
Conocí el trabajo de Yang gracias a la recomendación de mi buen amigo el poeta, traductor y editor Aurelio Major. Me habló de su libro en términos tan elogiosos que a las dos horas ya me había hecho con él en Amazon. Y, desde luego, no me defraudó: una variación sobre el género del bestiario que toma los nombres de distintos seres marino para tejer una intrincada y sorprendente malla de referencias, una red argumental tan lúcida como lúdica que salta en zigzag por los asuntos más diversos sin pararse un instante. En el libro hay un poco de todo: desde piezas epigramáticas a otras más reflexivas o meditativas, pero el tono general (no sé bien cómo definirlo) es una mezcla de distanciamiento y humor, de curiosidad y sorna inteligente, que atrapa desde la primera página y nos obliga a pensar deprisa, furiosamente, para encajar las piezas del puzzle.
Los diez poemas que publica Eñe eran originalmente once, pero el último (y también el más extenso) se cayó por falta de espacio en la maqueta, así que lo recupero aquí para anunciar el número y hablar un poco de Yang: «Foraminíferos». No os ocultaré que una de las dificultades de este trabajo fue traducir los términos científicos que emplea Yang, tratar de que no perjudicaran el ritmo, el fluir del poema. Espero haberlo conseguido.

Foraminíferos
La prueba de un foraminífero
es su concha: membranoso,
aglutinado o calcáreo
endoesqueleto
citoplasma que fluye
por la cámara del foramen
hacia la cámara de
una única célula, movimiento de
seudópodo granuloreticuloso,
palacio del recuerdo de Ōkeanós.
Los foraminíferos se encuentran
en todas las latitudes y hábitats
marinos: blanco foraminífero
en los acantilados blancos de Dover.
En las pirámides de Gizeh
Herodoto vio «lentejas petrificadas»;
el ojo de Aldrovandi se desplazó
de Aristóteles a Galileo:
las conchas romboides
tienen rígidos tubérculos epigenéticos.
Para Oppen
una prueba de la poesía es
sinceridad, claridad, respeto…
Para Zukofsky, la gama de placer
que proporciona en cuanto vista, sonido e intelección.
En sueños
Vishnú visitó a Appakavi,
quien recibió los secretos de
la gramática de Nannaya: La poesía
es el saber definitivo.
Trad. J. D.
