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martes, diciembre 18, 2018

richard hugo / carta a simic


Lo cuenta Charles Simic en sus memorias, Una mosca en la sopa. Un día, durante un encuentro de escritores que tuvo lugar en San Francisco en 1972, coincidió en el restaurante con el poeta Richard Hugo (1923-1982). Simic acababa de pasar parte del verano en Belgrado y Hugo, al enterarse, le dijo: «Ah, sí, recuerdo bien esa ciudad», y procedió a dibujar sobre el mantel un mapa con sus enclaves y puntos de referencia principales. Simic le preguntó cómo es que conocía tan bien Belgrado, si había estado alguna vez como turista, y Hugo respondió: «No, no, sólo la bombardeé unas cuantas veces».

Hugo ignoraba, por supuesto, que Simic había nacido en Belgrado en 1938 y que había vivido allí, por tanto, toda la guerra. O, en otras palabras, que una de las personas a las que había bombardeado era precisamente aquel joven poeta de nombre extranjero sentado a su mesa. Cuando se enteró por boca del propio Simic, «se quedó muy afectado. De hecho, estaba profundamente conmovido». Tanta fue la conmoción que no dejó de disculparse y de dar explicaciones, como si solo poniendo sobre la mesa todos los detalles de aquella terrible coincidencia pudiera calmarse.

La anécdota me recuerda aquella otra (no sé si parcialmente apócrifa, quizá alguien pueda confirmar o completar el relato) de Juan Benet y Julio Llamazares. Como es sabido, entre 1961 y 1965 Benet trabajó en la construcción de la presa del pantano de Porma, obra que supuso, entre otros, la desaparición de Vegamián, pueblo natal de Julio Llamazares. Cuando Llamazares se lo recordó (¿se lo reprochó?) públicamente a Benet, este optó por el desmarque irónico, culpándose de la vocación literaria del leonés y diciéndole en broma que no se quejara tanto, pues le había dado el tema central de su escritura.

La reacción de Hugo fue muy distinta. Tiempo después de aquel encuentro en San Francisco, le envió a Simic una carta-poema en la que trataba de poner en claro sus emociones y de reconciliar al poeta maduro con el joven que había ido a la guerra con apenas dieciocho años. El poema-carta vio la luz en su libro 31 Letters and 13 Dreams (1977), y Simic lo recogió años más tarde en sus memorias, como corolario de aquel singular encuentro. Por supuesto, puede leerse en la edición española de Vaso Roto, muy bien traducida por Jaime Blasco, pero no me he resistido a preparar mi propia versión, que intenta ser tan clara como la de Blasco sin renunciar a la agilidad rítmica y la capacidad de síntesis del original. El motor del poema es la frescura de la lengua conversacional y su ritmo, como el de una carta improvisada, nos lleva sin descanso a través de las pausas de la puntuación y los encabalgamientos. Tengo la sensación, sin duda presuntuosa, de que el poema mejoraría sin el último verso y medio (después de «peligro»). Hagan la prueba. Quizá lo que me pone nervioso es la imagen algo ñoña de los caramelos sustituyendo a las bombas, pero no descarto que ese nerviosismo diga más de mi puritanismo lector que de ningún presunto error de juicio de Hugo.


