las nuevas emociones diminutas
lo dejaron sin duda todo claro
a una luz engañosa
y los mechones de una amada
formando un cuello que presiona
para extinguir la pasión de la sangre
el otoño estricto del ojo
el plumaje del intelecto yace empapado
en heces y sangre
oh haya, desata tu hoja, pues al fondo
de su amarillo
el tilo meloso yace dormido
y una sombra de plomo
sella los párpados de sus ovejas
y el indulto repica igual que pegamento
ningún despertar
ahora el rico cerezo
ahora toda la primavera y los árboles otoñales
trad. J. D.

Hace tiempo, creo que por diciembre de 2008, dediqué una entrada inquieta o inquietante al poeta norteamericano Tom Clark (1941). Las noticias que me llegaban lo situaban al borde del desahucio: gravemente enfermo, carecía de seguro médico y pronto se quedó sin fondos para pagar su tratamiento, por lo que sus amigos decidieron organizar una colecta para ayudarle. Parece que aquellos problemas de salud han remitido y que Clark está de nuevo en acción, como atestigua su estupendo blog.
No es fácil encontrar ejemplos de la poesía reciente de Clark; la mayor parte de su obra está dispersa en ediciones marginales, casi subterráneas (a excepción, claro está, de la que va publicando mal que bien en la bitácora), y mi conocimiento de su escritura se basa todavía en los sorprendentes poemas que Donald Hall incluyó en Contemporary American Poetry, la antología de Penguin de la que ya he hablado en otras ocasiones. Este poema es uno de ellos. Hice un borrador de traducción hace mucho tiempo, creo que diez años o más, y sólo ahora he podido corregirlo y dejarlo a mi gusto. Este calor africano impide casi pensar (de ahí, en parte, mi silencio de estos días), pero a veces la mente se ordena lo justo y consigue atar algún cabo suelto. Más que nada, yo destacaría del poema ciertos versos memorables, como el que cierra la primera estrofa, y el tono entre lúdico y dramático, en el que se adivina una veta de amenaza, de alarma pegajosa. Lo que me encanta, en cualquier caso, es que al volver a él después de diez o quince años recuerdo perfectamente (y suscribo) las razones por las que me gustaba.