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martes, mayo 24, 2022

ep

 

Ezra Pound (1885-1972) / foto de Paolo di Paolo

 

 

 

Que de mi tumba se levante tal llama de amor

que quien pase a su vera se sienta confortado;

            que gatos vagabundos se enrosquen aquí

                                   donde no hay lápida

& chispeen los ojos de las muchachas, en el lugar anónimo

que mengüen los rencores

& un lento adormecer de paz invada a quien pase.

 

 

trad. J.D.

 

miércoles, abril 17, 2019

ezra pound / causa


Reúno estas palabras para cuatro personas,
tal vez otros lleguen a oírlas.
Ah mundo, me das lástima,
no conoces a estas cuatro personas.


I join these words for four people,
Some others may overhear them,
O world, I am sorry for you,
You do not know these four people.


de Lustra (1916)

domingo, noviembre 27, 2011

thomas kinsella / poema

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Wyncote, Pensilvania: Glosa

Un sinsonte, posado en una rama
tras la ventana donde escribo,
engulle un fresco brote carmesí,
se sacude unas pocas gotas
lustrosas de su ala, y sale
al encuentro del cielo anubarrado.

Otra tormenta que se acerca.
Bajo esa luz de cobre
mis papeles parecen luminosos.
Y yo debo ponerlos desde ahora
bajo un cuidado aún más atento.



El original, aquí.



Descubrí este breve poema de Thomas Kinsella (Dublín, 1928) en la imprescindible antología con que su colega y contemporáneo Michael Longley resumió cien años de poesía irlandesa (20th-Century Irish Poetry, Faber & Faber, 2002): un compendio más de poemas que de poetas –aunque no falta ni sobra nadie–, de piezas de antología, justamente, dignas de ser memorizadas y convocadas a discreción. De Kinsella se incluye su más célebre «Hen Woman» y esta breve epifanía, un ejemplo decantado de esa poesía de la naturaleza que los autores de lengua inglesa dominan como nadie (en realidad la inventaron, como el fútbol, aunque en este caso no han dejado que otros se hicieran con el juego). El título puede parecer enigmático, pero es un homenaje implícito a Ezra Pound, cuyos padres vivieron durante años en el pueblo de Wyncote, ahora convertido en un barrio del norte de Filadelfia: Kinsella se instaló en Estados Unidos a mediados de los años sesenta y fue cayendo gradualmente bajo el influjo de la vanguardia norteamericana, aunque sin renegar de su estilo primero. La «glosa», pues, tiene algo de irónico: Kinsella, un irlandés instalado en Estados Unidos, evoca un momento de iluminación en el mismo lugar del que Pound huyó para no volver nunca. Como escribe el crítico Robert Faggen, «la prisión provinciana de uno es la inspiración del otro».

De paso, aclaro que el mocking-bird del arranque no es la calandria europea sino el sinsonte de América del Norte; y sí, existe un arbusto llamado crimson berry, pero se da en Australia y Nueva Zelanda, muy lejos de la Pensilvania donde Kinsella sitúa su poema, así que he optado por algo más neutral (pero también, curiosamente, más expresivo). Los dos versos finales me dieron muchos problemas. ¿Por qué será que las rimas asoman una y otra vez cuando menos se las quiere o necesita? La traducción exacta o literal del adjetivo painstaking es minucioso. Ah, pero tenemos luminosos dos versos más arriba. A partir de ahí, cualquier cambio parecía provocar toda una cascada de extrañas consonancias que arruinaban el conjunto. Hasta que di con la expresión «poner bajo el cuidado de algo o de alguien». Me gusta el modo en que la proposición «bajo» se repite en las dos frases finales de la versión española («bajo esa luz», «bajo un cuidado»): una concesión eficaz a la simetría.

En fin, quizá estas cosas de taller deberían quedarse en el taller. Si el poema dice algo, lo hará sin apoyarse en tanta explicación no pedida. Pero sé que algunos espíritus curiosos lo agradecen. Y es un modo, otro más, de recordarme que la gracia está en los detalles, algo a lo que no siempre –dichosa impaciencia– he estado atento cuando tocaba.
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lunes, mayo 24, 2010

bunting / pound

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Hay temporadas en las que, por alguna extraña razón, uno frecuenta sobre todo a maldecidores. Quiero decir maldecidores literarios, escritores enfadados con el mundo que truenan, denigran y se encolerizan como profetas bíblicos. Reconozco que lo paso muy bien leyéndoles: hay algo liberador en su furia, en su desprecio, y a veces, cuando la diana está cerca de sus intereses, consiguen dar a sus invectivas un tono aforístico, una concisión lapidaria realmente memorables. Así ocurre en el último Cernuda (con aquel implacable «¿Príncipe tú de un sapo?» lanzado a la cara de Dámaso Alonso), en el Valente que va de La memoria y los signos a Treinta y siete fragmentos, o incluso en el Larkin más mordaz, el de «Vers de Societé» y «This Be The Verse».

