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domingo, junio 05, 2022

el hueso duro de roer de la memoria

 


 

Basil Bunting, Briggflats, edición, traducción y notas de Emiliano Fernández Prado y Faustino Álvarez Álvarez, Gijón, Impronta, 2021, 136 págs.

 

 

Que la obra de un poeta en cierto modo insólito como Basil Bunting (1900-1985) se vuelva a editar entre nosotros es un acontecimiento. Ya fue objeto de una admirable antología a cargo de Aurelio Major, Briggflats y otros poemas (Lumen, 2004), que comenté en su día. Ahora ve la luz esta nueva versión de su gran poema de senectud, Briggflats (1966), y cabe preguntarse por las causas del regreso. Bunting, nacido en el norte de Inglaterra, tuvo una vida azarosa y llena de peripecias con algunos hitos concluyentes: su estancia en Rapallo, por ejemplo, donde entró en la «Ezuversidad» de Pound; o su residencia de dos años en Tenerife, justo antes de la Guerra Civil. El nexo español es revelador: fue en Rapallo, en el suplemento del diario Il Mare, donde dio a conocer uno de los cinco poemas que el asturiano Basilio Fernández publicó en vida. Ahora su sobrino, Emiliano Fernández, le devuelve el favor como coautor de esta edición, que incluye notas abundantes, un glosario y un prólogo ejemplar.

 

Briggflats, subtitulado «Una autobiografía», es un hijo tardío del modernismo angloamericano y también uno de los grandes títulos del siglo XX en lengua inglesa. Un poema barroco, culterano y compacto, atento a las leyes de economía y precisión del lenguaje y obsesionado por el maridaje de palabra y música. Un poema cuyas cinco secciones trasponen la estructura de una sonata y a la vez encarnan las etapas de una vida y las cuatro estaciones del año, con una sección central que alude al viaje obsesivo de Alejandro Magno y es como un faro que irradia su luz al conjunto. Su poética lo dice todo: «En el silencio, si barremos el polvo y la basura de nuestras mentes, podemos detectar el pulso de la sangre en nuestras venas, más persuasivo que las palabras […] Dejemos que sucesos e imágenes se ocupen de sí mismos».

 

Elipsis y densidad léxica; irreverencia y lucidez; ferocidad y lirismo: así esta obra mayor, que oscila entre vitalismo y descreimiento para celebrar el aquí y ahora de la vida.

 

 

Publicado originalmente en La Lectura de El Mundo, 20 de mayo de 2022.

 

 

lunes, mayo 24, 2010

bunting / pound

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Hay temporadas en las que, por alguna extraña razón, uno frecuenta sobre todo a maldecidores. Quiero decir maldecidores literarios, escritores enfadados con el mundo que truenan, denigran y se encolerizan como profetas bíblicos. Reconozco que lo paso muy bien leyéndoles: hay algo liberador en su furia, en su desprecio, y a veces, cuando la diana está cerca de sus intereses, consiguen dar a sus invectivas un tono aforístico, una concisión lapidaria realmente memorables. Así ocurre en el último Cernuda (con aquel implacable «¿Príncipe tú de un sapo?» lanzado a la cara de Dámaso Alonso), en el Valente que va de La memoria y los signos a Treinta y siete fragmentos, o incluso en el Larkin más mordaz, el de «Vers de Societé» y «This Be The Verse».

Uno de esos maldecidores ocasionales fue Basil Bunting (1900-1985), del que ya he colgado aquí un curioso poema humorístico, «What the Chairman Told Tom», donde Tom se refiere al poeta T. S. Eliot. Este otro poema tiene como protagonista a Ezra Pound o, más en concreto, la historia de la recepción de sus Cantos, y Bunting dice haberlo escrito, garabateado quizá, en la portadilla de una edición de la gran obra de su maestro. Bunting frecuentó a Pound en Rapallo a comienzos de los años treinta, tras lo cual viajó por medio mundo (las Islas Canarias, Estados Unidos, Persia, etc.) hasta finalmente instalarse de nuevo en su Inglaterra natal, donde publicó en 1965 su gran poema Briggflatts.
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Bunting es un ejemplo perfecto de esos rara avis que produce Inglaterra de vez en cuando. Ya en Rapallo se hizo célebre por su humor sardónico, sus impertinencias, su orgullo desdeñoso y lleno de ingenio. Era también un gran fantasioso, capaz de adornar el relato de sus viajes con abundantes novelerías. Entre otras cosas, afirmó haber jugado al ajedrez con Franco mientras el futuro dictador ocupaba el cargo de Comandante general de las Islas Canarias (y urdía, suponemos, su fatal conspiración). Trabajo como espía en Persia durante la Segunda Guerra Mundial, y hasta 1952, año en que fue expulsado del país, estuvo en nómina del Servicio Británico de Inteligencia. Un personaje, vamos. El haber trabajado como espía le sirvió de poco a su regreso a su Inglaterra, donde malvivió como periodista y corrector de pruebas en un diario de Newcastle.

