jueves, junio 25, 2020
auden / cuarenta poemas
jueves, septiembre 29, 2016
auden / at last the secret is out
sábado, febrero 01, 2014
in memoriam
lunes, julio 16, 2012
auden / canción
miércoles, febrero 16, 2011
w. h. auden / la divisoria

Ese que asciende hasta la encrucijada,
A mano izquierda de la divisoria,
Por la senda mojada entre los herbazales,
Ve a sus pies lavaderos desmantelados, restos
De raíles antiguos que conducen al bosque,
Una industria ya en coma pero que alienta aún
Penosamente; en Cashwell, una bomba achacosa
Sigue extrayendo agua; permaneció diez años
En minas inundadas hasta cumplir con éste,
Su cometido último, de mala gana.
Y luego, aquí y allá, si bien son muchos los que yacen
Bajo la magra tierra, ciertos actos, tomados
De recientes inviernos, son reseñables; hubo dos, por ejemplo,
Que limpiaron a mano un conducto dañado, aferrándose
Contra viento y marea al montacargas; uno murió
Durante una tormenta, los páramos intransitables,
No en su pueblo, aunque luego, cubierto de madera,
Fue abriéndose camino por galerías olvidadas
Hasta unirse a la tierra en su valle postrero.
Regresa a casa, forastero, ufano de tu joven descendencia,
Vuelve sobre tus pasos, perplejo y fracasado:
Esta región exenta no comulga con nada,
No será el contenido accesorio de nadie
Perdido sin objeto entre rostros distantes.
Los faros de tu coche sorprenderán acaso las paredes de un cuarto
Pero no el sueño del durmiente; oirás tal vez al viento
Exiliado arreciar desde el mar ignorante
Y lastimarse en las ventanas o la corteza de los olmos
Donde la savia fluye sin asombro, pues ya es primavera;
Pero no es este el caso. Cerca de ti, más altas que la hierba,
Unas orejas se enderezan antes de decidirse, husmeando el peligro.
Agosto 1927
No suelo colgar traducciones o trabajos ya publicados en libro, pero hago una excepción en este caso. Por dos razones: porque he devuelto al poema, uno de los primeros y más memorables de Auden, el título («La divisoria») que habría debido tener originalmente, y de paso he retraducido tres versos; y porque, un poco por azar, encontré hace unos días la imagen ideal para ilustrarlo. El diablo está en los detalles, dicen los ingleses, y creo que ahora, con estas mínimas correcciones, el poema adquiere más nitidez, más precisión. Podéis leer el original inglés aquí.
Por cierto, que si uno quiere comparar el modo en que dos poetas amigos, Auden y Spender, tratan un mismo paisaje, una misma atmósfera, sólo tiene que leer «Torres de alta tensión» –uno de los mejores y más emblemáticos del primer Spender–, del que colgué una versión hace poco más de año y medio. Creo que las semejanzas son tantas como las diferencias, y que se percibe hasta qué punto el temperamento de Spender era más lírico y menos discursivo que el de Auden. A ochenta y tantos años de distancia, los rasgos epocales pasan a un segundo plano y se percibe, más rotunda que nunca, la personalidad de cada cual.
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miércoles, junio 23, 2010
la ciudad consciente
En un mundo ideal uno escribiría siempre lo que quiere, no lo que puede. Y haría los libros conforme a un plan y ese plan no cambiaría con el tiempo, sino que abriría espacios en ese mismo tiempo para imponer nuestro deseo. La realidad, al menos en mi caso, es muy distinta. Desde hace algún tiempo los libros se organizan a su gusto a partir del material que voy reuniendo casi sin darme cuenta: notas dispersas, poemas, ensayos y traducciones… Todo cobra forma por azar o al dictado de circunstancias que me rebasan, y el resultado final aparece sólo cuando quiere, o cuando me necesita para completarse. No es que los libros se hagan solos (su esfuerzo me ha supuesto escribirlos, después de todo), pero sí que llegan a su término por caminos o carriles que nunca habría supuesto.
El ejemplo más inmediato es La ciudad consciente, el libro que acaba de publicar Vaso Roto gracias a la generosidad de Jeannette L. Clariond y Martín López-Vega y que reúne mis trabajos sobre T. S. Eliot y W. H. Auden, dos poetas a los que he traducido a lo largo de más de diez años y que han terminado acompañando y condicionando muchas de mis reflexiones sobre poesía contemporánea. Sin darme cuenta, cada uno de los ensayos que componen el libro iba completando o respondiendo al anterior, de forma que el conjunto dibuja un territorio cuya coherencia, si la tiene (y espero por mi bien que la tenga), responde más a la evolución de su autor en el tiempo que a ningún plan preconcebido. Son tres ensayos sobre Eliot (uno global sobre su toda su obra, otro centrado en el poema «Marina», y otro más sobre los motivos recurrentes que animan su poesía inicial), dos sobre Auden, y una breve introducción que trata de explicar o de justificar el interés que estos dos poetas siguen teniendo para mí.
El libro se ha retrasado mucho y ve la luz en fechas comprometidas, cuando acaba de terminar la Feria del Libro y el verano oficial ya está en marcha. No sé muy bien qué puede ser de él en un país donde se publican más de setenta mil títulos anuales y en el que la crítica literaria tiene una presencia casi testimonial en las librerías y en el horizonte de los lectores de poesía. Presiento que está condenado de antemano a la marginalidad. Por eso, venciendo un poco mi resistencia a utilizar la bitácora como plataforma publicitaria, escribo estas líneas anunciando su publicación. Con independencia de las virtudes que pueda o no tener, me arriesgo a decir que es un libro escrito desde la paciencia y la pasión, un libro pensado y repensado a lo largo de muchos años y cuyos argumentos están en la base de casi todo lo que he escrito recientemente. En ese sentido, responde perfectamente a esa idea del propio Auden según la cual el trabajo crítico de un poeta es una forma sutil o sesgada de autobiografía, de debate consigo mismo.
Añado que siempre es una alegría publicar nuevo libro. Y que la alegría es mayor si se comparte. Lo hago ahora, no sin antes citar los versos de Auden (de «Monumento a la ciudad») que dan título al libro y que son, por cierto, un retrato paródico pero también comprensivo de la sensibilidad romántica. Creo que ellos os darán una idea de por dónde van los tiros de este libro:
Los yermos eran peligrosos, las aguas bravas, sus ropajes
Ridículos; no obstante, cambiando con frecuencia de Beatrices,
Durmiendo poco, no cejaron, plantaron la bandera del Verbo
En lugares sin ley […]
Las quimeras les flagelaron, se dejaron vencer por el spleen […]
Cercados por el hielo de la desesperanza en el Polo del Alma,
Murieron solos, inconclusos; pero ahora las prohibidas, las ocultas,
Las salvajes afueras se habían dado a conocer:
Fieles sin fe, murieron por la Ciudad Consciente.
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martes, diciembre 30, 2008
unas líneas de auden

