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martes, noviembre 13, 2012

reginald gibbons / poema





insomne en la fría penumbra


Insomne
            en la fría penumbra
miro ante mí
            la oscura puerta
cerrada
            que de-
viene un
            abismo en el
cual mis
            recuerdos han
caído
            más allá de la risa o
el horror,
            la pasión o el trabajo
duro… mis
            recuerdos
de nuestra
            risa, horror,
pasión,
            duro trabajo. Un
dolor de
            ser. Un dolor
de ser,
            en el amor. Un
dolor de estar
            en el
amor. Como
            proyecciones en la
pantalla
            de las pesadas
cortinas
            del ventanal, las luces
destellantes
            de un quitanieves
raspando el firme
            después de medianoche
por un
            momento laten en
este cuarto.





Otro poema de Reginald Gibbons, de su libro Creatures of a Day (2008). No recuerdo por qué razón, quedó fuera de Desde una barca de papel, la antología de su obra que publicamos hace casi tres años. Lo recupero ahora, deslumbrado por su concisión y hondura emocional. Me parece uno de los ejemplos más acabados de su tono más desnudamente lírico: un contraste con las llamadas odas, más narrativas y también más volcadas hacia lo exterior, la ciudad con sus aristas y miserias sin cuento (mejor incontables: para contárnoslas está precisamente el poeta). Aquí, sin embargo, el verso es breve, cortante y al mismo tiempo ágil, como si una mano lo condujera con firmeza hacia su término natural.

Imposible replicar en la traducción el metro de dos golpes acentuales del inglés; he intentado, al menos, que los versos españoles jueguen a establecer combinaciones imparisílabas, que sea posible adivinar la respiración de un heptasílabo o incluso de un eneasílabo tras los diversos encabalgamientos y particiones versales. El resultado es tan intenso como inquietante: un paréntesis en la noche oscura del alma, una hoguera de palabras modestas que alumbra los peores rincones del tiempo, su mala sombra.

El original, aquí.  

viernes, enero 28, 2011

george johnston / octubre

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La jornada flaquea y los campos

yacen reconciliados. Octubre.
El viejo sale y se sienta

al sol
al pie de su arce
y siente el esplendor sobre sí.

Su camino hacia la oscuridad
de gleba y de piedra:
por la estación llameante.

Confía en ella
como sus bestias confían
o esta lámpara encendida su árbol
castigado por la escarcha.


Trad. J. D.


Descubrí este breve poema del canadiense George Johnston (1913-2004) gracias a la bitácora de Reginald Gibbons, quien hace cosa de un mes le dedicó una entrada entusiasta. Una estampa sugestiva y condensada de una estación que es también una estación vital, el otoño de un hombre que espera sin impaciencia –y acaso sin demasiada inquietud– su propio término. El penúltimo verso puede inducir a confusión hasta que comprendemos que el arce es justamente esa lámpara que ilumina al viejo y lo envuelve en su esplendor.

Gibbons subraya en su nota la calidad casi doméstica y algo arcaica de las palabras que emplea Johnston:
palabras de familia, gastadas tibiamente, que diría Gil de Biedma, y he intentado, sobre todo en los primeros versos, que el español tuviera esa sencillez, esa flexibilidad. Esta es la razón, también, de que haya no pocos versos de seis, ocho y diez sílabas, tan habituales en nuestra poesía popular. Porque «Octubre» es uno de esos raros híbridos: un poema de acento y sensibilidad tradicionales que no habría podido escribirse sin el ejemplo del imagism o la reticencia luminosa de un William Carlos Williams.
.

martes, enero 11, 2011

3 poemas / triquarterly

.

Riva Lehrer, Study for Unicorn Skull, 2005


Un viejo conocido de esta página, el poeta y crítico norteamericano Reginald Gibbons, ha tenido la gentileza de traducir tres de mis poemas («Desierto de los Monegros», «Epílogo» y «Suceso») y publicar el resultado en el último número (invierno-primavera 2011) de la revista norteamericana TriQuarterly Online (una revista virtual con sede en la Northwestern University de Chicago). Tantos años traduciendo a poetas de habla inglesa y ahora compruebo, con cierto asombro, que algunos de mis versos han hecho el viaje opuesto. El trabajo de Reg Gibbons es impecable, pero me queda una leve sensación de incomodidad, como si me hubieran examinado con el mismo impudor o alegre desenvoltura que he dedicado antes a otros; algo inevitable, supongo, cuando te traducen a idiomas familiares. En cualquier caso, disfruto con la experiencia. Me gusta este lugar intermedio en el que dos idiomas admirables, jugando con sus virtudes y sus resistencias, me dan y me quitan al mismo tiempo. Casi me parece que podría revisar algún verso del original en respuesta a su traducción inglesa...

sábado, junio 05, 2010

reginald gibbons / chicago

.

