miércoles, mayo 28, 2014

robert hass / bálticos, de tomas tranströmer





Pienso en Bálticos de Tomas Tranströmer en mitad del invierno y en mitad del estado de Vermont; mucha nieve: blanca, gris, azul humeante; pinos verdinegros, rastrojos de madera de cedro quemada por la nieve. Apenas vi nieve antes de cumplir los dieciocho, así que la intensidad y neutralidad del paisaje de Nueva Inglaterra no ha dejado nunca de parecerme vívida y extraña. Y presente. Como no pertenece a la niñez, no evoca ningún anhelo, no es la secuela de algo perdido; y me hace completamente feliz, excepto por una pequeña sensación de asombro que me inquieta. La felicidad es como una experiencia del ser puro; la inquietud es preguntarme qué significa o qué puedo hacer con esa experiencia. Parece una pregunta enorme, y me lleva a lo que valoré antes que nada en los poemas de Tranströmer o en las traducciones de su poesía que he leído. [+ seguir leyendo]



Así comienza el largo ensayo que el escritor y traductor norteamericano Robert Hass (1951) dedicó a comienzos de los años ochenta a Tomas Tranströmer y que Minerva, la revista del Círculo de Bellas Artes, acaba de publicar en su último número –el 22– como parte del dossier que dedica al poeta sueco, ganador del Premio Nobel, con motivo de su visita al CBA en octubre del 2012. El dossier se completa con un poema inédito de Tranströmer –en traducción de Francisco J. Uriz– y con dos textos adicionales en los que el poeta expone sus convicciones políticas, sus puntos de acuerdo y de discrepancia con la militancia política de izquierdas a partir de la publicación de Tañidos y huellas en 1966.

Este dossier Tranströmer es uno de los últimos trabajos que Esther Ramón y yo realizamos en el CBA. El texto de Hass me sedujo desde que lo leí en Poets Teaching Poets. Self and the World, una hermosa antología de ensayos de poetas sobre otros poetas que Gregory Orr y Ellen Bryant Voight editaron en 1996 para la Universidad de Michigan, y me pareció que sería buena cosa traducirlo para la revista. Es un ensayo en forma de diario de lectura: un registro de los sutiles cambios de opinión, de los ajustes y correcciones internos que tienen lugar conforme se avanza en una obra que admiramos y sentimos cerca de nosotros (en este caso, el poema extenso Bálticos, de 1974), sin que ello signifique deponer nuestro juicio crítico. Hass, que es un gran lector, razona sus gustos y también sus reservas, esos rasgos de la obra que le parecen menos fértiles o sugerentes. El resultado nos da claves para entender no solo la obra de Tranströmer sino también el lugar que puede seguir ocupando la poesía en nuestro mundo, o el modo en que deberíamos quizá plantearnos su escritura. En cualquier caso, me parece un ensayo fascinante.


sábado, mayo 24, 2014

charles tomlinson / la puerta



Brook Cottage, hogar de Brenda y Charles Tomlinson,
en Gloucestershire (foto de Richard Swigg)


Muy poco
se ha dicho
de la puerta, una de
sus hojas vuelta hacia el aguacero
de la noche, y la otra
hacia el temblor y el brillo de la lumbre.

El aire, encerrado
tras esta cubierta
en el libro del cuarto,
se llena con las páginas
sucesivas de oscuridad y fuego
mientras el viento empuja los paneles o revuelve la llama.

No solo
el rompeolas
de la tormenta, sino la repentina
frontera de nuestros encuentros, apariciones,
y dueña de tanto espacio
como la vista a través de un dolmen.

Pues las puertas
son a la vez marco y monumento
al tiempo consumido,
y muy poco
se ha dicho
de nuestras idas y venidas a través de ellas.


Trad. J.D. / el original, aquí.



Regreso a Charles Tomlinson, una vez más. Lo hago porque me acaba de escribir Richard Swigg, sin duda la persona que más y mejor ha estudiado su poesía y cuidado su obra, hasta el punto de haberse ocupado durante años de grabar al poeta leyendo todos y cada de sus poemas. Convencido de que la dimensión aural o auditiva es indisociable de la experiencia poética (es decir, que leer un poema debe ser, ante todo, escucharlo), Swigg ha analizado como nadie las grabaciones de los grandes poetas angloamericanos del siglo pasado Eliot y Williams, en especial y ha incorporado sus conclusiones al estudio crítico de la poesía: el modo en que el autor lee un poema, o cómo cambia de estrategia al leerlo en distintos momentos de su vida (así Eliot y La tierra baldía), puede ser tan importante para el trabajo interpretativo como el close reading practicado habitualmente por los críticos.