Uno de esos maldecidores ocasionales fue Basil Bunting (1900-1985), del que ya he colgado aquí un curioso poema humorístico, «What the Chairman Told Tom», donde Tom se refiere al poeta T. S. Eliot. Este otro poema tiene como protagonista a Ezra Pound o, más en concreto, la historia de la recepción de sus Cantos, y Bunting dice haberlo escrito, garabateado quizá, en la portadilla de una edición de la gran obra de su maestro. Bunting frecuentó a Pound en Rapallo a comienzos de los años treinta, tras lo cual viajó por medio mundo (las Islas Canarias, Estados Unidos, Persia, etc.) hasta finalmente instalarse de nuevo en su Inglaterra natal, donde publicó en 1965 su gran poema Briggflatts.
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Bunting es un ejemplo perfecto de esos rara avis que produce Inglaterra de vez en cuando. Ya en Rapallo se hizo célebre por su humor sardónico, sus impertinencias, su orgullo desdeñoso y lleno de ingenio. Era también un gran fantasioso, capaz de adornar el relato de sus viajes con abundantes novelerías. Entre otras cosas, afirmó haber jugado al ajedrez con Franco mientras el futuro dictador ocupaba el cargo de Comandante general de las Islas Canarias (y urdía, suponemos, su fatal conspiración). Trabajo como espía en Persia durante la Segunda Guerra Mundial, y hasta 1952, año en que fue expulsado del país, estuvo en nómina del Servicio Británico de Inteligencia. Un personaje, vamos. El haber trabajado como espía le sirvió de poco a su regreso a su Inglaterra, donde malvivió como periodista y corrector de pruebas en un diario de Newcastle.

Leí este poema en un libro que reúne una selección de los mejores trabajos publicados en la revista londinense Agenda, donde se publicó originalmente, y me puse a traducirlo casi de inmediato, atraído por su tono de invectiva y su ferocidad (aunque los años no ha pasado en vano y de aquella primera traducción queda bien poco). Ahora aparece en varias páginas de la red como un ejemplo de la defensa que sus amigos y discípulos hicieron de la inmensa, caótica y esquinada obra de Pound. Lo que Bunting viene a decir, me parece, es que, a pesar de todos sus excesos y defectos, es imposible hacer como si los Cantos no existieran. Sospecho que tiene razón, aunque sospecho también que no hemos dado con una lectura de la obra despojada de adherencias historicistas, de rancia y gastada reverencia.

Por cierto, los dos versos en francés provienen de «Voici venir la nuit», una canción tradicional francesa. Aunque su sentido dentro del poema parece claro, no he logrado saber qué relación tienen con la vida o la obra de Bunting y Pound. ¿Quizá un chiste privado? ¿O una pieza de música que alguien tocaba al piano durante sus veladas italianas? Sigo investigando.



Escrito en la portadilla de los Cantos, de Pound

Ahí tenéis los Alpes. ¿Qué más se puede decir de ellos?
Son ininteligibles: glaciares asesinos, flancos
que sólo un loco escalaría, piedras y brezo,

pastos y grava,
et l' on entend, quizá, le refrain joyeux et leger.
¿Quién sabe lo que el hielo habrá arañado
al rebajar la piedra?

Ahí están; tendréis que dar largos rodeos
si queréis evitarlos.
Lleva su tiempo acostumbrarse. ¡Ahí los tenéis,
imbéciles! ¡Sentaos, y esperad a que caigan!



Trad. J. D.

El original, aquí.

martes, enero 27, 2009

pound

Diría que los Cantos más hermosos de Ezra Pound (1885-1972) son los primeros, donde la arbitrariedad y la incoherencia estructural todavía no han hecho de las suyas, y también los fragmentos finales, breves astillas líricas donde refulgen frases en las que Pound hace balance, por lo general amargo, y trata de enmendar sus errores y «pecados». Este fragmento, en concreto, incluye un autorretrato irónico y memorable que es, además, un intento bastante honesto de explicar (y perdonarse) sus propios actos. «Una carcasa hinchada y sin aliento / pero aún la luz canta eterna…»


Del «Canto CXV»

Los científicos viven en el pánico
    y la mente europea se ha estancado
Wyndham Lewis prefirió la ceguera
    a dejar que su mente se estancara.
Noche entre garofani, bajo el viento,
    casi quietos los pétalos.
Mozart, Linneo, Sulmona,
Cuando nuestros amigos se odian
    ¿cómo puede haber paz en este mundo?
Sus asperezas me entretuvieron cuando era joven.
Una carcasa hinchada y sin aliento
    pero aún la luz canta eterna
un pálido destello en la marisma
    donde el heno salado murmulla a la marea
Tiempo, espacio,
    ni vida ni muerte son la respuesta.
Y del hombre que busca el bien,
    que hace el mal.
In meiner Heimat
    donde los muertos caminaban
       y los vivos eran de cartón.


Trad. J.D.