Miguel Barrero cuenta en su bitácora, con bastante más gracia que yo, una anécdota reciente que viví en Argelia y que podría entrar a formar parte de un posible anecdotario de la traducción poética. Cosas que le pasan a uno cuando hace de viajante de su propia poesía.
(Por cierto, me asombra y me conmueve la retentiva de Miguel, considerando que la anécdota se relató en un bar de Cimadevilla a las tres de la mañana. Y no, la foto no es de ahora, lo menos tiene once años. Ay esas gafas!)
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