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miércoles, noviembre 24, 2021

novedad



«Somos las abejas de lo invisible», escribió Rilke al final de su vida. Y a este libar «desesperadamente la miel de lo visible» para alimentar la gran colmena de la imaginación se dedica el poeta en cuerpo y espíritu, en un ejercicio de diálogo con el mundo que va revelando sus formas, colores y relieves, abriendo con los sentidos un espacio para la conciencia. Todo esto será tuyo, publicado justamente diez años después de Perros en la playa (2011), su predecesor, es el cuaderno de notas de un poeta que no abdica de la viñeta narrativa, la excursión ensayística o el aforismo perspicaz para estar a la altura de las cosas y hacerse digno de ellas; sólo así, tal vez, nos darán a conocer su secreto, que es también el de quienes convivimos con ellas. Jordi Doce se pasea como un detective distraído por entre lo cotidiano visible y observa el acontecer del mundo, el aquí y ahora de sus gentes, el modo en que las cosas se despliegan ante nosotros a poco que les prestemos atención. Una mirada hacia afuera que no descuida las sombras de interior ni el sondeo curioso y hasta extravagante sobre un puñado de obsesiones musicales y literarias. Todo esto será tuyo es el retrato algo borroso de alguien que insiste en no llamar la atención; alguien que ha elegido dar un paso atrás para que las palabras hablen por él.

 

Más información, aquí.


Lectura del poeta Álvaro Valverde en su blog.


Imagen de cubierta: Segimón Vilarasau, Delta de l'Ebre. Óleo sobre tabla. 2017.


jueves, junio 25, 2020

auden / cuarenta poemas




Después del parón repentino al que nos vimos forzados por la pandemia, el mundo editorial parece estar recobrando su ritmo habitual. Y estos días, entre otras muchas novedades, llega a las librerías este volumen de pequeño formato que recoge una selección de los poemas de W. H. Auden (1907-1973) que traduje en su día para Galaxia Gutenberg con el título de Los señores del límite. Selección de poemas y ensayos (1927-1973). Un título en el que había, por cierto, un guiño al poeta Geoffrey Hill, que tomó esa expresión de Auden para bautizar uno de sus libros de ensayos.

Aquel viejo volumen se publicó a comienzos de 2007 y hace tiempo que está descatalogado, así que parecía oportuno recuperar una parte al menos de ese material y darle nueva vida. El resultado es este librito, titulado Cuarenta poemas, en el que se incluyen las piezas más célebres de Auden: «El agente secreto», «Considéralo», «Musée des Beaux Arts», «Gare du Midi», «En memoria de W.B. Yeats», «España, 1937», «Elogio de la caliza» y tantas otras.

Dada la naturaleza de la colección –creada explícitamente para ofrecer «selecciones portátiles que recojan lo mejor y más significativo de cada poeta» y hacer de introducción a su obra–, el libro solo incluye la traducción española. De todos modos, casi todos los grandes poemas de Auden se pueden encontrar en internet, de forma que es fácil tomar la traducción como punto de partida para viajar al original inglés.

Doy seguidamente la ficha del libro y mi versión de uno de sus poemas cantarines de madurez, «Law Like Love», que más de una vez estuve tentado de compartir –con ánimo más irónico que otra cosa– durante las semanas de estado de alarma. Es un botón de muestra que da una idea del tono entre mundano y cómplice de su autor, pero también de las dificultades (formales, sobre todo) que plantea traducirlo:

W. H. Auden, Cuarenta poemas
Traducción y prólogo de Jordi Doce
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2020
112 páginas
ISBN: 978-8417971618
PVP: 11 €



La Ley como el amor

La Ley, dicen los jardineros, es el sol,
y la Ley es aquel
a quien los jardineros obedecen
mañana, hoy y ayer.

La Ley es la sabiduría de los ancianos,
abuelos impotentes que riñen sin aliento;
sacan su lengua bífida los nietos:
la Ley son los sentidos de los jóvenes.

