
Hace años un compañero de redacción de Letras Libres dejó un ejemplar de The New Yorker sobre mi mesa. En él, abriendo casi el número, se incluía este poema de Charles Wright (Pickwick Dam, Tennesee, 1935). Tenía reciente mi lectura de Zodíaco negro, editado por Pre-textos, y me intrigaba saber hasta qué punto lograría recrear en español la dicción pausada de Wright, llena de grumos sensoriales y tensión meditativa. El poema se tradujo con rapidez y apenas he vuelto a él desde entonces. Una estampa que fusiona con maestría la mirada hiperbólica y el gusto por miniatura. La imagen de las «claras vendas de niebla», hacia el final del poema, me sigue pareciendo un hallazgo admirable.
Viene esto a cuento de la reciente edición de Una breve historia de la sombra (Barcelona, DVD ediciones), traducido con esmero y elegancia por Jeannette L. Clariond, responsable también en su día de Zodíaco negro. Es un libro espléndido, recomendable por muchos motivos, pero quizá lo que más me atrae es su capacidad para fusionar una mirada a ras de tierra, llena de humor y melancolía, con la búsqueda obsesiva de un plano trascendente que nos permita, de algún modo, reconciliarnos con las limitaciones y carencias de nuestra vida cotidiana. Por cierto, Martín López-Vega ha escrito en su bitácora una lúcida reseña del libro que nos permite, además, ver y escuchar a Wright leyendo su trabajo.
Pequeño Apocalipsis
La mariposa hace su ronda al mediodía,
dragoneando sobre las extasiadas flores.
Los cascos de la hormiga hacen temblar el suelo.
A cubierto del sol, el escarabajo pelotero avanza entre sus sueños
[de verano.
Allá en lo alto, en otro mundo,
las nubes se congregan y murmuran sus mensajes.
Tranquila, avariciosa vida.
El gusano se enrosca en la negrura,
el petirrojo, arriba, gran guerrero,
atraviesa y refunde las tumbas destrozadas de sus padres.
La hierba, en su periodo verde, se inclina ante aquello que la mueve.
La tarde ya se apresta a hundir la pala
en los sucios terrones,
ataúdes y huesos de azúcar exhumados bajo el súbito sol.
Y dentro de los sótanos del mundo
ya empieza a despejar,
relampaguea en la garganta tronante de la bajotierra,
una gota de fuego y una gota de fuego,
claras vendas de niebla
que alivian lentamente las secuelas.
Y entonces, contra el negro horizonte, cuatro caballos se incorporan,
[ráfagas en sus rostros.
Trad. J.D.