He hablado del escritor Reginald Gibbons (Houston, Texas, 1947) en otras ocasiones, en especial con motivo de la publicación, hace seis o siete meses, de una antología de sus poemas en la editorial extremeña Littera Libros. El libro se llamaba, se llama aún, Desde una barca de papel, y recoge poemas de todos sus libros hasta llegar a Creatures of a Day (2008), con el que fue finalista del National Book Award en 2009. No es su último libro publicado. Hace poco ha visto la luz Slow Trains Overhead: Chicago Poems and Stories, que recoge poemas y relatos ambientados en su ciudad adoptiva, Chicago, y cuyo título hace referencia al tren elevado, el EL, que recorre desde 1892 el centro de la ciudad y es una de sus atracciones más célebres y características. Un tren que va algo más despacio de lo que dice el título, porque su autor me envió un ejemplar del libro hace semanas y todavía no me ha llegado. Habrá que esperar un poquito más aún para disfrutarlo.

Animado por la preparación de la antología, traduje un largo poema de Creatures of a Day para un número especial de la revista Eñe dedicado a la literatura norteamericana. Se títula «Oda: En una estación de servicio de 24 horas», es un largo poema en prosa y forma parte de una serie de piezas extensas que recorren el libro comentando las superficies y texturas de la Norteamérica contemporánea, su mezcla de opulencia y miseria, de riqueza y vulgaridad, los malentendidos sociales y culturales que atraviesan la convivencia en una sociedad maleada por los caprichos del mercado. Uno de los rasgos más curiosos de esta serie de poemas es que Gibbons suele empezar cada nueva estrofa o párrafo retomando, a modo de eco, las palabras finales del precedente. Y también que la mirada que el narrador (porque son poemas tan narrativos como meditativos) arroja sobre sí mismo está llena de dudas, de perplejidades, de algo muy parecido a la mala conciencia social de la que hablaba Gil de Biedma hace cincuenta años.

El poema es tan lúcido como inquietante, creo yo. Y fue un placer traducirlo. El problema o escollo principal fue dar voz, un tono de voz verosímil, al anciano que conversa con el narrador. No sé si lo he conseguido. Pero sé que con este libro Gibbons nos demuestra que es posible hacer una poesía culta, trabajada, nada complaciente en términos de lenguaje y dicción, y al mismo tiempo asomarse con nobleza a los pliegues y hondones de nuestra mal llamada sociedad de la abundancia.



Oda: En una estación de servicio de 24 horas

En una estación de servicio con garaje y un tétrico Food Mart abierta las 24 horas en una esquina de la ciudad donde siempre hay tráfico, junto a un local de una cadena de restaurantes que sirve desayunos y pastel inerte y pesado día y noche,

En torno a medianoche, cuando hace frío, en torno a la parte delantera de mi coche con el capó levantado, cinco jóvenes mexicanos, no como yo, sus padres podrían vivir en granjas, se arremolinan para ver el mecanismo, y el que sabe del asunto, después de esperar hora y media la entrega de las piezas de recambio y después de trabajar en otros coches mientras enseña a los demás,

Cambia el radiador estropeado, más para su público que para mí, y recuerdo haber visto

Haber visto en México, no como aquí, un mercado donde junto a cada quiosco de flores atentas, expuestas para los que pasaban junto a ellas, y junto a cada pirámide de mangos, papayas, tomates, plátanos, naranjas y pimientos vigilantes, se sentaba el que los vendía, un representante humano de la abundancia y la privación, del comercio y el trabajo, esperando,

Pero aquí quien vende su trabajo no debe esperar,

Y mientras espero, yo a mi vez he salido para ver qué ocurre, he vuelto a entrar, he meado en el servicio mugriento, he vuelto a salir, he vuelto sobre mis propósitos y remordimientos, surgida de ningún sitio he sentido esa punzada de añoranza familiar por alguien muy querido que está en otro sitio, miro el reloj,

Los muchachos miran y bromean, no llevan ropa suficiente contra este mundo helador, y sin cobrar aprenden,

