Mostrando entradas con la etiqueta periódico de poesía. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta periódico de poesía. Mostrar todas las entradas

jueves, marzo 28, 2019

salvaje esperanza


El Periódico de Poesía de la UNAM (que ahora dirige el poeta mexicano Hernán Bravo Varela) ha tenido la gentileza de publicar este adelanto de La puerta verde, «Salvaje esperanza», que fue en su día el prólogo de La mano azul. La generación Beat en la India, de Deborah Baker. El libro, que leí exactamente hace diez años, al poco de publicarse, me gustó tanto que años más tarde no dudé en recomendar su publicación a Javier Jiménez, Gran Maestre de Fórcola Ediciones. Y en Fórcola se publicó en el otoño de 2014, en la cuidada traducción de David Paradela López y con un diseño luminoso que incluía la foto de cubierta de la edición original: Ginsberg jugando con un mono en la azotea de uno de sus hospedajes en la India.

Escribí en su día sobre el libro en esta bitácora, pero no compartí el prólogo, donde hablaba con cierta liberalidad y mucho afecto de Ginsberg, Snyder & cia. Lo hago ahora, no sin antes reiterar mi recomendación. Es un libro delicioso, creo yo, incluso para quienes no estén particularmente interesados en los Beat.



lunes, diciembre 10, 2018

césar vallejo / las piezas encontradas


  

Con motivo del Día del Libro, se celebró en la Casa de América de Madrid los días 23 y 24 de abril (¡hace una eternidad!) un coloquio en homenaje a César Vallejo titulado, justamente, «César Vallejo, 80 años después». Leí en esa ocasión una breve ponencia, «Las piezas encontradas», que ahora Periódico de Poesía de la UNAM ha tenido la gentileza de publicar gracias a los buenos oficios de sus editores, el poeta Hernán Bravo Varela y el novelista Daniel Saldaña. Aparece dividida en dos partes, aquí y aquí. Ojalá su lectura no resulte demasiado impertinente.

sábado, febrero 15, 2014

nicanor


[Desde hace algunas semanas el Periódico de Poesía de la UNAM, dirigido por el escritor Pedro Serrano, incluye en su portada un dossier especial de homenaje a Nicanor Vélez, el poeta y editor colombiano que fundó la colección de poesía de Galaxia Gutenberg y editó varias «obras completas» (de Octavio Paz, de José Ángel Valente) de la editorial hasta su muerte a finales de 2011. El dossier incluye textos de Antonio Gamoneda, Andrés Sánchez Robayna, Julio Ortega, José Manuel Blecua, Miguel Casado, Eduardo Milán, Jenaro Talens, Alfonso Alegre y otros escritores, traductores y amigos. También se incluye un pequeño texto que escribí para la ocasión y que ahora comparto en esta bitácora. Una versión algo más breve aparece en el número de febrero de la revista Quimera.]


Lo primero que me viene a la mente al recordar a Nicanor Vélez es, curiosamente, su sonrisa: una chispa en los ojos, la curva traviesa de los labios bajo el bigote, algo en el rostro que lo devolvía por un instante a la niñez. Y digo que me parece curioso este recuerdo insistente de su sonrisa porque con Nicanor tuve, sobre todo, una relación telefónica. Nos vimos muchas veces, nos escribimos con abundancia, pero el teléfono era el espacio donde se dirimía casi en exclusiva el diálogo, el trabajo en común. Nicanor y el teléfono: su insistencia a destiempo, sus llamadas bajo el sol de playa de agosto, sus charlas eternas para cerrar los detalles de un libro, una revisión de pruebas o, simplemente, hablar de nuestras cosas. El teléfono era el reverso locuaz que le permitía, antes o después, pasar largas horas en su local de la calle Getsemaní revisando textos, corrigiendo y ordenando papeles, forjando con paciencia de relojero los libros a su cargo. Creo que todos los autores, traductores y colaboradores de los volúmenes de poesía, ensayo y obras completas que produjo Nicanor han tenido la misma experiencia: la fase final de cualquier proyecto era una larga llamada intermitente que podía durar semanas y que no se cerraba hasta que dábamos respuesta a todos y cada uno de los interrogantes de la edición. No he conocido editor más atento, meticuloso y pertinaz que él. Con ninguno he tenido conversaciones más aleccionadoras y debates más encarnizados, hasta el punto de olvidar cuál era el origen de la disputa o preguntarme si de tanto afinar no estaríamos –escolásticamente– cortando pelos en tres. De ninguno he aprendido tanto, no sólo por la calidad misma de la conversación (las enseñanzas sobre cómo resolver este o aquel problema editorial) sino por el ejemplo mismo de su día a día, la constancia rigurosa con que gradualmente, y sin apenas ruido, fue levantando un catálogo de poesía contemporánea que no tiene igual en el ámbito hispanohablante.

