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sábado, marzo 13, 2010

armitage / el chiste de la nevada

Como el invierno sigue trayendo frío y días desabridos, se me ocurre que una forma de combatirlo sea recordar un viejo poema de Simon Armitage, «Snow Joke» («El chiste de la nevada», 1989). Un poema de humor negro (el típico humor del condado de Yorkshire) en el que la risa no anda muy lejos de la tragedia y que pertenece a esa veta de poesía narrativa y de comentario social que tanto gusta en Inglaterra. Como Larkin, pero más irónico y malicioso, sin la melancolía y amargura del autor de Ventanas altas. Es verdad que la obra de Armitage se ha vuelto más compleja y ambiciosa con el curso de los años, pero a mí, no sé si por razones sentimentales, me siguen gustando más sus primeros libros, los que leí al llegar a Sheffield en el 92: tienen la frescura, la insolencia juvenil de quien acaba de llegar y no se resigna a pasar desapercibido.


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El chiste de la nevada

¿Te sabes el del tipo aquel de Heaton Mersey?
Mujer en casa, amante en Hyde, querida
en Newton-le-Willows y dos hijas encantadoras
en Werneth, en tercero de secundaria. Bueno,

pues como iba con retraso y tenía un buen coche
no hizo caso a los avisos de tráfico y trató de salvar
las últimas seis millas de ventisca en el páramo;
y en cosa de minutos, dicen, quedó atrapado.

Se entretuvo pensando en la vida y en cosas así;
sobre lo que hace el perro al morderse la cola
y sobre la serpiente que se comió a sí misma.
Y vio la nieve cubrir el parabrisas

y se sintió a gusto; y el whisky en la petaca
era cálido y suave, y aunque no tiene gracia
el chiste acaba más o menos así.
Lo hallaron inclinado sobre el volante

con la palabra VOLVO grabada del revés
en la frente helada. Y más tarde, en el pub,
empezaron a discutir alrededor de un ponche
sobre quién de ellos tenía más mérito.

¿El que confundió la antena con una rama de espino,
el que reconoció la silueta del coche
o el que dijo que oyó la bocina, quejándose
suavemente como un despertador bajo el edredón?


Trad. J. D.

El original, aquí.

lunes, enero 11, 2010

nieve 3

Mientras volvemos a casa y ensuciamos con nuestras botas el hielo desmenuzado de las calles, crece la evidencia de que sólo las ramas metálicas de las acacias sabrán guardar la blancura o la pureza de la nieve, su neutra fragilidad.

domingo, enero 18, 2009

visita del reptil

Esta mañana, mientras pasaba junto al trecho de acera donde mi hija y yo nos dimos un buen golpe hace días (una placa de hielo que, pese a todas nuestras prevenciones, terminó haciéndonos caer cómicamente al suelo), el brazo resentido me dio un pinchazo de aviso, como si lo recordara. No es la primera vez. Recuerdo, también no hace mucho, el eco de un tirón muscular mientras cruzaba la calle donde lo había sentido sólo tres días antes. Ciclos corporales que se reiteran con el lugar y que por alguna razón misteriosa coexisten con esos otros, más a largo plazo, que se despliegan en el tiempo. En realidad, todo en ellos es misterioso. Sólo queda consignarlos, mentalmente o por escrito, como ahora. Y desear que ese cerebro de dinosaurio que al parecer sigue alojado y activo en nuestro interior limite su influencia a estas pequeñas y ocasionales bromas privadas.

viernes, enero 16, 2009

nieve 3


Las huellas que dejaste
aquella tarde
sobre la nieve primeriza
siguen frescas aún
en esta página.



(c) Tomo.Yun

miércoles, enero 14, 2009

nieve 2


Le di a probar a mi hija un poco de nieve posada sobre unas hojas de laurel, un puñado de nieve que seguía fresca después de la helada nocturna. Acercó los labios y mordió confiada, con atrevimiento, hasta que el disgusto la hizo apartarse: «¡Sabe a verde, papá!». Sí, una destilación del verde, como si la savia olorosa del árbol se hubiera filtrado gradual y secretamente en los cristales de la nieve. Un licor amargo, lleno de aristas, áspero y punzante como el frío.

martes, enero 13, 2009

nieve

Aún quedan restos de la nevada en las acequias y los caminos de arena y gravilla del parque. Pero lo que piso cada mañana de camino al trabajo no es nieve: una pasta dura y manchada de tierra y huellas y hojas muertas, un fósil de los copos ligeros y abundantes que nos visitaron hace días. La nieve sólo existe en realidad cuando cae, cuando acaba de caer y de posarse y es un milagro efímero que la lluvia o la helada o los pasos de los hombres no hemos arruinado aún.