Yo aprendo cómo se transmite el saber para que otros jóvenes puedan ganar algo de dinero con sus manos,

Puedes ganar dinero con tus manos, tu velocidad, tu espalda o tu cerebro, y con lo que hay entre la verdad y una mentira, lo que tienes entre las piernas, puedes ganar dinero,

El dinero no era lo que primaba en mi mente hace tiempo

Cuando era joven, para mí aprender era algo que estaba en los libros, los libros no eran inertes sino que a veces parecía que fueran a batir como alas entre mis manos, quería todos los libros que fuera capaz de conseguir y pensaba que el dinero, en cantidad suficiente, acabaría por llegar de un modo u otro,

Aquí llega de manera constante a los dos dueños, socios, italianos, no como yo, presiden por turnos el garaje, la tienda medio vacía, el café recalentado, «Gratis» dice el letrero, en una jarra polvorienta y medio vacía sobre una bandeja que quema, sobre los baños mugrientos y el hueco entre ellos, una especie de sala de espera…

Tres butacas unidas y decrépitas que han sido transplantadas de algún teatro cerrado por falta de público.

~

Vuelvo a entrar y me siento un rato en una butaca, y en el otro extremo, un asiento vacío entre nosotros, hay un viejo, no como yo, le vi antes hablando con el italiano del turno de noche, descansa sus dos manos en un bastón tallado con un pomo de madera como una hoja de hacha roma, lleva una gorra negra de marinero ladeada con aire festivo o negligente,

Va usted elegante, me dice, pero no llevo puesto nada especial, y como suelo ponerme en guardia ante los demás, así es como aprendí a comportarme, había evitado adrede saludarle con los ojos mientras me miraba,

Ahora su acento me dice que es de aquí, porque

Éste es un lugar, aquí, con ochenta acentos diferentes, un barrio de ciudad con casas de dos y seis apartamentos, feas y baratas, casas de madera, casas de proyectos de futuro desiguales y de familias acabadas y dispersas, de viejos mundos que no encajan, de niños que aman a sus abuelos y se avergüenzan de ellos, de breves juergas y largas y duras horas de trabajo, de viviendas corroídas por el aliento y las corrientes de la ciudad,

Aquí, respirando con fuerza, algunos hombres y mujeres han escapado de la mortalidad en otro lugar –Little Rock o Sarajevo– o han sucumbido aquí a la mortalidad después de cruzar océanos desde Saigón o Beirut, los escaparates tienen

Don de lenguas, el aire está lleno de palabras, de mugre, creencias equivocadas, olor a comida comercial, gasolina, éste es el aire de la ciudad, y

Y el anciano, un ser de la ciudad, quiere conversación y

Y para salvar mi alma mortal unos minutos, me giro hacia él y doblego mis ojos,

Adivine de dónde soy, me dice, nunca lo adivinará.

~

Pruebo Polonia y se le ve sorprendido pero también satisfecho de que no ha logrado engañarme,

Golpea el suelo con el bastón y me cuenta su historia

(Parte de ella: Judío, sobrevivió, no me dice cómo, se quedó en Varsovia hasta la década de 1950, era sastre, vino a este país, a Chicago –como cruzar una puerta, dice, creo saber lo que quiere decir– y trabajó muchos años en el negocio textil, trajo su bastón consigo, lo lleva a todas partes, ahora tiene un buen puesto en el rastro, guarda el género ahí toda la semana, tiene ropa de calidad, Venga y la verá, vive a dos manzanas de aquí, cada noche se despide de su mujer, ella dejó de salir, él viene aquí, al garaje, se queda sentado una o dos horas y bebe el inmundo café gratis, incluso en mitad de la noche habla con quien esté esperando junto a él),

Este lugar es cuanto puede usar en esta parte del mundo

Como usó una vez los cafés de Varsovia

(En Varsovia, antes de escapar de aquellos sistemas burocráticos del miedo, no habría podido prever la negligencia de este sistema y sus estridentes voces transmitidas, sus productos fantásticos, sus incrustaciones de fantasía, pero le movió la esperanza de ganarse la vida y lo consiguió),

Cardin, Claiborne, Calvin Klein, Tommy, dice con orgullo, Ahorrará dinero, Es el rastro más grande que hay, cientos de puestos, Todo, Buena ropa el fin de semana, ¿Por qué no va?