El caso es que Swigg me da tres noticias. La primera es feliz: la Universidad de Pennsylvania ofrece la posibilidad de escuchar en su página web, en formato mp3, todos los poemas de Tomlinson así como sus conversaciones con Hugh Kenner y Octavio Paz y sus traducciones del poeta ruso Fyodor Tyutchev y de nuestro Antonio Machado, de las que ya hablé hace un par de meses. La página en cuestión, PennSound, es un inmenso archivo sonoro en el que pueden encontrarse grabaciones de toda clase de autores; el índice es prodigioso. (No voy a entrar en comparaciones que solo pueden inducir a la melancolía. Hablamos de la iniciativa de una sola universidad; otras muchas en aquel país acogen programas igualmente valiosos. ¿Qué hacen entretanto los departamentos de humanidades de nuestras universidades?)

La segunda noticia es un poco más especializada, pero estoy seguro de que algunos lectores de esta bitácora la recibirán con curiosidad: la revista virtual Jacket 2 incluye en portada la correspondencia completa entre Charles Tomlinson y el poeta objetivista George Oppen, el autor de The Materials, uno de los grandes libros de la post-vanguardia norteamericana. Charles descubrió su poesía en 1963, durante su estancia como profesor visitante en Albuquerque, Nuevo México, y la carta inicial, de abril de ese año, inauguró una correspondencia llena de afecto y admiración por ambas partes que se prolongó durante cerca de veinte años. Para quien sepa inglés, es una lectura llena de interés, de pequeñas curiosidades; y el retrato en tiempo real de un diálogo entre poetas unidos por el idioma y su admiración por los maestros de la vanguardia Pound y Williams, sobre todo, pero separados por su origen y su ideología (Oppen llegó a ser miembro del partido comunista americano en los años treinta; Charles siempre ha sido un hombre más bien conservador, aunque enemigo cordial de las políticas destructivas y avariciosas de Thatcher).

Por desgracia (y ahora llegamos a la tercera noticia), Swigg me aclara que el estado mental de Tomlinson le impide tener conciencia de estas novedades editoriales. A sus 87 años –como Oppen al final de su vida, por cierto–, ya no sabe o recuerda quién es. Pero sus lectores sí lo sabemos, y me apetece compartir en esta página, a modo de homenaje, uno de los poemas suyos que más me gustan, «La puerta», incluido originalmente en American Scenes and Other Poems (1966). Un poema que recuerda todas las puertas que Tomlinson abrió para la poesía y que él mismo se encargó de franquear con determinación y alegría. Que su declive, esa densa marea de olvido que le envuelve, le sea leve.

martes, mayo 20, 2014

fotogramas





Ha logrado que hasta su ángel de la guarda se avergüence de él.



Si no nos atraviesa, si no sopla también en las entrañas, no merece llamarse viento.



A fuerza de esquivar palmadas en la espalda, va avanzando.



Allí la gente sueña para vivir, siquiera unos instantes, fuera del alcance de Dios.



Nunca sé qué decirle, ni cómo comportarme en su presencia. No sé qué haría sin él.



sábado, mayo 17, 2014

jrj / apostilla


Revisando un poco las reacciones que todavía hoy suscita Juan Ramón Jiménez, resulta ilustrativo –cuando no deprimente– hasta qué punto la obra sigue pesando menos que la persona, la figura pública. Y cuando digo persona quiero decir el relato de sus manías y neurosis, su egotismo legendario, esa presunta incapacidad para admitir que sus discípulos pudieran crecer o desarrollarse lejos de una sombra que siempre iba a ser excesiva. Se le valora no tanto por lo que dio, que es incalculable, como por aquello que, al parecer –y siempre según los cuentos que algunos de esos alumnos se encargaron cuidadosamente de difundir–, fue incapaz de recibir, guiado por una mezcla de suspicacia, rencor y hasta envidia.