La Ley, afirma el clérigo con ojos clericales,
echando su sermón a los seglares,
la Ley son las palabras en el libro sagrado
y la Ley es mi altar y mi espadaña;
la Ley, afirma el juez ajustando sus lentes,
hablando clara y muy severamente,
la Ley es como ya les dije,
la Ley es como saben que supongo,
la Ley es pero déjenme explicarlo,
pues la Ley es La Ley.

Pero escriben doctores legalistas:
la Ley no es lo correcto ni lo erróneo,
la Ley son solo crímenes
castigados en ciertos momentos y lugares,
la Ley son los ropajes que viste el ser humano
aquí y ahora,
la Ley es Buenos días y Hasta luego.

Otros dicen, la Ley es el Destino;
otros dicen, la Ley es el Estado;
otros dicen y dicen
que la Ley ya no existe,
que la Ley se ha esfumado.

Y siempre la ruidosa y airada multitud,
muy airada y muy ruidosa:
la Ley somos Nosotros,
y siempre el necio Yo que insiste débilmente.

Si nosotros, querido, no sabemos
más que ellos de la Ley y lo sabemos,
si tú, al igual que yo,
no sabes bien qué hacer o qué no,
salvo aceptar con todos
alegre o tristemente
que la Ley es y existe
y que todos lo saben,
si absurdo me parece, por lo tanto,
equiparar la Ley a otra palabra,
a diferencia de otros hombres
no sabría decir la Ley es Esto,
igual que no podemos cancelar
el deseo global de adivinar
o escurrirnos de nuestra posición
hacia una condición despreocupada.

Aunque al menos haré
que nuestra vanidad
declare con tibieza
un tibio parecido
del que luego jactarnos:
como el amor, sentencio.

Como el amor no sabemos ni dónde ni por qué,
como el amor no podemos forzarla ni ignorarla,
como el amor lloramos a menudo,
como el amor rara vez la guardamos.


trad. J. D. / el original, aquí

martes, junio 16, 2020

la vida en suspenso





Mañana miércoles 17 de junio llega a las librerías La vida en suspenso. Diario del confinamiento, que firma un servidor y publica con su mimo y elegancia habituales Fórcola Ediciones. Comento en el breve texto preliminar que este libro (aquí la ficha correspondiente) es «una anomalía, un imprevisto», como todo lo que hemos vivido desde hace poco más de tres meses, pero creo que no está de más añadir alguna explicación al respecto.

Empecé a redactar este diario el domingo 15 de marzo: lo que vi y sentí mientras paseaba por el parque a Layla, nuestra perra, fue tan raro, tan espectacularmente anormal, que no tuve más remedio que ponerme a escribir. Sucedió también que a lo largo de los días que precedieron y siguieron inmediatamente a la declaración del estado de alarma, toda mi actividad como editor externo, profesor y conferenciante quedó paralizada o en suspenso. Todas las citas que tenía marcadas en mi agenda de marzo y abril –clases, lecturas de poesía, presentaciones– se fueron cancelando una a una y de pronto me vi desocupado, con una extensión insólita de tiempo libre ante mí. Una vez hechas las cuentas y resueltas las cuestiones de intendencia doméstica, me pareció que lo más razonable era dejarse llevar por la corriente y asumir el parón con naturalidad. Pero no pude evitar que en ese vacío dejado por la falta de cargas laborales brotara la escritura. Lo hizo sin estridencias, como respondiendo a la necesidad de sosegar y ordenar la mente.

El carácter excepcional de lo que vivíamos me llevó de manera espontánea al diario, que es tal vez el género más flexible y mejor dotado para dar cuenta del día a día con una palabra que, siendo fiel a las circunstancias, permita mantener la tensión literaria y una cierta voluntad de estilo. No es solo que en el diario quepa todo, sino que en sus páginas es posible ensayar tonos muy diversos: reflexivo, narrativo, irónico, lírico, etc. Y así fueron pasando los días. Una expresión que utilicé a menudo en los mensajes a los amigos fue: paciencia y buen humor. Y esa actitud de ecuanimidad fue lo que traté de mantener en mi vida cotidiana y de trasladar a mi escritura. No siempre con éxito, por desgracia.