Le cuento parte de mi historia: no de Varsovia sino de Lodz y antes aún, de Bialystok, vinieron mis abuelos maternos, judíos, hace cien años, tenía razón, dice con orgullo, ya decía yo que parece europeo,

Así que digo, Una mitad lo es,

Y veo el joven espectro de mi padre huyendo de nuevo de la granja de su padre irlandés y su madre medio choctaw, en el estado de Mississippi, y veo su viejo espectro retrocediendo y apartándose de esta conversación y le pregunto al viejo, ¿Cómo se llama?

Bill, dice, y sonríe, y un hombre despeinado de unos treinta años, no como Bill o yo, con paso ligero y una sección arrugada de periódico en la mano, cruza por delante de nosotros y sin tocar el pomo del servicio de caballeros entra directamente en el de señoras; Bill y yo oímos con claridad el clic de la cerradura

~

Y nos miramos el uno al otro, ahora vuelvo, le digo, y salgo al garaje y el quinto joven sigue trabajando en el radiador, explicando a los otros cuatro lo que hace, todos me miran con una sonrisa, tiemblan de frío y ríen y se dicen chorradas, de nuevo pienso en o soy pensado por alguien que está lejos, a quien echo de menos y que quisiera ver de nuevo, ahora mismo,

Cuando Bill me ve regresar ladea la cabeza hacia el servicio de señoras y levanta las cejas para decirme que el tipo sigue ahí, y nada más sentarme una joven cruza por delante de nosotros, hay angustia en su rostro, no como en el mío,

Lleva ropa barata pero fina, con zapatos elegantes, veo que Bill ha tasado su ropa, nadie podría negar que tiene una boca hermosa, cruza por delante de nosotros y entonces el pestillo cerrado del servicio de señoras la hace detenerse, nos mira con vergüenza, con urgencia, El de caballeros está libre, le digo amablemente y ella parece ofendida por que me haya dirigido a ella y abandona nuestro campo de visión

Y Bill suspira, se encoge de hombros ante mí, dice, ¿Se lo puede creer?

Antaño los hombres creían en dioses, le digo,

Es verdad, responde, pero cualquier cosa puede ser una puerta si la empujas: trabajar con las manos –¿ve estas manos?–; o la filosofía; o ver gente sufrir a tu alrededor; o un trozo de pastel de manzana; o vivir con tus propios pensamientos, día tras día donde ves que nadie tiene pensamientos así; o hasta la ropa…

¿O una boca hermosa de mujer? ¿O cinco muchachos hablando español junto a un radiador a medianoche?, pregunto,

Y Bill dice, ¡Sí, por supuesto! ¡O el bastón!, y levanta su objeto de madera oscura y gastada para hacerme ver que en el pomo, la cabeza, hay doce pequeños anillos deslustrados y tintineantes colgados de doce postes diminutos, el bastón parece casi capaz de saber, de ver, hasta de hablar,

Entonces oímos que alguien tira de la cadena y el tipo sale del servicio, ya no tiene el periódico en las manos, y sale tranquilamente,

Este polvo nocivo que hay sobre todas las cosas es como una hierba molida de abandono y dinero letal,

Puedo oler el café barato, espeso, recalentado,

La joven vuelve corriendo al servicio de señoras, la puerta cómplice ofrece la garantía del clic del pestillo, bibliotecas flotantes que debían llegar a lugares lejanos y sin libros se hunden por el camino, los medios de comunicación son un almacén de chatarra de coches nuevos, y los mineros yacen enfermos en sus cabañas, el dinero va siempre primero, todo es como siempre y distinto, cambiado, lirios o papayas o reparaciones a medianoche, tejanos azul marino o historias, y en este momento, como en cualquier otro momento, hay una posibilidad que el momento anterior no tenía, algún otro jalapeño u orquídea o tacón alto, alguna otra reparación de radiador, algún otro muchacho que se ha marchado de casa para encontrar trabajo,

Y Bill me mira, y cualquier hora mesiánica, apocalíptica u ordinaria de la noche y del día, como esta hora, parece infinita,

Le pregunto, ¿Qué haces aquí esta noche, Bill, tan tarde? ¿No es hora de que vuelvas a casa?