Leí este poema en un libro que reúne una selección de los mejores trabajos publicados en la revista londinense Agenda, donde se publicó originalmente, y me puse a traducirlo casi de inmediato, atraído por su tono de invectiva y su ferocidad (aunque los años no ha pasado en vano y de aquella primera traducción queda bien poco). Ahora aparece en varias páginas de la red como un ejemplo de la defensa que sus amigos y discípulos hicieron de la inmensa, caótica y esquinada obra de Pound. Lo que Bunting viene a decir, me parece, es que, a pesar de todos sus excesos y defectos, es imposible hacer como si los Cantos no existieran. Sospecho que tiene razón, aunque sospecho también que no hemos dado con una lectura de la obra despojada de adherencias historicistas, de rancia y gastada reverencia.

Por cierto, los dos versos en francés provienen de «Voici venir la nuit», una canción tradicional francesa. Aunque su sentido dentro del poema parece claro, no he logrado saber qué relación tienen con la vida o la obra de Bunting y Pound. ¿Quizá un chiste privado? ¿O una pieza de música que alguien tocaba al piano durante sus veladas italianas? Sigo investigando.



Escrito en la portadilla de los Cantos, de Pound

Ahí tenéis los Alpes. ¿Qué más se puede decir de ellos?
Son ininteligibles: glaciares asesinos, flancos
que sólo un loco escalaría, piedras y brezo,

pastos y grava,
et l' on entend, quizá, le refrain joyeux et leger.
¿Quién sabe lo que el hielo habrá arañado
al rebajar la piedra?

Ahí están; tendréis que dar largos rodeos
si queréis evitarlos.
Lleva su tiempo acostumbrarse. ¡Ahí los tenéis,
imbéciles! ¡Sentaos, y esperad a que caigan!



Trad. J. D.

El original, aquí.

sábado, diciembre 13, 2008

lo que el gerente le dijo a mi amigo

En el original, «What the Chairman Told Tom». El Tom en cuestión es T.S. Eliot, quien, como se sabe, trabajó unos años (los años de escritura de «La tierra baldía») en un departamento del Banco Lloyd's. Este poema de Basil Bunting (1900-1985) no es muy representativo de su trabajo, por lo común más oblicuo y blindado formalmente, lleno de ironía y de una admirable tensión verbal (hay una estupenda edición en Lumen a cargo de Aurelio Major), pero me hace tanta gracia como el primer día. Lo mejor, la forma en que parodia ciertas opiniones y actitudes que, al parecer, son tan eternas como la poesía misma. He intentado actualizarlo un poco para que no pierda un ápice de su tono amargamente sarcástico (redundancia: todo sarcasmo es, por definición, amargo).


¿La poesía? Un hobby.
Yo colecciono trenes de juguete.
Y ese de ahí, Martínez, tiene un palomar.

No es un trabajo. No se suda.
Nadie te paga por hacerlo.
¿Por qué no anuncia un gel de baño?

La ópera, eso es arte. O un musical…
Cats, por ejemplo.
Mi mujer cantó en el coro.

Pero pedirme mil quinientos al mes…
Está casado, ¿verdad?
Ya le vale.

¿Con qué cara me enfrento
al chofer de la empresa
si le pago a usted mil quinientos?

¿Y cómo sé que es poesía?
Mi hijo tiene diez años
y al menos sabe rimar.

Gano un kilo al mes sin contar primas,
más coche y dietas,
y eso siendo contable.

Lo que yo digo en mi empresa
va a misa.
¿A qué no puede decir lo mismo?

Que si una palabra aquí, otra allá…
La verdad, no es sano.
Sólo estar con un poeta me da picores.

Unos impresentables, eso es lo que son,
unos rojos y unos yonquis.
Lo que escriben apesta.

Lo dice mi sobrino, y algo debe saber,
da clases en un instituto.
Haga el favor de buscarse un trabajo.


El original, aquí.