lunes, junio 22, 2020
anne carson / el espacio entre idiomas
sábado, junio 20, 2020
anne carson / la poesía desde fuera
viernes, febrero 26, 2016
anne carson / autobiografía de rojo
Autobiografía de Rojo está en el eje de la escritura de Carson. Esta «novela en verso», como reza el subtítulo –lo que no excluye la presencia de materiales adicionales, como es costumbre en su autora–, nos cuenta la historia de Gerión, originalmente un monstruo de alas rojas y tres torsos que protagoniza el décimo de los doce trabajos de Heracles, en especial a la luz de los fragmentos que se conservan de Gerioneis, la obra que dedicó a este asunto el poeta lírico griego Estesícoro (Hímera, Sicilia, h. 630-h. 550 a. C.). Según el viejo relato mitológico, Gerión vivía en la isla de Eritia (la actual Cádiz), más allá de las columnas de Hércules, con un perro llamado Ortro y un hermoso rebaño de vacas rojas y bueyes que Heracles hubo de robarle como parte de su penitencia. Gerión fue en busca de venganza y luchó contra Heracles, pero este lo abatió con una flecha mojada en la sangre venenosa de la Hidra.
Carson toma como punto de partida la reelaboración del mito que ofrece Estesícoro para irse al presente y perfilar un retrato de Gerión como niño enmadrado, consciente de su diferencia, que sufre el acoso sexual y psicológico de su hermano y halla refugio en la fotografía. Al llegar a la adolescencia, se enamora fatalmente de Heracles, que Carson nos pinta con aires de joven Kerouac, encantador de serpientes y algo macarra. Su relación es intensa pero breve y Gerión, desolado, se vuelca por entero en la fotografía, creando un mundo íntimo y habitable que sólo se rompe, tiempo después, con la reaparición inesperada de Heracles. Pero no es cosa de destripar el argumento en esta nota.
Autobiografía de Rojo es un libro feroz y fantasioso que relata el proceso gradual por el que Gerión asume su condición monstruosa: la fascinación que siente por sus alas y por el color rojo (que es también el color de la lava que sutura la historia familiar de Heracles) como pasos previos para entender su propia existencia enigmática. El resultado es un hito de la poesía posmoderna que opta de manera decidida por el anacronismo, la yuxtaposición de registros y referencias dispares para salvar la brecha entre el mundo clásico y el contemporáneo.
Me lo he pasado muy bien traduciendo este libro, aunque debo añadir que es uno de los trabajos más ásperos y complejos a los que me he enfrentado. No sólo por la dificultad de la lengua literaria de Carson, sino también por el frío acerado que respira su mundo, esa sonrisa irónica que uno percibe detrás de cada verso y cada poema. Dije antes que era un libro «feroz». Lo es, pero hay también en él (en sordina, desde luego) mucha ternura y mucha comprensión. Eso, en última instancia, es lo que le infunde vida y lo hace vivir en la imaginación del lector.
Doy el capítulo primero del libro:
Gerión aprendió justicia de su hermano desde muy pronto.
Solían ir juntos al colegio. El hermano de Gerión era mayor y más corpulento,
iba delante
a veces rompía a correr o se agachaba sobre una rodilla para recoger una piedra.
Las piedras hacen feliz a mi hermano,
pensaba Gerión y estudiaba las piedras mientras trotaba detrás de él.
Tantas clases diferentes de piedras,
las sobrias y las misteriosas, yaciendo unas con otras en la tierra roja.
¡Detenerse e imaginar la vida de cada una!
Ahora salían de un brazo humano feliz para volar por el aire,
qué destino. Gerión se dio prisa.
Llegó al patio del colegio. Trataba de concentrarse en sus pies y sus pasos.
Los niños se movían en tropel a su alrededor
y el intolerable asalto rojo de la hierba y el olor de la hierba por todas partes
lo empujaba hacia ahí
como un mar enérgico. Podía sentir los ojos saliéndole del cráneo
sobre sus pequeños conectores.
Debía llegar a la puerta. No debía perder a su hermano de vista.
Esas dos cosas.
El colegio era un largo edificio de ladrillo que iba de norte a sur. Sur: Puerta
principal
por la que deben entrar todos los niños y niñas.
Norte: Guardería, sus grandes ventanas circulares abiertas a los descampados
y rodeadas por un alto seto de arándanos.
Entre la Puerta Principal y la Guardería corría un pasillo. Para Gerión
eran cien mil millas
de túneles resonantes y un cielo interior de neón que los gigantes abrían de un
portazo.
El primer día de colegio
Gerión cruzó este territorio extranjero de la mano de su madre. Luego su hermano
cumplió aquella tarea día tras día.
