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jueves, febrero 23, 2012

ayuda de bly



Biblia de Holkham
Noé liberando una paloma y una corneja, c. 1320-30




Dónde debemos buscar ayuda

La paloma regresa; no halló descanso en ningún sitio;
voló toda la noche sobre los mares encrespados;
bajo los aleros del Arca
la paloma engrandecerá el lecho del tigre;
dad paz a la paloma.
La golondrina de cola bifurcada deja el alféizar al amanecer;
volverán a la tarde golondrinas azules.
Al tercer día el cuervo alzará el vuelo;
el cuervo, el cuervo, el cuervo del color de la araña,
el cuervo hallará nuevo fango donde caminar.




El original, aquí.



En otra ocasión he hablado de Robert Bly (1926), el autor de uno de los mejores primeros libros de la poesía norteamericana, Silence in the Snowy Fields (1962; Silencio en los campos nevados): una curiosa mezcla de sencillez expresiva, sensibilidad oriental y esa claridad misteriosa que surge de no decirlo todo, de manejar con sabiduría las elipsis y los silencios.

Quizá no tan conocido es un ensayo de revelador título (Un desvío equivocado) que publicó al año siguiente, en 1963, y en el que atacaba la herencia de Eliot y Pound, el carácter alusivo y hasta hermético de cierta vanguardia angloamericana, para propugnar un regreso a una escritura más directa y explícita en la que las emociones no quedaran aplastadas bajo el peso de la erudición, no se perdieran en los laberintos de la ambigüedad, la cita culta y las referencias esotéricas. Aunque partía de un malentendido más o menos grosero (¿es que no hay emoción y energía a flor de piel en La tierra baldía o Cuatro Cuartetos?), la idea original no era mala, pero Bly se hizo un lío al invocar en su ayuda el ejemplo de poetas tan distintos como Rilke, Machado, Vallejo, Neruda, Juan Ramón o Tranströmer. A sus ojos (u oídos) de joven poeta americano, todos aquellos escritores venían de un mismo lugar, eran asimilables a una misma tradición que se contraponía a la suya propia y resultaban, por tanto, indistinguibles. En realidad, lo mismo nos pasa a nosotros cuando metemos en el mismo saco (o les asignamos un dorsal en el mismo equipo) a todos los poetas de habla inglesa. Cosas de los malentendidos entre culturas. Nos vemos desde orillas contrarias de un mismo mar y así nos cuesta distinguir las caras de los que importan.

Por lo demás, el propio Bly tampoco se ha librado de cultivar la alusión mítica y de hacer poemas con su punto de hermetismo. Un ejemplo es esta miniatura de su primera época que, como él mismo ha explicado en su libro A Little Book on the Human Shadow, «se refiere a la historia de Noé, aunque tomé las imágenes de una versión anterior compuesta por los babilonios, en la que tomaron parte tres pájaros». Uno de esos pájaros era una corneja, que Bly convierte en cuervo, un cuervo negro al que le complace mancharse, que desconfía de las ideas de pureza y de blancura encarnadas en el símbolo de la paloma y prefiere, como el cuervo de Ted Hughes años después, graznar y revolcarse en el fango. Para Bly, este poema tiene una lectura psicoanalítica evidente: «El poema llegó dos o tres años después de la universidad, y parece decir que si algo podía ayudarme a salir de mi sufrimiento, ese algo vendría del lado oscuro de mi personalidad…» Más allá de su circunstancia personal, me gusta pensar, en efecto, que es una invitación a asumir que somos luz y sombra, día y noche, un saco andante de contradicciones que no conviene reprimir en exceso: aceptar el barro puede ser, extrañamente, una forma superior de limpieza.
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miércoles, febrero 01, 2012

ch.


Ayer, en un ensayo del poeta Robert Bly, esta frase (aguda, ejemplar) de Winston Churchill: «He tenido que comerme muchas de mis palabras, y me ha parecido una dieta muy nutritiva».
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sábado, junio 26, 2010

robert bly / lago que habla

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Conduciendo hacia el río Lac qui parle

I

Anochece en Minessota mientras conduzco.
El campo con rastrojos retiene la última crecida del sol.
Los tallos de soja respiran.
En los pueblos, los viejos se sientan a la puerta
                 de sus casas
sobre asientos de automóvil. Soy feliz,
la luna se alza por encima de los cobertizos.


II

En la carretera de Willmar a Milán
el pequeño universo del coche
se hunde en los profundos campos de la noche.
Esta soledad cubierta de hierro
se mueve a través de los campos nocturnos
penetrada por el ruido de los grillos.


III

Cerca de Milán, me sorprende un pequeño puente,
el agua arrodillada a la luz de la luna.
En los pueblos, las casas se alzan a ras de suelo.
La luz de las farolas cae
sobre los cuatro costados de la hierba.
Cuando llego al río, la luna llena lo cubre;
en una barca hay gente que habla muy bajo.

Un poema de Robert Bly (1926), un breve tríptico de su primer libro, Silence in the Snowy Fields (1962; Silencio en los campos nevados), en el que demuestra cómo se puede actualizar en clave moderna la sensibilidad oriental.

Descubrí a Bly en The Penguin Book of Contemporary American Poetry, de Donald Hall, en un ejemplar de segunda mano que compré al poco de llegar a Sheffield, en el otoño de 1992 (ya he hablado de este libro en otras entradas de la bitácora, y en particular en la que dediqué al propio Hall hace justamente un año, cuando traduje su poema «Manzanas»). Traductor de Thomas Transtörmer, de Vallejo y de Neruda, Bly fue uno de los poetas más activos del movimiento de protesta contra la guerra de Vietnam. Luego, a finales de los años setenta, se convirtió en una especie de gurú de la estética new age y su poesía se diluyó por el camino, aunque sus últimos libros (el mejor es Morning Poems) siguen teniendo un encanto especial.

Por cierto que Octavio Paz, en algún lugar de su correspondencia, lo llama «El porquero de Minnesota» a cuenta de una reseña hostil que dedicó a Renga y algún otro libro del poeta mexicano. Es verdad que Bly vivió muchos años en una pequeña granja muy cerca de la frontera con Canadá, pero no parece que fuera muy aficionado a los trabajos manuales. Él mismo confiesa en una entrevista que cuando no traducía o escribía artículos por encargo «pasaba mucho tiempo en el campo, sentado. Había paz. El silencio seguía siendo mi pasión». Es algo, me parece, que se ve muy bien en este poema.

El original, aquí.

martes, octubre 21, 2008

las afueras


DOMINGO EN GLASTONBURY

Sucede en las afueras,
en la fragilidad de los suburbios,
donde la luz parece clarear
a través de los muros.

Mis zapatos se yerguen sobre el suelo
como tumbas abiertas.

Las cortinas no saben qué pensar,
pero son obedientes.

¡Qué extraño que piense en la India!
La riqueza no es más que ausencia de gente.

Robert Bly
trad. J.D.