 
Copyright: William Stafford



Carta a Simic desde Boulder

Querido Charles: de modo que un día nos conocemos en San Francisco
     y yo
me entero de que hace tiempo, cuando tenías cinco años, te bombardeé
     en Belgrado.
Lo recuerdo. Debíamos destruir un puente sobre el Danubio
con la esperanza de dividir a las tropas alemanas que huían hacia el norte
desde Grecia. Fallamos. Nada excepcional, teniendo en cuenta que yo
estaba en uno de los bombarderos. No podía acertar una mierda ni aunque
me sentara en la mira telescópica o me arrojara con una bomba
     entre las piernas
cantando el himno nacional. Recuerdo que Belgrado se abrió
como una rosa cuando llegamos. Poco fuego antiaéreo. Yo no sabía nada
de las ejecuciones diarias, los ochenta mil eslavos que colgaban
de sogas alemanas en la ciudad, lecciones para el resto.
Básicamente, lo que me interesaba era seguir con vida, ese momento
en que el avión se desprendía del peso de las bombas y volvíamos a casa.
¿Qué hablabas entonces? Serbio, imagino. ¿Y cómo interpretabas
el terrible aullido de las bombas? ¿Cómo se dice «miedo» en serbio?
Supongo que igual que en inglés, un largo lamento primitivo
de niños moribundos, un niño inmóvil para siempre con la mirada muerta.
No me disculpo por la guerra ni por lo que fui entonces. Me dejé
cegar de buena gana por los tiempos. Me parece que incluso creía
en el heroísmo (el de otros, no el mío). Creía que aquel mundo
de sufrimiento era necesario, pues esperaba que el mundo aprendiera
a no volver a hacerlo. Pero era joven. El mundo nunca aprende. La historia
sabe transformar el pasado en algo tolerable, y a los muertos
en un sueño. Querido Charles: me alegra que escaparas de las bombas, que
ahora vivas con nosotros y escribas poemas. Sin embargo, debo decirte
que aquel día en San Francisco me sentí mal. No dejaba de
pensar, él estaba en tierra ese día, con el cielo
de un inquietante color mostaza y nuestros motores hurgando
     entre las cosas
con su estruendo. Y el mundo, para los supervivientes,
se revela en momentos así. El mundo se revela como las nubes
en verano, puro blanco soplado, tiernos pájaros que entran y salen
con rapidez, y nuestras vidas tienen la oportunidad de vagar lentamente
sobre el mundo, con las bodegas vacías de bombas, olvidados los blancos,
lejos del enemigo. Me ha gustado conocerte después de
todo ese odio insensato. La próxima vez, si quieres asegurarte
de seguir con vida, siéntate en el puente que intento derribar y agita
     los brazos.
Estoy bien orientado pero nervioso y el punto de mira tiembla.
Estés donde estés, no habrá peligro. Te apuntaré,
pero ahora mis bombas son caramelos y he perdido a mi escuadrón.
     Tu amigo, Dick.


trad. J.D. / el original, aquí

domingo, octubre 02, 2016

charles simic / humor, poder y literatura


Hace unos meses, la redacción mexicana de la revista Letras Libres me pidió que hiciera de intermediario y convenciera a Charles Simic de contestar este breve cuestionario sobre la importancia del humor en la literatura. No fue muy difícil. Simic contestó casi al instante (está claro que el tema le entusiasma) y el resultado, debidamente traducido, vio la luz en el número de agosto de la revista. Como no ha llegado a España, me tomo la libertad de compartirlo aquí (basta pinchar en las imágenes para aumentarlas).





lunes, junio 27, 2016

charles simic / atardecer de verano





Haciendo tiempo bajo un árbol, mientras charlaba con un pájaro
al que podía oír pero que nunca vi
y se hacía de noche y unas pocas casitas
se iluminaban a lo largo de la calle
sorprendiendo a un gato con algo entre los dientes.

En la manzana de al lado había una agencia de viajes
con un cartel de Venecia en el escaparate
que estudié con cuidado para determinar
si los barcos del Gran Canal
estaban algo más cerca de su destino.

Detrás de los raíles cubiertos de maleza
había una pequeña feria pobremente alumbrada
con un tiovivo, una barraca de tiro al blanco
y una joven pareja probando suerte
con un rifle y una hilera de patos,

mientras pasaba de largo y pensaba: tarde o temprano
encontraré el camino a casa, solo o en compañía
de un amigo real o imaginario
que golpea la acerca con su blanco bastón
o reparte comida china por el barrio.