Pero septiembre avanzaba hacia octubre y un malestar crecía en el hermano de
Gerión.
Gerión siempre había sido estúpido
pero ahora su forma de mirar hacía que uno se sintiera incómodo.
Llévame de nuevo esta vez lo haré bien,
decía Gerión. Sus ojos agujeros atroces. Estúpido, dijo el hermano de Gerión
y lo dejó tirado.
Gerión no tenía dudas de que estúpido era correcto. Pero cuando la justicia se
cumple
el mundo se desvanece.
De pie en su pequeña sombra roja, pensó qué hacer después.
La Puerta Principal se alzaba frente a él. Quizá…
Entornando los ojos Gerión se abrió camino entre los fuegos de su mente hasta
donde
debía de estar el mapa.
En vez de un mapa del pasillo del colegio había un blanco profundo y brillante.
La ira de Gerión fue absoluta.
El blanco prendió fuego y ardió hasta la línea de base. Gerión echó a correr.
Después de aquello Gerión fue al colegio solo.
No se acercaba en absoluto a la Puerta Principal. La justicia es pura. Hacía el
camino
rodeando el extenso muro lateral de ladrillo,
dejando atrás los ventanales de séptimo, cuarto, segundo y el baño de chicos
hasta llegar al extremo norte del colegio
y situarse delante de la guardería, junto a los arbustos. Allí se quedaba
inmóvil
hasta que alguno de los que estaban dentro se daba cuenta y salía a mostrarle el
camino.
Gerión no gesticulaba.
No llamaba a los cristales. Esperaba. Pequeño, rojo y erguido, esperaba,
agarrando con fuerza su nueva mochila
en una mano y palpando una moneda de la suerte en el bolsillo del abrigo con la
otra,
mientras las primeras nieves del invierno
caían flotando sobre sus pestañas y cubrían las ramas a su alrededor y acallaban
todo vestigio del mundo.
domingo, junio 24, 2007
nueva norma

NUEVA NORMA
Una mañana blanca de Año Nuevo, hielo duro y reciente.
Arriba, entre el ramaje helado, vi una ardilla saltar y deslizarse.
¿Da miedo? Parecía decir, ojeándome
desde lo alto, sosteniendo una rama que se agitaba
con rígido retroceso—¿o es sólo que hoy todo suena equivocado?
Las ramas
tintinearon.
Se limpió sus pequeños y fríos labios con una mano.
¿Temes las mismas cosas que
yo temo? repliqué, levantando los ojos.
Su imperio de ramas resbaló contra el aire.
¿La noche de los garfios?
¿La hoja del operario abierta en la escalera?
No tiene efecto suficiente, dijo mi verdadero amor
cuando me dejó al quinto año.
La ardilla dio otro salto a una rama más baja
y atrapó un colgador de lágrimas.
El modo de aguantar es
dicho esto
tan
claro.
miércoles, febrero 14, 2007
anne carson / «audabon»

AUDUBON
Audubon perfeccionó un nuevo método para dibujar pájaros
[que declaró suyo.
Al pie de cada acuarela escribía «tomado del natural»
lo que significaba que abatía los pájaros
y se los llevaba a casa para disecarlos y pintarlos.
Dado que odiaba las formas inmutables
de la taxidermia tradicional
construía armaduras flexibles de madera y alambre
sobre las que disponía la piel y las plumas del pájaro
–o en ocasiones
pájaros totalmente destripados–
en poses animadas.
No sólo el armazón de alambre era nuevo, sino también la iluminación.
Los colores de Audubon se sumergen en tu retina
como un reflector
rastreando el cerebro de arriba abajo
hasta que apartas la mirada.
Y acabas apartándola.
No hay nada que ver.
Puedes pasarte el día mirando estas formas verdaderas
[y no ver el pájaro.
Audubon concibe la luz como una ausencia de oscuridad,
la verdad como una ausencia de desconocimiento.
Es lo contrario a un día apacible en Hokusai.
Imaginemos que Hokusai hubiera abatido y rearmado 219 leones
y luego hubiera prohibido a su propio pincel pintar la sombra.
«Somos lo que logramos hacer de nosotros mismos», declaró a su esposa
durante su cortejo.
En los salones de París y Edimburgo
donde recaló para vender su nuevo estilo
este francés nacido en Haití
se hizo iluminar
como un noble rústico americano
desplegado en las poses esplendentes del Gran Naturalista.
Le amaban
por el «frenesí y el éxtasis»
de la genuina realidad americana, especialmente
en la segunda (y más barata) edición en octavo (Birds of America, 1844).
Anne Carson
Traduccion de J. D.