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jueves, septiembre 20, 2012

2 frases


«En la lengua en la que se habla / peor / se miente menos» (János Pilinszky).



«Si los muertos pudieran escribir, no tendría sentido que los vivos siguiéramos haciéndolo» (Bernard Nöel).

miércoles, septiembre 05, 2012

oficio de tinieblas





Cuando empecé a escribir, me parece que lo que yo buscaba era materializar el espacio, la profundidad de una determinada efervescencia imaginativa desbordante, algo así como cuando se grita en la oscuridad de una caverna para medir sus dimensiones según el eco. […]

Julien Gracq, Leyendo, escribiendo, traducción de Cecilia Yepes, Madrid, Edición y Talleres de Escritura Creativa de Fuentetaja, 2005, p. 152.

miércoles, diciembre 14, 2011

gracq en venecia

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Venecia: la zona norte de la ciudad –extraño refugio de todos sus aspectos negros–, donde apenas nadie se aventura, siendo el Puente de los Suspiros el único afectado por la emoción oficial del turista. La sombra fría, nórdica, cortante, que cae desde el inicio de la tarde sobre los Fondamente Nuove... sus aguas de un gris tórtola cercadas por el muro de un camposanto. No muy lejos, en un frío y pequeño canal, un depósito de góndolas fúnebres, helado y grotesco a un tiempo, como la flota de la casa Borniol junto al muelle de la Estigia. El Ghetto Nuovo: sus ventanas como ojos cansados, sus fachadas hurañas sudando no sé qué olor a miedo enmohecido y ruinoso que hace pensar en Shylock y en el pueblo apestado de Nosferatu: esperamos ver ratas de un momento a otro. Por último, al final de un promontorio de los Fondamente, muy aislada al borde mismo del agua por un enorme jardín (¡en Venecia!), aquella seductora mansión encantada, aquel enigmático Casino de Espectros que B. me señalaba. Por desgracia, aquel día estaba siendo reparado tras una pantalla de andamios.


Julien Gracq, Lettrines I, Librairie José Corti, París, 1988 (1967), pp. 58-59.




Repasando esta bitácora, me doy cuenta con sorpresa de que casi no he mencionado a Julien Gracq (nacido Louis Poirier, 1910-2007); tampoco he citado ninguno de los muchos fragmentos de los libros de notas o cuadernos de campo que dio a la imprenta durante su larga ancianidad, una vez que la energía novelística o estrictamente narrativa se hubo agotado. No entiendo bien esta omisión, pues Gracq es uno de mis escritores fetiche y sus libros –en el formato inconfundible y felizmente anticuado de la editorial José Corti– nunca están muy lejos de mi mesa. Nocturna Ediciones acaba de publicar en España La península (La Presq’ile, 1970), después de acercarnos el año pasado El rey Cophetua, uno de esos libros supuestamente menores o laterales a que nos tiene acostumbrados su autor y que son, en realidad, pequeñas obras maestras. En ambos casos, la traducción de Julià de Jódar no puede calificarse sino de admirable, pues la prosa de Gracq es densa y sinuosa, llena de quicios y también asperezas, con un punto de coquetería –también de humor– que rebaja su alto voltaje literario. Inconformista y mordaz, discípulo de Breton, lector incansable de poesía que sin embargo no parece haber perpetrado verso alguno durante su casi centenaria vida, Gracq heredó el impulso heterodoxo del surrealismo para escribir en francés una de las mejores novelas del romanticismo alemán que conozco: En el castillo de Argol (1939). Luego publicó un poco de todo, pero quizá los libros suyos que prefiero (aparte de la inmensa novela que es El mar de las Sirtes) son esas misceláneas que ya he mencionado y que le permiten reflexionar a su antojo sobre libros, ciudades, escritores o paisajes, ya sean los familiares del valle del Loira (Las aguas estrechas) o los más desconocidos de un mundo por el que parece haber viajado mucho más de lo esperable. Podría hacerse, de hecho, un pequeño compendio con sus notas de viaje por España, siempre al borde mismo del tópico pero sin caer en él, capaz de torcerle el cuello al cisne del lugar común y dar a la escena una luz oblicua, sorprendente.

Los primeros libros de Gracq que leí fueron también los primeros que compré, allá por el 89-90: los dos volúmenes de sus Lettrines (el título es algo malsonante en español pero denota las capitulares tipográficas, las mismas que solían abrir los capítulos o secciones de un libro). Poco después me propuse traducir algunos de aquellos fragmentos, pero el resultado fue irregular. Mi francés era insuficiente y la prosa esquinada (y espinosa) de Gracq no dejaba de desafiarme. Hasta que un día me lié la manta a la cabeza, hundí los codos en varios diccionarios, y preparé una selección de quince o dieciséis páginas para Cuadernos Hispanoamericanos.