El italiano del turno de noche cruza el suelo de cemento del Food Mart en dirección al garaje, aprieta el paso mientras llama a voces a uno de sus empleados, Bill y yo le observamos, Chicago no es como Italia o México o Polonia, pero Polonia, Italia y México están aquí en el garaje, lo sé y no lo comprendo,

Bill extiende su mano gruesa y arrugada

Para darme la mano, ofrecer y recibir honores y reconocimiento, tenemos almas mortales

Y nuestras almas necesitan reparación constante,

No sé por qué, dice Bill… La maquinaria del planeta, eso pienso, me despierta por la noche, la ropa, las facturas, lo que dicen los periódicos, y luego si duermo tengo pesadillas, no, mejor sentarme aquí un rato más, hablar, hasta que usted se vaya. Entonces me voy.
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Trad. J. D.
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domingo, abril 18, 2010

gibbons / siles

Desde hace tiempo, las artes se debaten entre lo ético y lo retórico, sin llegar a encontrar una articulación que permita fijar un tipo de discurso que ocupe el punto fiel de la balanza. La mal llamada poesía social se inclinó por lo primero; la estética posterior al simbolismo, por lo segundo. La poesía norteamericana ha sido -junto con la alemana- la que más se ha esforzado por generar un nuevo tipo de discurso capaz de servir de expresión a las contradicciones del capitalismo tardío y a las disfunciones propias de la civilización postindustrial. […]


Así comienza «Disputas y lamentos», la certera reseña que Jaime Siles dedicó ayer, en el suplemento literario del ABC, al libro de Reginald Gibbons. Alegra saber que todavía hay sitio para la edición independiente, casi artesanal, en las páginas culturales de nuestros diarios. También Littera Libros, con lógico orgullo, se hace eco de la reseña.

viernes, enero 29, 2010

desde una barca de papel


Hay temporadas en las que el mundo está demasiado con nosotros, como decía Wordsworth. Y así ha sido estas últimas semanas. Las obligaciones laborales me han impedido acercarme a esta bitácora y también, muchos días, a las de mis amigos y afines. Parece que la situación de emergencia remite y que vuelvo a tener una relación más saludable o equitativa con el calendario. Ojalá se prolongue.

En cualquier caso, no quería dejar pasar más tiempo sin anunciar -y celebrar- la publicación de la antología Desde una barca de papel. Poemas (1981-2008), del poeta norteamericano Reginald Gibbons (Houston, 1947), un proyecto en el que hemos trabajado muy estrechamente el autor, los editores -Antonio Reseco y José María Cumbreño, esto es, Littera Libros- y yo mismo, y que es una especie de punto de inflexión, de primer hito en el camino, desde que tuve la suerte de conocer a Reg Gibbons allá por el 2002, con motivo de un homenaje a Luis Cernuda celebrado en México D.F., y descubrí su poesía.

Ya he hablado de Reg en esta bitácora, y también colgué entonces un poema, «Invierno», que aparece de nuevo en esta antología. Autor, a mi juicio, de la mejor traducción que se ha hecho de la poesía de Cernuda en lengua inglesa (en 1977), y finalista hace dos años del National Book Award con su último libro, Creatures of a Day, el trabajo de Gibbons se ha desplegado en diversos frentes: no sólo la poesía y la traducción (de Jorge Guillén, de Sófocles, de Eurípides, de poetas mexicanos contemporáneos) sino también el ensayo, la novela y la edición durante años de una revista crucial para entender la poesía contemporánea norteamericana: la inmensa TriQuaterly, donde, además de intervenir activamente en los debates del presente, también procedió a reevaluar la obra de poetas del medio siglo veinte como Muriel Rukeyser o Thomas McGrath. Doy fe de su celo editorial, porque yo mismo lo he visto en acción mientras trabajábamos en esta antología: esmero, escrúpulo vigilante y una atención minuciosa a los detalles, a fin de que nada se colara entre las mallas de nuestras limitaciones. Así lo demuestra en su propia bitácora, muy bien cuidada, llena de reflexiones que surgen pegadas a tierra, al taller del escritor, pero que no tardan en cobrar vuelo, llenarse de matices y ramificaciones sorprendentes.

Como señalo en la nota editorial, este libro «es el resultado del esfuerzo conjunto de varias personas a lo largo de los años». Además de mis traducciones, también se recogen traducciones de los poetas mexicanos Manuel Ulacia y Víctor Manuel Mandiola (estas últimas, hechas en colaboración con Jennifer Clement) que su autor y yo hemos revisado con detalle. Creo con franqueza que el conjunto no tiene desperdicio; además, retrata fielmente las distintas etapas de su obra, una evolución que lo lleva de una poesía de corte narrativo, muy ligada a la anécdota biográfica, a otra más densa y alusiva, preñada de preocupaciones morales y socio-políticas, donde lo personal y lo colectivo se funden… iba a decir sin fisuras, pero me temo que aquí son precisamente las fisuras, la juntura de colado, lo interesante. Quizá mi poema favorito sea la extensa secuencia que da título al libro, «Desde una barca de papel», pero todos los textos de la última época me entusiasman por igual.