Trad. J.D.
 

sábado, mayo 07, 2016

charles simic / así pues





Se acabó el largo día en el que tanto
y tan poco ha ocurrido.
Grandes expectativas se frustraron
para resucitar sin entusiasmo.

Los espejos cobraron vida y luego se vaciaron,
obedeciendo los caprichos del azar.
Las manecillas del reloj de la iglesia se movieron,
a veces suavemente, otras con brusquedad.

Cayó la noche. El cerebro y sus misterios
se adensaron. Un letrero de neón rojo
venta de fuegos artificiales se encendió en el tejado
de un viejo y tétrico edificio al otro lado de la calle.

Una planta de tiesto ya muy marchita
a la que nadie riega o presta atención
proyectaba su sombra en la pared del cuarto
con lo que a mí me pareció alegría salvaje.


Trad. J.D.


Este es el poema que cierra The Lunatic, el libro que Simic publicó el año pasado y cuya traducción española, si nada se tuerce, verá la luz en el otoño de este 2016. Y me ha parecido que los versos que lo comprenden (los dos iniciales y la «alegría salvaje» del final) son un resumen perfecto del mundo de su autor: todo eso que ocurre en sus poemas y que parece quedar en nada, o que relata como si nada con humor socarrón. Simic no abandona su cara de póquer habitual –a veces lo imagino como el Eugenio de la poesía norteamericana–, pero sí ha empezado a explorar otros tonos, incluso a coquetear tímidamente con la denuncia sociopolítica, como en los artículos que escribe para The New York Review of Books. El viejo mago no ha enseñado aún todas sus cartas…

domingo, abril 03, 2016

charles simic / sobre mí mismo





Soy el rey sin corona de los insomnes
que sigue espantando a sus fantasmas con un sable,
un estudiante de los techos y las puertas cerradas
que apuesta a que dos más dos no son siempre cuatro.

Una vieja alma jovial que toca el acordeón
en el turno de noche de la morgue.
Una mosca que huyó de la cabeza de un loco
para darse un respiro en la pared vecina.

Descendiente de herreros y curas de pueblo:
un ayudante de escenario malhumorado
de dos célebres e invisibles maestros ilusionistas,
uno llamado Dios, el otro Diablo, asumiendo, claro está,
que soy la persona que me figuro ser.



trad. J.D / el original, aquí




Este es uno de los nueve poemas de El lunático (2015) de Charles Simic que acaban de aparecer en el último número de la revista Turia. Lo hacen gracias a la gentileza de su director, Raúl Carlos Maícas, y son un adelanto del poemario –el más reciente de su autor– que Vaso Roto Ediciones publicará el curso que viene. A Simic no habrá que presentarlo a estas alturas. Sus poemas tienen algo de truco de ilusionista (como los que menciona en la estrofa final): lo vemos venir, creemos saber a qué juega, y sin embargo siempre acaba sorprendiéndonos. Ya puestos, he aprovechado para retocar ligeramente la traducción del cuarto verso (un despiste que me saltó a los ojos cuando abrí la revista; ¿por qué será que uno sólo tiene ojos para sus propios fallos?).

domingo, septiembre 28, 2014

simic / un fragmento





Tomé de mis padres la idea de combatir las noches de calor de Manhattan durmiendo en la azotea. Es lo que habían hecho durante la guerra, salvo que no era una azotea sino una larga terraza en el piso superior de un edificio del centro de Belgrado. Cómo no, era noche de apagón. Recuerdo inmensos cielos estrellados, y la ciudad totalmente en silencio. Comencé a hablar, pero alguien –al principio no supe quién– me tapó la boca con su mano.

Como en un barco en medio del mar, nos cubría un manto de nubes y estrellas. Navegábamos a toda máquina. «Allí es donde comienza el infinito», recuerdo que dijo mi padre, señalando el lugar con su larga y oscura mano.

domingo, abril 13, 2014

charles simic / el mundo




Supongamos que fuera un árbol
en una calleja apartada
con una pequeña taberna
donde un letrero de neón
brilla con la palabra «frío».
Es verano, y cae la noche.

