El
poema
No el poema crepuscular que compones
pensando
en voz alta
con su tilo esbozado en tinta china
y cables de telégrafo sobre nubes
rosáceas;
no el espejo que está en ti y el hombro
de ella,
delicado y desnudo, brillando con luz
tenue;
no el lírico chasquido de rimas de
bolsillo…
la música menuda que da siempre la hora;
y no los pesos y monedas en esas pilas
de diarios vespertinos calados por la
lluvia;
no los cacodaimones del dolor de la carne
ni las cosas que dices mucho mejor en
prosa:
el poema que cae desde alturas ignotas…
cuando aguardas el chapoteo de la piedra
allá al fondo, y agarras como puedes la
pluma,
y entonces sobreviene la conmoción, y
entonces…
en la fronda sonora, las
palabras-leopardo,
las aves avistadas, los insectos cual hojas,
se fusionan y forman un intenso, callado,
mimético diseño de perfecto sentido.
Trad. J. D.
El original, transcrito extrañamente en
prosa, aquí.
Entre las
librerías que visité en París este pasado mes de julio no podía faltar, por
supuesto, la gran Shakespeare & Co.; no es la original de Sylvia Beach pero
se le parece bastante y, por lo demás, está muy bien surtida y atendida por un
puñado de libreros eficaces a los que no parece conmover el fetichismo algo
pegajoso de sus visitantes.
Quizá el que
más prefiero de los que compré aquel día es el volumen de Collected Poems (2012) de Vladimir Nabokov, poco más de doscientas páginas
que reúnen todos los poemas de madurez de Nabokov: no sólo el contenido íntegro
de la primera parte de Poems and Problems
(1969) (es decir, los treinta y nueve poemas que el escritor tradujo del ruso
al inglés y los catorce que escribió originalmente en inglés y que se
publicaron por lo general en la mítica revista New Yorker), sino también poemas de la etapa americana que habían
quedado inéditos y nuevos poemas «rusos» que su hijo Dmitri, auténtico experto
en la obra de su padre, con quien colaboró estrechamente, ha ido traduciendo a
lo largo de estos años. Todo un poco laberíntico, como se ve, pero nada
que turbe la coherencia del conjunto, que lleva impreso en cada página el sello
de Nabokov, esa rara mezcla de inteligencia, galanteo verbal y un afán de
trascendencia que hace todo lo posible por jugar al despiste.
Hace unas
semanas me entretuve traduciendo un par de poemas «americanos» del libro, labor
compleja porque Nabokov escribe una poesía muy hecha, muy cocinada formalmente,
con un gusto manifiesto por las rimas consonantes, los juegos de palabras y las
frases enigmáticas que a veces me hace pensar en Auden, aunque el autor de Pálido fuego es más coqueto y a la vez
más sentimental. De los dos, me gusta en especial este «El poema», publicado
por primera vez el 10 de junio de 1944 en el New Yorker y que Nabokov recogió ya en su día en Poems and Problems. Es un metapoema, por
decirlo en pedante, una poética que procede por eliminación, descartando
posibles definiciones que siempre resultan insuficientes antes de postular una
imagen final que parece la apoteosis del credo simbolista: el poema como cifra
redonda, como música intensa de «perfecto sentido» que logra encarnar la vida y
detener el tiempo. Sin embargo, esta idea aparece expresada con un lenguaje
lleno de concreción, de frescura, por momentos incluso prosaico, como si Auden hubiera
decidido musicar una letra de Paul Valéry: no en vano la idea de que «las cosas que
dices mucho mejor en prosa» no son materia de la poesía es algo que habría
suscrito cualquiera de los dos.
En español se
pierden las rimas consonantes, pero he tratado de compensar esa pérdida con
algunas asonancias y aliteraciones encargadas de tensar la malla del verso. Entiendo
que Nabokov fue trilingüe (francés, inglés y ruso) desde muy niño, pero no deja
de asombrarme que fuera capaz de escribir este poema en inglés cuando apenas
llevaba cuatro años viviendo en Estados Unidos.