Nada extraño, por lo demás: si miramos a nuestro alrededor, vemos que puede ser menos ofensivo olvidarse de regalar algo que no aceptar el regalo del otro con el entusiasmo debido, en especial cuando ese otro concibe el regalo como extensión o expresión de su yo. Es verdad que Juan Ramón, como buen ególatra, no se privó de incurrir en este vicio –la obra propia es siempre, en primera instancia, un pedir silencio, una exigencia de atención–, pero no lo es menos que ha pagado con creces las consecuencias; de hecho, las sigue pagando a día de hoy. Y se pregunta uno qué puede hacerse para que los lectores veamos su obra como lo que es: un obsequio inmenso, incesante, cuya magnitud pasa quizá desapercibida porque no va envuelto en el papel de colores que solemos esperar en estos casos.

miércoles, mayo 14, 2014

palabras en el tiempo





Recuerdo una de las anécdotas preferidas del poeta Peter Redgrove (aparece, creo, en la entrevista que concedió a The Paris Review): un día, mientras paseaba por el taller de pintura de Falmouth College, en Cornualles, donde era profesor, vio que uno de sus estudiantes trabajaba en lo que a primera vista parecía un diseño abstracto y vagamente geométrico. Redgrove había estudiado ciencias naturales en Cambridge y reconoció en aquel patrón el tejido celular de un bronquio humano. Cuando el poeta se lo hizo notar, la reacción de su alumno fue de incredulidad, así que al día siguiente Redgrove apareció con un tratado de histología y le mostró la semejanza. El asombro fue grande. Una semana después, el estudiante hubo de ser ingresado en el hospital con una insuficiencia respiratoria cuyo origen estaba, al parecer, en esos mismos bronquios cuyo tejido celular había dibujado sin saberlo.

Redgrove era adepto a la fabulación y no es imposible que adornara esta historia hasta falsificarla, pero él la contaba para subrayar la idea –ahora mucho más aceptada o aceptable que entonces– de que ciertas energías creativas son una traducción de procesos corporales de los que no somos conscientes; una traducción que es también un anuncio, algo así que como un diagnóstico oblicuo de anomalías que afloran más tarde, cuando la palabra o la mancha de color o la nota musical han sido formalizados según la intuición de su creador. Del mismo modo que un tumor cancerígeno puede tener su origen en la somatización de un trauma vital, de un momento de crisis o una experiencia dolorosa, así la obra puede expresar o canalizar sin saberlo el nudo de una enfermedad que sólo se revela más tarde, a destiempo. Hubo aviso, pero no estamos entrenados para detectarlo.

Pienso en esta anécdota porque el asunto de la energía creativa –su origen, su circulación– no deja de inquietarme. Otro ejemplo, esta vez tomado de mi experiencia personal: he notado que los accesos depresivos –mezcla de irritación y melancolía– que oscurecen algunos días tienen que ver con el hecho de tener algo que escribir y no disponer de tiempo o tranquilidad para hacerlo. Los versos o el germen de idea que formulo en mi cabeza mientras camino por la calle se quedan enquistados, incapaces de desplegarse como piden, envenenando el ánimo y la sangre; la energía no fluye y contamina el lugar donde se encharca. Uno de los dichos preferidos de Redgrove era una frase del psicoanalista John Layard, antiguo compañero de andanzas berlinesas de Auden: «La depresión es conocimiento retenido». Retenido: esto es, no liberado, no fluyente, incapaz de circular y propagarse. Los versos a los que no doy la oportunidad de crecer o multiplicarse no son conocimiento por sí solos, pero sí tal vez la expresión de su búsqueda, de un anhelo por saber que al no cumplirse termina consumiendo a su dueño.

Esta energía vuelta sobre sí misma provoca una forma de tristeza que se distingue claramente de la melancolía poscoital de quien ha escrito y sospecha, de pronto, que no era para tanto, que el texto de llegada está muy por debajo de sus expectativas; y no es tampoco la tristeza de la esterilidad, la sorda impotencia de quien no logra romper su bloqueo. Sucede, más bien, que el flujo de energía se curva como una cola de escorpión para clavarse en uno mismo: es la manga de una camisa de fuerza que debemos morder con ganas para que se rasgue y así salir de la trampa en la que hemos caído casi a ciegas, sin enterarnos; violencia a la que respondemos con la furia de una dentellada. Todo sea por respirar, por abrir un claro en el tiempo donde las palabras encuentren su sitio: y con ellas lo que nombran, lo que saben sin saberlo.