Dentro hay un único cliente
que tiene el rostro de mi padre.
Está inclinado sobre un libro
de caracteres diminutos,
ajeno al barman que le acerca
una taza de café negro.

Tengo infinitas hojas, pero
ninguna se atreve a moverse.
No hay duda, estamos embrujados.
Nada en el mundo nos atañe.


versión J.D. / dibujo de loustal

jueves, diciembre 05, 2013

ec51


Quizá esté mal que yo lo diga, pero el nuevo número de El Cuaderno (ya estamos en el 51) es un prodigio: un gran dossier de apertura sobre Amanece que no es poco con motivo de los 25 años de su estreno, un largo artículo inédito de Seamus Heaney sobre Charles Simic y poemas de W. G. Sebald, Zbigniew Herbert, Tomas Tranströmer, Julia Hartwig, Thomas MacGreevy y el propio Heaney, más las reseñas de costumbre (destaca la de Moisés Mori sobre Coetzee) y la revelación de un fotógrafo al que no conocía pero que me ha encantado: Javier Riera. Suya es la imagen de portada, diseñada con mano maestra (como todo el número, como todos los números) por Helios Pandiella. Hay mucho más, y está aquí.



domingo, agosto 11, 2013

el mundo no se acaba / una reseña


Antonio Ortega ha tenido la gentileza de escribir sobre El mundo no se acaba (Vaso Roto, 2013) de Charles Simic en el último número de la revista Nayagua, de la Fundación José Hierro. El resultado es un pequeño ensayo lleno de sugerencias y claves de lectura, con esa capacidad tan suya para establecer filiaciones y correspondencias con otros mundos. Un lujo, vaya. Podéis leer las cinco páginas de la reseña pulsando en cada imagen para ampliarla. 







sábado, febrero 09, 2013

charles simic en el cuaderno


Hace una semana vio la luz el número 42 (¡ya!) de El Cuaderno. En él, entre otros muchos materiales, se incluía un adelanto de El mundo no se acaba, el libro de Charles Simic que está a punto de aparecer en Vaso Roto Ediciones. Son nueve poemas, a los que acompaña un breve texto en el que trato de iluminar, hasta donde se me alcanza, el mundo poético de Simic. El libro, como digo, está a punto de aterrizar en las librerías. No descarto que el título, dadas nuestras peculiares circunstancias, pueda sorprender o atraer a algún curioso. Pero es todo cuestión de azar, porque la edición original (de 1989) tiene ya veinticuatro años y su optimismo tácito nada tiene que ver con el desastre ambiental que padecemos, este hundimiento generalizado de valores y expectativas.

Podéis leer el adelanto pulsando en cada una de las tres imágenes. Alternativamente, podéis leer el número entero en la página correspondiente de issuu.





martes, abril 24, 2012

un poema de james tate





enseñando al simio a escribir poemas

No les fue difícil
enseñar al simio a escribir poemas:
primero le sujetaron con correas a la silla
y luego en la mano le ataron un lápiz
(la hoja ya estaba clavada en la mesa).
El doctor Agujazul se inclinó sobre su hombro
y le susurró al oído:
«Pareces un dios, aquí sentado.
¿Por qué no intentas escribir algo?»



Escuché a James Tate (1943) hace cosa de catorce años, en una lectura conjunta con John Ashbery que sirvió de clausura a un congreso sobre las relaciones entre la poesía británica y la estadounidense organizado por el University College de Londres. Una ocasión que siempre recordaré con perplejidad; entre las decenas e incluso cientos de asistentes anglos sólo había cuatro «extranjeros»: dos estudiantes polacas con sonrisa de manifiesta desesperación (que iba aumentado conforme pasaba el tiempo), mi buena amiga Cristina Fumagalli (autora, por cierto, de un libro fundamental sobre Walcott y Heaney, The Flight of the Vernacular) y un servidor. Fuimos ignorados de manera rotunda y reiterada durante dos días y medio, como plebeyos que se hubieran colado en un baile de sociedad de una novela de Jane Austen. Todo el mundo, hasta algún viejo profesor nuestro, tenía demasiada prisa para conversar o intercambiar impresiones con aquellos intrusos. Cosa terrible es que el inglés medio decida hacerte el vacío; si son multitud, hasta la autoestima más acrisolada empieza a derrumbarse. Por suerte, Cristina y yo establecimos un frente latino de maledicencia y desdén preventivos que nos ayudó a salir del trance con la dignidad más o menos intacta.