El impulso de escritura se prolongó durante ocho semanas, dos meses justos, y se cerró el lunes 11 de mayo. Lo hizo tan naturalmente como había surgido. Poco antes de esa fecha había recibido la llamada atenta y generosa de Javier Jiménez, que me propuso publicar el conjunto en forma de libro. Acepté, no sin dudas, y el resultado es este pequeño volumen de 160 páginas realzado por el dibujo de Haritz Guisasola en cubierta, un breve y generoso texto de contracubierta de Eloy Tizón y un espectacular trabajo de producción marca de la casa. La verdad es que por ese lado no puedo estar más satisfecho ni agradecido.

Hay libros que tardan ocho o nueve años en cerrarse, como No estábamos allí. Otros recogen un trabajo discontinuo que puede llegar a abarcar dos décadas, como La puerta verde. Pero nunca me había pasado escribir y publicar un libro en menos de tres meses. Es obvio que esto en sí no tiene mucha importancia ni puede configurar un juicio de valor. Lo anoto únicamente como una cifra más en la columna contable de esa extrañeza que produce publicar, como es el caso, un libro de circunstancias

El mismo día que cerré este diario pensando que no quedaba (casi) nada por anotar, vi a un jubilado haciendo prácticas de golf en la hondonada que se abre entre la cuesta de Ruperto Chapí y las vías del tren de cercanías. Al volver de mi paseo con la perra, tres de las conversaciones de los ancianos achacosos con los que me crucé en Ferraz tenían que ver con la comida… Comprobé una vez más que el mundo hará todo lo posible para que sigamos prestándole atención; lo que sea con tal de no pasar desapercibido. Así que el único mérito del diarista es abrir bien los ojos y recoger el guante lanzado por las cosas. (Ese es también, por lo demás, uno de los designios primeros del poema, de ahí que la poesía se halle tan presente en estas páginas).

Mi primera intención fue que estas notas formaran parte de un libro más extenso que habría sido la continuación de Perros en la playa, publicado en 2011. Pero me alegra haber cambiado de opinión y darlas en libro aparte, para diferenciarlas del resto de mi diario. Hay en ellas un tono distinto, una concentración emocional o sensorial que no percibo en otros cuadernos. O eso me parece, al menos. En todo caso, ahí están, listas para encontrarse con los lectores. Ojalá no resulten demasiado impertinentes.

domingo, marzo 24, 2019

novedad / la puerta verde





La hospitalidad generosa de los poetas Antón García y Martín López-Vega está detrás de este nuevo libro, La puerta verde, en el que he tenido la oportunidad de reunir gran parte de mis trabajos sobre la poesía en lengua inglesa de los últimos sesenta años, de Charles Tomlinson a John Burnside y de John Ashbery a Charles Simic, pasando por Ted Hughes, Sylvia Plath, Seamus Heaney o Allen Gisnberg. Lo publica la asturiana Ediciones Saltadera en su colección de ensayo, Arenas movedizas, y es un trabajo modélico en cuanto a diseño, producción, cuidado textual… No puedo estar más contento con el resultado final, la verdad. Me siento afortunado por haber podido publicar mis dos últimos libros con sellos asturianos: tiene algo de regreso a casa, de celebración familiar.

Veo este volumen como el reverso crítico de Libro de los otros (Trea, 2018), pero también como la prolongación natural de La ciudad consciente (Vaso Roto), el libro que allá por 2010 dediqué a T.S. Eliot y W.H. Auden. En fin, otra pieza más del puzle que uno va armando un poco sin querer a lo largo del tiempo (no en vano, el escrito más antiguo de esta compilación data de 1996; el más reciente es del año pasado).

