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jueves, noviembre 10, 2011

islas

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Todos los días oigo y leo cosas distintas sobre la manera de hacer España. ¿Pero España se va a hacer así; en una esquina, en el café, en la prensa?

No; que trabaje cada uno en su casa, plenamente, en lo que sabe. En sus libros, en su cátedra, en el laboratorio; con voluntad, con espíritu, con amor. Pasados unos años, España será una suma de obra y acción pura; será –sobre granito bueno y mirto– amor, espíritu y voluntad.

Recójase hacia dentro el río de la palabra y trasmítase y hágase duradera. Hablar, sí, pero de otro modo y mejor.

¿Que otros, mientras, se harán dueños? Sí, pero por menos tiempo que ahora. Y, mientras, que sea la obra verdadera y grande el premio, la luz, el pan de verdad, de los que no lo sean ni lo quieren ser.

Y, por otro lado, ¿es que puede más el dueño que el libre?
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Juan Ramón Jiménez


Palabras oportunas, me parece, en estos tiempos de alboroto político. Y con un ojo puesto en el gran Tomás Segovia, que acaba de dejarnos y que tanto admiró a JRJ. Bien es cierto que él hacía su España en el café (el célebre Comercial de la Glorieta de Bilbao, tan recordado estos días), pero no lo es menos que había logrado convertir esa mesa de café en un espacio íntimo, un segundo hogar: la misma soledad, el mismo recogimiento. Por mi escaso trato con él, no creo que Segovia apreciara precisamente el ruidoso gregarismo del tertuliano castizo; en su costumbre veo más bien una manera de replicar con su sola presencia el acto poético, el orgullo huraño y algo zumbón de quien planta su isla de silencio en medio del bullicio, que es –en realidad– lo que hace o pretende hacer todo poema. Descanse en paz.
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