Recuerdo a James Tate como telonero y asistente de un Ashbery algo bebido y como autor de un puñado de poemas chistosos y vagamente surrealistas, con algo del Alberti de Yo era un tonto… Me encuentro de nuevo con él leyendo un artículo reciente de Charles Simic (en realidad, una entrada de su blog en The New York Review of Books) en el que el autor de Una mosca en la sopa revela que su lugar favorito para escribir es la cama; es donde la conciencia, explica, parece relajarse y flotar con ágil sonambulismo entre imágenes y palabras, y es también un lugar que no convoca, como sí hace el escritorio, el fantasma de la impostura: «Sentado a una mesa no puedo evitar sentir que interpreto a un papel». Cita en su apoyo este breve poema de Tate, «Enseñando al simio a escribir poemas», en el que «soy a la vez el mono y el científico loco que experimenta con él», y que es una crítica nada sutil (muy digna de Parra, por cierto) a esa visión del poeta como demiurgo o pequeño dios parapetado en su mesa. Releyendo este y otros poemas de Tate, me doy cuenta de que quizá fui algo injusto con él; también es verdad que su lectura, más propia de un humorista en El club de la comedia, me despistó por completo.

El original, aquí.

martes, abril 19, 2011

charles simic / 5 poemas en prosa

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El mundo no se acaba esta Semana Santa, aunque nadie lo diría por la ansiedad con que esperamos estas brevísimas vacaciones. Cuatro días que saben a gloria después de un largo y muy trabajoso trimestre. También esta bitácora se toma un descanso hasta el lunes que viene. Entretanto, os dejo con cinco poemas (salen a uno por día, por si queréis racionarlos) de, esta vez sí, El mundo no se acaba [The World Doesn’t End], el libro de poemas en prosa con que el poeta norteamericano Charles Simic obtuvo el Premio Pulitzer en 1990. Espero que os gusten. Y descansad cuanto podáis, que mayo y junio se presentan peleones.



Soy el último soldado napoleónico. Han pasado casi doscientos años y sigo batiéndome en retirada de Moscú. El camino está flanqueado por abedules blancos y el barro me llega hasta las rodillas. La mujer tuerta quiere venderme una gallina, y ni siquiera tengo con qué vestirme.

Los alemanes van en una dirección; yo, en la contraria. Los rusos van por otro lado mientras se despiden. Tengo un sable de gala. Lo uso para cortarme el pelo, que tiene metro y medio de largo.





Fui secuestrado por los gitanos. Mis padres me rescataron. Luego los gitanos volvieron a secuestrarme. Esto duró un tiempo. Un minuto estaba en la caravana, mamando de la oscura teta de mi nueva madre, y al minuto siguiente estaba sentado a la mesa imperial del comedor, tomando mi desayuno con una cuchara de plata.

Era el primer día de primavera. Uno de mis dos padres cantaba en la tina; el otro pintaba un gorrión vivo con los colores de un pájaro tropical.





Es una tienda especializada en porcelana antigua. Ella va de un lado a otro con un dedo en los labios. ¡Chist! Hay que guardar silencio cuando nos acercamos a las tazas de té. Ni un suspiro junto a los azucareros. Una mota de polvo diminuta se ha posado en un platillo tan fino como una oblea. Ella deja escapar un «oh» de su boca de mochuelo. En los pies lleva zapatillas acolchadas en torno a las cuales corretean los ratones.