El libro entra en librerías la próxima semana y se presentará en Madrid el viernes 5 de abril; iré dando detalles. Copio seguidamente la ficha técnica y el texto de contracubierta (la foto de cubierta, espléndida y sugerente, es de la tinerfeña Mercedes Pintado Brage, a quien agradezco su permiso para reproducirla).


La puerta verde. Lecturas de poesía angloamericana contemporánea
Colección Arenas movedizas
Ediciones Saltadera, Oviedo, marzo de 2019
288 págs. / 21 €
ISBN: 978-84-949793-0-9
Distribuye: Distriforma

La puerta verde es un panorama didáctico y una guía informativa de la poesía angloamericana reciente. Su autor, Jordi Doce, reúne dieciséis aproximaciones críticas a figuras y obras decisivas de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI. El libro se divide en dos secciones, según el poeta analizado proceda de un lado u otro del Atlántico; desde la orilla anglo-irlandesa: Charles Tomlinson, Ted Hughes, Sylvia Plath (americana asentada en Inglaterra), Geoffrey Hill, Seamus Heaney y John Burnside; desde la orilla norteamericana: John Ashbery, Allen Ginsberg, Kenneth Koch, Charles Simic, Joseph Brodsky (poeta ruso reconocido como un igual por sus colegas estadounidenses), Paul Auster, Sharon Olds, Anne Michaels y Jeffrey Yang.

Sin renunciar a las herramientas de la crítica y el pensamiento contemporáneos, estos ensayos tratan de poner en contexto las obras de estos poetas para luego interrogarlas y entender de qué manera, a su vez, nos interrogan. El resultado, que incluye una amplia antología poética gracias a las cuidadas versiones que acompañan cada ensayo, ofrece una imagen coherente y abarcadora de la poesía actual en lengua inglesa.

miércoles, enero 23, 2019

josé corredor-matheos / novedad





Cuando ves una hormiga
en el camino
procuras no pisarla.
Si acaso la mataras,
por descuido,
habría de menguar
el universo.
Llega hasta ti el perfume
del romero y la adelfa,
de la dama de noche.
Hormigas y perfumes
se convierten de pronto
en tu horizonte.
La tierra, al fin, abierta,
los arbustos tronchados,
las raíces al aire,
la verdad descubierta.
Seguirás tu camino
y encontrarás más cosas,
seres vivos,
una presencia
sólo adivinada,
que no han de aparecer
ya en el poema.




Si hace exactamente dos años y medio –en junio de 2016– anunciaba en esta bitácora la publicación de una antología de la poesía primera de Ángel Crespo (La voluntad de perdurar) en la colección Voces sin tiempo, editada desde Badajoz por la Fundación Ortega Muñoz y dirigida por Álvaro Valverde y un servidor, hago ahora lo propio con este volumen, el sexto de la colección, de su amigo y contemporáneo José Corredor-Matheos.

El paisaje se hace en el poema, que así se titula el libro, reúne ochenta y seis poemas espigados del conjunto de su obra y dedicados, todos ellos, a su relación con el mundo natural, quizá la veta central y más significativa de su obra. Un vínculo con la naturaleza que se funda en la contemplación fascinada, el aprendizaje moral y estético y una profunda empatía con los seres vivos, desde la golondrina que vuela en círculos sobre un sembrado al más humilde insecto pasando por la familia numerosa de los árboles o los jardines que son refugio y cifra de la belleza, ese tiempo otro de la serenidad y el asombro.

El libro –que incluye, por cierto, tres inéditos– aparece cuando su autor está a punto de cumplir noventa años (nació, recordémoslo, en Alcázar de San Juan, Ciudad Real, el 14 de julio de 1929). Hablamos de casi siete décadas de fidelidad a la creación literaria y artística como poeta, traductor, crítico de arte, divulgador y editor desde la publicación de su primer libro de poemas, Ocasión donde amarte, en 1953. Pero quizá lo que más sorprende y admira de Corredor-Matheos es la modestia y la sencillez genuinas con que sigue llevando su vida después de una trayectoria que le ha permitido trabajar con muchos grandes (Alberti, Miró, Dalí, Tàpies, etc.) y estar en el centro de proyectos culturales de largo alcance en la Barcelona de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Pocas personas he conocido tan libres de vanidad o de resentimiento, y eso se trasluce, en última instancia, en una poesía que combina la ingenuidad y la capacidad de extrañeza propias de un niño con la sabiduría de quien ha vivido y pensado largamente.

