domingo, septiembre 28, 2014

simic / un fragmento





Tomé de mis padres la idea de combatir las noches de calor de Manhattan durmiendo en la azotea. Es lo que habían hecho durante la guerra, salvo que no era una azotea sino una larga terraza en el piso superior de un edificio del centro de Belgrado. Cómo no, era noche de apagón. Recuerdo inmensos cielos estrellados, y la ciudad totalmente en silencio. Comencé a hablar, pero alguien –al principio no supe quién– me tapó la boca con su mano.

Como en un barco en medio del mar, nos cubría un manto de nubes y estrellas. Navegábamos a toda máquina. «Allí es donde comienza el infinito», recuerdo que dijo mi padre, señalando el lugar con su larga y oscura mano.

1 comentario:

Cassioppeaboreal dijo...

Un texto conmovedor.
Bellísimo y conmovedor.
Gracias, Jordi.
Gabriela Levin.