejismo nocturno que no tarda en esfumarse:
But I woke in an
old ruin that the winds howled through;
And when I pay
attention I must out and walk
Among the dogs and
horses that understand my talk.
Es
decir:
pero
me desperté en unas viejas ruinas por entre las
que aullaba el viento,
y
cuando presto atención debo salir y caminar
entre
los perros y caballos que entienden lo que digo.
Todo era sueño, sí. Como los que
siguen poblando mis noches de durmiente discontinuo. Y aunque tengo una
imaginación bastante menos vívida o gótica que Yeats, confieso que algunos
despertares se me están haciendo difíciles, y más en estos días ociosamente festivos,
y más aún cuando me asomo a la ventana y veo caer la lluvia con opulencia
cantábrica. No veo «viejas ruinas» ni escucho aullar al viento, pero sí noto
amargura en mis apuntes, una tristeza que a veces toma la forma de la puya o el
quiebro irónico. Supongo que es este girar del tiempo sobre sí mismo. O que
algunas de las entradas más extensas, justamente por serlo, se han infectado
del virus terrible de la opiniomanía (si algo sobra en este mundo son
columnistas, tutólogos, y no tengo ninguna gana de sumarme a ese club). No, no,
mejor guardar silencio, por un par de días al menos, y así dar tiempo a que las
cosas vuelvan a su cauce, o a su quicio. Dejemos el apocalipsis para otra vez.
De momento, voy a preguntarle a Paula si quiere ver conmigo la nueva adaptación
de La Guerra de los Mundos.
4 comentarios:
Ayer olvidé decirte algo al comentar la anterior nota del encierro: hay algo nuevo en estas hileras de hormigas blancas que te leemos. Quizá antes las alusiones directas a tus emociones o a tus más allegados estaban más “filtradas”. En cambio, desde que empezaste este cuaderno las desnudas más... como si el encierro te obligara a sacar afuera en estas notas lo que antes salía de forma más velada y no necesariamente en esta bitácora. ¿Cambio de actitud, cambio de estilo? Hay un algo que no sé bien qué es pero un algo decididamente nuevo más allá de los miedos nocturnos y de los sueños y desvelos.
Abrazo, Jordi. Ánimo y fuerza. Y feliz descanso en estos días de encierro y asueto.
Jordi, sólo quiero comentar que, acá lejos, en la Patagonia austral, mientras vivimos la cuarentena en los días cada vez más frescos del otoño y del invierno que se aproxima, la lectura de tus textos es uno de los momentos más luminosos del día. Muchas gracias.
Mil gracias por tu mensaje, Miguel. Me conmueve que puedas leerme desde tan lejos. Y que te sientas acompañado por este puñadito de palabras. ¡La Patagonia austral! Ya me gustaría conocer aquello. Gracias de corazón...
Y sí, Índigo querida, cada vez filtro menos. Quizá sea lo más lógico y natural. El cuaderno es un confidente, y la cercanía de los lectores ayuda a deslizar notas más personales, más íntimas incluos. Pero he tenido que tomarme un par de días descanso para recuperar el tono inicial. Tomar algo de distancia para volver con más frescura. A ver si es verdad. Abrazo fuerte, J12
Gracias.
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