No sin invitaros a dar una vuelta por la página y por la bitácora de Littera Libros, llevadas con nervio y buen hacer por Antonio y José María, cuelgo un par de secciones de su poema en prosa «Migraciones de aves» (It’s Time, 2002) para abrir boca. No os lo perdáis.



MIGRACIONES DE AVES

1.

Pálidas gaviotas se yerguen en los oscuros campos arados igual que parlamentarios.

El aroma de la tierra removida satura el aire.

De pie entre las gaviotas, dos pequeños abrigos negros que graznan.

Dispuestos y apretados en una larga hilera, los cedros parecen haber llegado con la intención de esperar alguna revelación.

Macilento y barbado, el viajero camina junto a ellos por la senda polvorienta rumbo a una u otra civilización, con los ojos abatidos, fumando un cigarrillo, mientras en su mente las innúmeras palabras se han congregado y están a punto de volar hacia el sur sobre el humo de incendios forestales y ciudades.

5.

Había un interrogador que trabajaba para el prefecto jefe de la ciudad, un torturador con una intuición casi infalible de los límites mismos del martirio físico, la humillación y el terror impotente en los seres humanos, un hombre conocido entre sus colegas y superiores por su impecable silencio lo mismo en el trabajo (otros hacían las preguntas sin sentido) que luego, y que con otro nombre escribía poemas.

Estos poemas sobrevivieron a su época, aleteando sin cesar a través del tiempo como una pequeña bandada de pájaros, pero sin regresar nunca a su propio tiempo. Seiscientos o mil seiscientos años más tarde, cuando se redescubrieron fragmentos de poesía entre los escombros desenterrados de grandes edificios antiguos, se estimó que los poemas del interrogador eran de una belleza especialmente delicada y memorable, pero de su autor nada, ni siquiera su nombre falso, se llegó a saber.


Trad. J. D.
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viernes, noviembre 14, 2008

reginald gibbons

Acabo de enterarme de que mi buen amigo el poeta, traductor y ensayista Reginald Gibbons ha sido nombrado nada menos que finalista del National Book Award en EE.UU., algo así como el Premio Nacional de Poesía en nuestro país. Me ha dado un alegrón. Gibbons no es sólo un enorme poeta, sino también uno de los grandes editores y animadores poéticos de su país. Su paso por la revista Triquarterly fue memorable. Y, por si fuera poco, es el responsable de la mejor traducción, con diferencia, de la poesía de Luis Cernuda al inglés; la que leyó Harold Bloom, por ejemplo.

Conocí a Reg Gibbons en el otoño de 2002, en el transcurso, precisamente, de un congreso sobre Cernuda celebrado en el Colegio de México. Un hombre encantador, de maneras suaves, culto y refinado como sólo pueden serlo a veces los norteamericanos, que hablaba un correctísimo español, con un notable acento, eso sí. Traductor también de Sófocles (ahora lleva un tiempo traduciendo poesía rusa), ensayista y autor de una sola novela (Bittersweet, muy recomendable), su poesía recoge una doble herencia: la precisión y claridad verbal de Pound y el aliento moral, empeñado en el trato con la historia y las historias del presente, de un Auden o un Milosz. Mi afición a los bestiarios me llevó, no obstante, a traducir este poema breve y (lo reconozco) no demasiado representativo de su poesía última. Aquí lo veo más bien como una mezcla de Ted Hughes y Charles Simic.

Enhorabuena, Reg.


Invierno

Llega un cuervo y se posa en el árbol.
Me estudia.
...................Va a sacarme los ojos.
Mis vecinos me ofrecen todos
sus rifles. Le pego un tiro.

Herido, se desploma entre las ramas, muere,
buscando enderezarse, y aterriza en la nieve.

Pero ahora, aún vivo, empieza a caminar, se tambalea,
sus alas dejan marcas brillantes y encarnadas
como runas antiguas, signos de cantos y lamentos.

El cuervo que iba a sacarme los ojos,
predador, carroñero, ladrón
de vida.
No obstante es él, no yo, quien escribe con sangre el poema
que nadie ha de negarlo es bueno.


Trad. J.D.