Ella me alisa suavemente con una plancha de vapor, o desliza su mano en mi interior como si fuera un calcetín que necesita un zurcido. El hilo que usa es como el gotear de mi sangre, pero lo punzante de la aguja es todo suyo.

«Te vas a arruinar los ojos con esa luz tan mala, Henrietta», le advierte su madre. ¡Y tiene razón! Nunca desde que empezó el mundo ha habido tan poca luz. Se sabe que nuestras tardes de invierno han durado a veces cien años.





Éramos tan pobres que tuve que hacer de cebo en la ratonera. A solas en el sótano, podía oírles moverse por el piso de arriba o dar vueltas en la cama. «Vivimos malos tiempos, tiempos oscuros», me decía el ratón mientras me mordisqueaba la oreja. Pasaron los años. Mi madre llevaba puesto un cuello de piel de gato, que acariciaba hasta que las chispas alumbraban el sótano.


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viernes, septiembre 03, 2010

el poeta, la sopa y la mosca

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Lleva colgado en la red desde comienzos de julio, pero no lo había anunciado aún. Lo hago ahora, cuando faltan quince días para que desaparezca de la página de portada (que no de la revista). Me refiero al extracto de las memorias del poeta norteamericano Charles Simic, A Fly in the Soup [Una mosca en la sopa], que publicamos en Las razones del aviador gracias a la gentileza de Vaso Roto Ediciones y su traductor, Jaime Blasco. El libro, por lo que sé, estará en librerías este otoño. No os lo perdáis: un relato irónico y acerado de la Segunda Guerra Mundial en los Balcanes, los desvelos y reflexiones de un muchacho condenado a emigrar a Francia y luego a Estados Unidos a mediados de los años cincuenta, pero también uno de los mejores recuentos sobre la vocación y el aprendizaje literarios que conozco. Para muestra, este breve adelanto, este capítulo 23 escrito a modo de poética. Releído ahora, me siguen maravillando su claridad expresiva, su lucidez, su capacidad para abrazar las contradicciones y seguir camino. Justamente eso para lo que nació la poesía, entre otras cosas.
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martes, julio 13, 2010

convergencias 3

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Yo me callo, yo espero
hasta que mi pasión
y mi poesía y mi esperanza
sean como la que anda por la calle;
hasta que pueda ver con los ojos cerrados
el dolor que ya veo con los ojos abiertos.


Antonio Gamoneda, de Exentos I (1959-1960)


Por otra parte, el poeta se ve empujado a decir la verdad. «¿Cómo debe expresarse la verdad?», se pregunta Gwendolyn Brooks. La verdad importa. Acertar importa. El consejo del realista es: abre los ojos y mira. Los defensores de la imaginación aconsejan: cierra los ojos para ver mejor. Hay una verdad que se percibe con los ojos abiertos y otra a la que se accede con los ojos cerrados, y a veces estas dos verdades no se reconocen cuando se cruzan por la calle.

Charles Simic, cap. 23 de Una mosca en la sopa (A Fly in the Soup. Memoirs, 2002)
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domingo, marzo 07, 2010

charles simic / compañía siniestra


Fue justo el otro día,
en mitad de la calle, entre la multitud.
Te detuviste, hurgándote los bolsillos
en busca de algunas monedas,
y notaste que te seguían:

los locos, los sordos, los ciegos, los vagabundos
te seguían de lejos, con respeto.
¡Un hurra por el rey!, gritaban.
¡Nuestro líder!
¡El mayor domador de leones del mundo!

¿Y tus bolsillos?
Había un agujero en cada uno.
Entonces se acercaron,
tocándote con avidez,
posando una corona de papel en tu cabeza.