He decidido compartir algunos de esos viejos fragmentos de Lettrines, empezando con esta breve estampa veneciana que sólo ahora, en la era de Internet, he logrado descifrar del todo. Me refiero a esa misteriosa «flotte de Borniol» cuyo sentido exacto se me escapaba. ¿Quién podía ser Borniol? ¿Un ser oscuramente mitológico? ¿Un personaje de novela gótica? ¿Un secundario de lujo en alguna saga victoriana? Hasta que Wikipedia me ha sacado de dudas, aclarándome que Borniol es nada menos que la casa de pompas fúnebres más antigua y distinguida de Francia. Fundada en 1820 por Henri-Joseph de Borniol, fue la encargada, entre otros encargos ilustres, de organizar la repatriación del cuerpo de Isabel II a España en 1904. De las cosas que se entera uno traduciendo… o retraduciendo, como es el caso. En fin, que Gracq nos irá acompañando a partir de ahora con cierta regularidad. Aunque lo mejor, desde luego, es acercarse a sus tres novelas principales (En el castillo de Argol, El mar de las Sirtes y Los ojos del bosque), editadas todas ellas por DeBolsillo.

jueves, diciembre 01, 2011

es mejor

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Me alegra saber que esa Revista de traducciones te parece buena idea. Ni se me habría pasado por la cabeza si algunas de esas traducciones americanas, en particular una o dos piezas de las generación más joven de poetas alemanes, no me hubieran dado más que cualquier original inglés o norteamericano reciente. Estar bajo la influencia de algo es diabólico –o mejor: lo diabólico es esa debilidad nuestra que permite influencias fuera de las que promueven nuestro verdadero desarrollo–, pero es mejor ser destruidos con rapidez, si somos débiles, que seguir protegiendo nuestra inanidad con una ignorancia deliberada y cauta. Y si no somos débiles, entonces es mejor y más interesante saberlo todo.
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Ted Hughes, Carta a Ben Sonnenberg, 2 de julio de 1962
Letters of Ted Hughes, ed. Christopher Reid, Faber & Faber, 2008, p. 202


Hughes se refiere en esta carta a Modern Poetry in Translation, la revista que acabaría fundando en 1965 con Daniel Weissbort (y que, más de 45 años después, sigue más viva que nunca, como prueba su espléndida página web). Sus palabras no dejan de ser una glosa o variación de aquello tan viejo de «si no te mata, te hará más fuerte», con un toque nietzscheano muy de época, pero son también una de las mejores defensas de la traducción poética que conozco. De esa «ignorancia deliberada y cauta» (qué gran frase, por cierto) hemos tenido en nuestra historia bastantes ejemplos, y ninguno bueno.


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jueves, noviembre 10, 2011

islas

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Todos los días oigo y leo cosas distintas sobre la manera de hacer España. ¿Pero España se va a hacer así; en una esquina, en el café, en la prensa?

No; que trabaje cada uno en su casa, plenamente, en lo que sabe. En sus libros, en su cátedra, en el laboratorio; con voluntad, con espíritu, con amor. Pasados unos años, España será una suma de obra y acción pura; será –sobre granito bueno y mirto– amor, espíritu y voluntad.

Recójase hacia dentro el río de la palabra y trasmítase y hágase duradera. Hablar, sí, pero de otro modo y mejor.

¿Que otros, mientras, se harán dueños? Sí, pero por menos tiempo que ahora. Y, mientras, que sea la obra verdadera y grande el premio, la luz, el pan de verdad, de los que no lo sean ni lo quieren ser.

Y, por otro lado, ¿es que puede más el dueño que el libre?
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Juan Ramón Jiménez


Palabras oportunas, me parece, en estos tiempos de alboroto político. Y con un ojo puesto en el gran Tomás Segovia, que acaba de dejarnos y que tanto admiró a JRJ. Bien es cierto que él hacía su España en el café (el célebre Comercial de la Glorieta de Bilbao, tan recordado estos días), pero no lo es menos que había logrado convertir esa mesa de café en un espacio íntimo, un segundo hogar: la misma soledad, el mismo recogimiento. Por mi escaso trato con él, no creo que Segovia apreciara precisamente el ruidoso gregarismo del tertuliano castizo; en su costumbre veo más bien una manera de replicar con su sola presencia el acto poético, el orgullo huraño y algo zumbón de quien planta su isla de silencio en medio del bullicio, que es –en realidad– lo que hace o pretende hacer todo poema. Descanse en paz.
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viernes, febrero 27, 2009

temible memoria


«Fox no sabe qué debe entender uno al leer a Wordsworth y Blake ni cómo uno hablaría de sus obras si hubiera escuchado las lecciones de los especialistas en literatura, pero sabe que habría intentado explicar ese sentido del mundo vivo, la forma en que expresan tu propia creencia instintiva en una especie de espíritu que se pasea por todas las cosas, la temible memoria de las piedras, el viento, las vidas de los pájaros.»

Tim Winton, Música de la tierra, trad. Núria Llonch Seguí, Barcelona, Destino, 2008, p. 316.