Lo que, visto en retrospectiva, más me admira del trabajo de Nicanor –por encima incluso de su excelencia correctora, su esmero, la mirada que estudia y coteja y perfila– fue el modo en que, teniendo muy claras las líneas maestras de la colección y la estructura y alcance de cada uno de sus títulos, era permeable a los consejos y sugerencias de sus colaboradores, los autores y traductores que íbamos trabajando con él y que solíamos quedarnos en la vecindad, sin ganas de marcharnos, satisfechos de poder ayudar cuando era preciso. Nicanor tenía buen oído no sólo para las frases que leía en la pantalla o el papel, sino también para acoger y hacer suyas aquellas propuestas que podían beneficiar a la colección. Era terco, sí, pero también entusiasta y con una mirada paciente, de largo alcance, que sabía poner cada proyecto en su sitio y verlo en perspectiva. Sólo así era posible darle a cada uno su tiempo, su trabajo preciso, y hacer que pudiera engranarse y dialogar con otros libros de la colección. Esa clase de inteligencia emocional, fundada en la constancia y una rara capacidad previsora, es la marca de agua del trabajo de Nicanor. Nada en él es improvisación, ocurrencia. Todo está planeado y forma parte de un conjunto, una suma global, que infunde un valor añadido a cada opción particular.

Los caprichos de la memoria, sin embargo, me devuelven una y otra vez la imagen de su sonrisa en la cafetería del Círculo de Bellas Artes, charlando con Gustavo Guerrero y un servidor poco antes de presentarse Conversación con la intemperie: seis poetas venezolanos (2008), que Gustavo había coordinado con mano maestra. Por alguna razón, le recuerdo exultante: lejos de la mesa de trabajo, olvidado por un instante del móvil, no dejaba de hacer bromas y mirar con ojos expresivos la pendiente de Gran Vía. Esa imagen es el eje al que se anudan recuerdos algo más borrosos: Nicanor en su despacho de Vall d’Hebron, bajando las persianas metálicas antes de enseñarme (sorpresa, sorpresa) las pruebas de un volumen de Octavio Paz revisadas por su autor; o en la presentación madrileña de Las ínsulas extrañas, flotando visiblemente entre los invitados como un globo al que le hubieran quitado lastre (y era así); o saludándome con ojos comprensivos –la sonrisa, de nuevo– cuando trataba de explicar o justificar mis retrasos de traductor apurado.

La sonrisa, sí. Pero también la voz, ese acento difícil de describir o definir en el que se mezclaban tonos de Colombia, París y Barcelona. Por algo mi última comunicación con él fue telefónica: una vieja idea que los dos queríamos retomar sin saber muy bien cómo. Lo siguiente que supe, tres o cuatro días más tarde, es que Nicanor había ingresado en el hospital. Quedó la conversación pendiente y eso hace aún más real, más palpable, el hueco de su ausencia: una voz que espera respuesta. Ultimar la producción de la Obra completa de Blas de Otero, que él había dejado encarrilada pero inconclusa, fue un modo nada impertinente de celebrarle y honrar su recuerdo; también de seguir trabajando con él, de otra forma. Durante los doce años que tuve el privilegio de tratarle hubo un poco de todo: encuentros, desencuentros y reencuentros. Tenía el don de pasar página (él, que tantas editó) y de reanudar la charla como si nada, con los ojos puestos en el camino. Lo sigo echando de menos.




jueves, septiembre 01, 2011

periódico de poesía

.

Me escribe el poeta y crítico mexicano Pedro Serrano para comentarme que el nuevo número de la revista virtual Periódico de Poesía está en la red. Después de tres años de duro y modélico trabajo editorial, Serrano ha conseguido algo que parecía difícil y que sin embargo él ha hecho fácil: una página dinámica, plural, donde caben entrevistas, traducciones, reseñas, ensayos y hasta el ocasional panfleto belicoso. En sus columnas virtuales han convivido poetas y críticos de toda Hispanoamérica, con especial hincapié en México y Argentina, y no ha habido número que no contuviera al menos dos o tres trabajos memorables. Así que me he llevado una buena alegría cuando he visto que el último número de Periódico de Poesía incluye un par de colaboraciones mías: traducciones de la poesía del joven escritor y editor norteamericano Jeffrey Yang (del que ya di una muestra en esta bitácora hace cosa de año y medio), y el epílogo de la edición española de El juramento de la pista de frontón de John Ashbery (Calambur Ediciones), que no habría escrito sin la amable insistencia de su traductor, Julio Mas Alcaraz. Me gusta esta doble vida de los textos, este salirse de las tapas de un libro para anunciar su existencia en territorios donde el libro apenas llega. Esa es quizá, una de las grandes virtudes o funciones de este Periódico de Poesía bajo la dirección de Pedro Serrano. Un periódico que permite a los lectores ignorar las fronteras nacionales y hasta lingüísticas y habitar un espacio común, el de la modernidad, sin dioses ni falsos dogmatismos.
.

miércoles, julio 23, 2008

periódico de poesía

De nuevo en la oficina, ay. Los quince días de vacaciones pasaron demasiado rápido y ya han quedado atrás, sepultados bajo correo atrasado, pruebas por corregir y papeleos varios. Me consuelo, entre otras cosas, echando un vistazo al Periódico de Poesía que Pedro Serrano dirige en México DF. Os lo recomiendo. (También he añadido la revista a la columna de vínculos.)

Por cierto, hay en un número atrasado del periódico unas traducciones del poeta escocés John Burnside que tal vez puedan interesaros.