Trad. J. D.

miércoles, junio 17, 2009

donald hall / manzanas blancas


manzanas blancas


cuando mi padre llevaba muerto una semana
desperté
su voz en mis oídos
             me incorporé sobre la cama
y contuve el aliento
y me quedé mirando la puerta, cerrada y pálida

manzanas blancas y sabor a piedra

si llamara de nuevo
me pondría el abrigo y las botas de agua


Trad. J.D.


Creo que ya he mencionado alguna vez a Donald Hall (1928) a cuenta de la espléndida antología de poesía norteamericana que preparó para Penguin y que me atrajo, en primer lugar, por su hermosa y célebre portada, la bandera de Estados Unidos reinterpretada con mano entre irónica y elegíaca por Jasper Johns. Hall es conocido ahora, entre nosotros, por su matrimonio de 23 años con la poeta Jane Kenyon, de la que Pre-textos editó no hace mucho una selección muy atinada. Pero Hall es un gran poeta por derecho propio, desde sus inicios fuertemente simbolistas (como demuestra este breve poema) hasta las elegías narrativas y llenas de patetismo de sus últimos libros. Antólogo, profesor, ensayista, biógrafo, autor de libros para niños, Hall es un todoterreno, eso que suele llamarse, a falta de mejor nombre, un «hombre de letras». Fue Poeta Laureado durante el curso 2006-07, hasta que Charles Simic le sucedió (por alguna razón, Simic aparece una y otra vez en esta bitácora). Leí este poema en una antología comprada hace poco en la Feria del libro antiguo de Recoletos y lo traduje casi sobre la marcha. Mi única duda fue resolver el orden de los adjetivos en el verso sexto: «cerrada y pálida», por alguna razón, me pareció una expresión más adecuada que la inversa, aunque se admiten sugerencias.
   

lunes, mayo 18, 2009

convergencias 2


Sandías

Sandías, verdes Budas
en el puesto de frutas.
Comemos la sonrisa
y escupimos los dientes.

Charles Simic



El viejo

El pescado tiene demasiadas espinas
y demasiadas pepitas la sandía.

Charles Reznikoff
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martes, enero 06, 2009

un poema de charles simic


Descripción de algo perdido

Nunca tuvo nombre,
y tampoco recuerdo cómo lo encontré.
Lo llevaba en mi bolsillo
como un botón perdido,
aunque no era un botón.

Películas de vampiros,
cafeterías abiertas toda la noche,
bares oscuros
y salas de billar
en calles aceitadas por la lluvia.

Llevaba una existencia tranquila y anodina,
igual que una sombra en un sueño,
un ángel en un alfiler,
y entonces lo perdí.
Los años transcurrieron con su hilera

de estaciones sin nombre,
hasta que alguien me dijo, «Es ésta»,
y, estúpido de mí,
me bajé en un andén desierto
sin ninguna ciudad a la vista.


Trad. J.D.
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A veces me parece que todos los poemas de Charles Simic (1938) son, en realidad, el mismo poema, la celebración de un mundo nocturno y desastrado, una fantasmagoría cruzada de claves pictóricas y cinematográficas y de un omnipresente humor negro que en ocasiones deriva en ironía o sarcasmo. Con el tiempo, lo narrativo ha ido cobrando preeminencia, pero siempre dentro de una estructura trunca en la que algo irradia misterio desde una ausencia que nadie (y mucho menos el poeta) logra explicarse.

miércoles, octubre 22, 2008

simic dixit

Un crítico reciente ha enumerado lo que define como «el lexicón» de la poesía reciente. Las palabras que se repiten con más frecuencia son: alas, piedras, silencio, aliento, nieve, sangre, agua, luz, huesos, raíces, joyas, vidrio, ausencia, sueño, oscuridad. Su acusación es que estas palabras son utilizadas con fines puramente ornamentales. No se le ocurre al crítico que estas palabras puedan tener una vida intensa para una mente de inclinación imaginativa e incluso filosófica.

de Charles Simic, Fantásticas palabras, silenciosa verdad (Notas 1975-1985)