Copio seguidamente un fragmento del prólogo que he escrito para el libro, que llega estos mismos días a librerías (lo edita, como ya he dicho, la Fundación Ortega Muñoz, y lo distribuye UDL Libros):

 

[…] La naturaleza, para Corredor-Matheos, ha sido tanto presencia pura como correlato de ciertos estados anímicos o emocionales. Es también un interlocutor con el que ha ido dialogando a lo largo de los años, escuchando sus enseñanzas, acechando sus misterios, aguardando sus señales. La cuestión, supongo, era encontrar formas de hacer más llevadero el peso del yo, de romper como fuera los grilletes de un subjetivismo miope que nos pone siempre a los pies de los caballos del deseo... y de su reverso: la angustia. Este trabajo de abolición del yo se anuncia en muchas piezas de los años sesenta, pero se afianza con la publicación de Carta a Li Po en 1975 y, sobre todo, con el tono más lúdico y desenfadado de Jardín de arena (1994), donde la influencia oriental es determinante y supone un cambio revelador: si hasta mediados de los setenta «yo» es el pronombre enunciador de estos poemas, en los ochenta (con la escritura justamente de Y tu poema empieza) ese pronombre pasa con frecuencia a ser «tú», un tú que implica distancia y a la vez desdoblamiento, que permite al poeta dialogar consigo mismo, pero también poner en solfa su propia existencia: «¿Por qué tú has de ser tú?». Son poemas donde ese tú se relata, se aconseja, se amonesta incluso; donde se da indicaciones a sí mismo sobre cómo llevar su relación con el mundo natural, sus plantas, sus animales, sus cambios de clima, el modo en que los nombres, lejos de normalizar o subrayar o aclarar las cosas, oscurecen su relación con ellas. Como ha señalado el poeta escocés John Burnside, nombrar es extraviar, pues esa misma «gramática / que viste y mina nuestro pensamiento / oscurece [nuestro] asombro ante este, el imposible mundo». Es como si el afán de Corredor-Matheos de poner el yo en cuarentena hubiera debido pasar antes por callarlo o abandonar su uso: una especie de purga, de limpia benéfica. Lo recuperará años más tarde, sí, pero sólo cuando «el don de la ignorancia» haya hecho su efecto, cuando ese yo se haya convertido en un tú cualquiera, en todos. La relación con el mundo natural es un aprendizaje, desde luego, pero consiste precisamente en desaprender los nombres y abrazar las presencias, desechar los conceptos y desvelar las relaciones, quedarse inmóvil en el tiempo y saltar en el espacio, ir de una cosa a otra por la red que las conecta en un solo instante de percepción. […]
 



viernes, noviembre 16, 2018

circe maia / novedad





Parece que por fin la antología de la poeta uruguaya Circe Maia (Montevideo, 1932) que he preparado para la editorial Pre-Textos está llegando a las librerías. Por lo pronto, ya se anuncia en la página web de la editorial (comparto aquí la cubierta, con una hermosa ilustración de José Saborit). Dicen que lo bueno se hace esperar, pero en este caso –no sabe uno por qué– todo ha sido un poco más difícil o complicado de lo habitual. El libro se titula Múltiples paseos a un lugar desconocido. Antología poética 1958-2014, como uno de los primeros poemas de su autora, y recoge una amplia selección de esta obra desde el inaugural En el tiempo (1958) hasta Dualidades, publicado hace apenas cuatro años: más de doscientas páginas de poesía, medio siglo largo de escritura (¡toda una vida!), y lo primero que se desprende de la lectura del conjunto es su innegable coherencia, el acento personalísimo de su voz, a la vez curiosa y discreta, interrogante y contenida, volcada en el mundo sin dejar de guardar cierta distancia con él.

Ya he escrito en otras ocasiones (aquí) sobre la obra de Circe Maia y de cómo llegué a ella. Añadiré tan sólo que esta antología me permite saldar una vieja deuda, que se remonta como poco a finales de mi estancia en Sheffield, allá por 1997-98. Nada es fácil cuando se trata de poesía. El tiempo se toma su tiempo y hay que ser muy tenaz, o muy testarudo, para sacar cualquier proyecto adelante. Dicen que los poetas hispanoamericanos de ahora mismo, los contemporáneos, no suelen gozar de mucho predicamento en España, que las ventas de sus libros son bajas. Yo espero sinceramente que este libro sea la excepción a la regla, porque hay mucho que aprender de la poesía de Circe Maia: una forma de estar y de ser en el mundo, una actitud moral que es también una posición estética, el modo en que una relación honesta, humilde con el mundo (y con las palabras que lo nombran) disipa la espiral disolvente y algo fantasmal de un subjetivismo exacerbado. Y todo ello sin sentimentalismos ni falsos consuelos, sin deponer las armas de una inteligencia sensible y alerta, llena de lucidez.

Así en estos dos poemas de Dualidades (2014) incluidos en la antología, que nos dan una idea del tono final de esta poesía, de su modo de enfrentarse a la finitud, propia o ajena, con la entereza de quien lleva muchos años ensayando. Buena lectura.


Las siete placitas

Al entrar o salir de la ciudad se atraviesan
siete plazas pequeñas.
En alguna no cabe más que una palmera.
En otra, hay dos árboles y un banco.
En la más grande hay hasta una fuente
y una gran rosaleda, con bancos que se enfrentan.
No está todo al mismo nivel. Hay un lugar más alto.
Allí han puesto una estatua.
(La estatua, con el sable en alto,
ataca el aire plácido.)

Calles finas y curvas separan las placitas.
Crucemos con cuidado.
Desde este lugar se ven las casas nuevas
y, en las veredas, siete palmeras altas
que conservan la luz del sol por mucho rato.
Cuando todo es penumbra
se ve brillar las hojas todavía
y a veces
un rumor en lo alto.


¿Cómo será?

¿Será posible que uno esté escribiendo,
por ejemplo, esta frase, y nos quede inconclusa?
«Tú no verás caer la última gota
que en la clepsidra tiembla.»
No veremos entonces el momento
previo, el momento
último. Caerá el papel,
la taza de café, o lo que sea.
O tal vez no.
Podría ser la velita que se apaga
imperceptiblemente
sin que ninguna puerta se cierre
y ninguna se abra.


sábado, septiembre 24, 2016

no estábamos allí / novedad






Allá por 2011, poco después de la publicación de Perros en la playa, me encontré en una presentación con un poeta de mi quinta, un escritor al que admiro no sólo por su obra sino por su nervio crítico, su inteligencia. Le di la enhorabuena por su nuevo libro de poemas, que acababa de ver la luz, él esbozó una sonrisa tímida, como solía, y acto seguido me espetó: «¿Y tú qué? ¿Cuándo sacas algo?». Expliqué algo confusamente que Perros en la playa estaba en la calle y que yo lo veía, casi, como un libro de poesía, que eran cinco años de trabajo y me costaba desprenderme de él. Entonces él amplió su sonrisa y volvió a la carga: «Ya, ya, todo eso está muy bien, ¿pero cuándo vas a sacar un libro de poemas poemas…?». Y extendió los brazos y las manos como abarcando algo de solidez irrefutable, un objeto volante identificado o por lo menos reglamentario. La pregunta quedó colgando en el aire, como si él mismo se hubiera asustado un poco de hacerla. No supe qué responder. En realidad, no recuerdo si llegué a hacerlo. La memoria se detiene ahí, en el instante de la pregunta, convertido de pronto en instante significativo, como esos pasajes de los cuentos de Cortázar que nos obligan a volver atrás y cambiar fatalmente el sentido del relato.

No sé muy bien por qué cuento esto. Más allá del lapsus de mi admirado poeta, esa evidencia algo melancólica de que hasta las mentes más finas y entrenadas pueden caer en las trampas del etiquetado, recuerdo bien la pregunta porque venía a remachar mi propia inquietud al respecto. Era yo mismo el que, por mucho que insistiera en que Perros en la playa era un libro de poesía, sabía que no era un libro de poemas, quiero decir, de poemas poemas, publicado en una colección al uso y presentado con una lectura a juego. Era yo mismo el que, por mucho que insistiera –creo que con razón y con razones– en que todo, prosa y verso, poemas y ensayos y fragmentos y aforismos, formaba parte de un mismo proyecto de escritura, no podía evitar contagiarme de las definiciones –forzosamente limitadoras– de los demás: lo propio de un poeta era y es publicar libros de poemas, quiero decir, de poemas poemas. Y hacerlo de manera regular, cumpliendo con las obligaciones de un imaginario plan quinquenal, y si es posible con premio de por medio, que es algo que viste mucho.

Bueno, ese libro está aquí, por fin. Se titula No estábamos allí y ve la luz en la colección La Cruz del Sur de la Editorial Pre-Textos gracias a la generosidad de sus responsables, Manuel Borrás, Manuel Ramírez y Silvia Pratdesaba. Unos pocos poemas del libro han ido apareciendo ocasionalmente en revistas y páginas web, así como en Nada se pierde. Poemas escogidos, la antología que publiqué el año pasado con las Prensas de la Universidad de Zaragoza, pero sólo ahora aparecen en el marco que he creado para ellos. Y ese marco, por cierto, incluye en cubierta un hermoso y sugerente dibujo a tinta del pintor asturiano Melquiades Álvarez, con quien ya tuve el privilegio de colaborar hace tiempo en su libro Caminos. El resultado es espectacular, al menos a mis ojos. Nunca el aspecto material de un libro ha coincidido tan plenamente con la imagen mental que tenía de él durante su preparación.

Hace algunas semanas tuve la oportunidad de leer algunos de estos poemas, en privado, a un grupo de escritores amigos. Dije entonces, y lo repito ahora, que el tipo de creatividad que me permitía escribir un libro de poemas cada tres o cuatro años estaba asociada a una forma de vivir la literatura que había terminado por hacerme daño. Era, por decirlo en pocas palabras, una actitud contraproducente, que iba en contra de aquello mismo que se suponía que debía ser la escritura: un aprendizaje moral e intelectual, una forma de hacer mejor –más intensa y plena, más benéfica– la vida. Perros en la playa, como se dieron cuenta los pocos lectores que tuvo, fue el fruto y el testimonio de esa puesta en cuestión. Y este libro, No estábamos allí, es la prolongación de ese mismo impulso, de esa etapa, que viene durando ya unos diez años.

Voy cerrando esta nota egotista, que no tenía otro objetivo que anunciar la publicación del libro pero que ha cobrado, ay, un peligroso aspecto de confesión no pedida. Tengo la sensación de que todo lo que escribo es una misma sustancia verbal, la lengua de hielo de un glaciar que va abriéndose paso muy lentamente, y que sólo el azar de la oportunidad o de ciertas decisiones formales va creando con el tiempo, en algún margen de esa lengua, este o aquel volumen. A mis ojos no hay mayor diferencia entre No estábamos allí y Perros en la playa o un librito de ensayo como Zona de divagar. Las clasificaciones formales o genéricas palidecen en comparación con el peso de las propias obsesiones, de los lastres y piedras imantadas de la imaginación, hasta de los tics verbales.

Eso sí, los poemas de este libro se podrán al menos presentar y leer en público sin disculpas ni aclaraciones previas, lo que no deja de ser un alivio. De momento, me permito disfrutar con el resultado y compartirlo humildemente en esta página. Es tiempo, por breve que sea, de celebración.