En una sociedad opulenta como Estados Unidos, las regalías dejan bien claro al poeta que la poesía no es popular entre los lectores. Para cualquiera que trabaje en este medio, creo que esto debería ser más un motivo de orgullo que de vergüenza. El público lector ha aprendido a consumir incluso la mejor narrativa como si fuera sopa. Ha aprendido a mal emplear incluso la mejor música, al usarla de fondo para el estudio o la conversación. Los ejecutivos empresariales pueden comprar buenos cuadros y colgarlos en sus paredes como trofeos de estatus. Los turistas pueden «hacer» la gran arquitectura en un tour guiado de una hora. Pero gracias a Dios la poesía aún es difícil de digerir para el público; todavía tiene que ser «leída», esto es, hay que llegar a ella por un encuentro personal, o ignorarla. Por penoso que sea tener un puñado de lectores, por lo menos el poeta sabe algo sobre ellos: que tienen una relación personal con su obra. Y esto es más de lo que cualquier novelista de bestsellers podría reclamar para sí.
El ensayo entero, aquí.
jueves, junio 21, 2007
los nuevos revolucionarios
En una política revolucionaria, distintos grupos dentro de la sociedad tienen opiniones distintas sobre lo que es justo. Cuando así sucede, los conceptos de argumento y compromiso ni se plantean; cada grupo tiende a considerar al otro malvado o demente o las dos cosas a la vez. Toda política revolucionaria es un casus belli en potencia. En una política revolucionaria, un orador no puede convencer a sus oyentes apelando a su razón; puede convertir a algunos despertando y apelando a su conciencia, pero su función principal, ya represente a un grupo revolucionario o contrarrevolucionario, es despertar su pasión hasta el punto de que toda su energía se vuelque en la obtención de la victoria total para su propio bando y la derrota total para sus oponentes. En una política revolucionaria, los fanáticos son esenciales.
Regreso al blog después de no sé cuántos meses con una cita de W.H. Auden, dos párrafos tomados de su ensayo "El poeta y la ciudad". Y lo hago porque pocos comentarios me parecen más ajustados a la estrategia de tierra quemada que nuestra querida derecha política lleva poniendo en práctica desde hace tres años. El PP se ha convertido en un partido revolucionario, una perfecta facción antisistema que busca la obtención del poder a toda costa, sin importar el perjuicio que su actitud pueda causar a los demás. Este comentario puede parecer intempestivo, toda vez que desde hace semanas las aguas parecen haberse serenado un poco. Quizás sea eso lo más peligroso. Han vuelto a ponerse la piel de cordero, pero sabemos (y no deberíamos olvidar) de lo que son capaces cuando las cosas no toman el rumbo que ellos esperan y desean. Recuerdo bien que leí (y traduje) esas líneas de Auden el pasado otoño, cuando las hostilidades estaban en su peor momento, y las aplaudí secretamente por su clarividencia. Muchas veces pensé en colgarlas aquí. Lo hago ahora, cuando parece que mi navegador ha vuelto a recobrar la cordura y a no colgarse, él, en los momentos más inoportunos.
Casi medio año sin escribir en esta bitácora, que ha sufrido las mismas intermitencias que los muchos diarios que he comenzado y abandonado al poco tiempo. De nada sirvieron promesas, seguridades, disculpas tan volátiles como mi ánimo. Los amigos se extrañaban, me lanzaban cordiales reproches, iban perdiendo fe en mi constancia. Esta vez las promesas están de más... Lo prometo.
sábado, agosto 12, 2006
un poema de w. h. auden

Ahora que el número de julio de la revista Letras Libres ha desaparecido de los kioskos, me tomo la libertad de colgar esta versión del poema-canción "Oh Dime la verdad sobre el amor", de W. H. Auden, que vio la luz en sus páginas, y de paso corrijo un par de erratas poco afortunadas. Quien conozca la versión de Álvaro García (publicada hace algunos años en Pre-Textos) verá que me he tomado ciertas licencias con el sentido literal de algunos (pocos) versos. Pero me parecía importante subrayar el tono lúdico y cabaretero del original (pues fue escrito con ese fin) y respetar, por tanto, su juego de rimas y ripios. Espero haber salido airoso del desafío.
W. H. Auden
CANCIÓN: «OH DIME LA VERDAD SOBRE EL AMOR»
Unos dicen que Amor es un niñato
Y otros dicen que un ave,
Unos dicen que hace girar el mundo
Y otros que no se sabe,
Y cuando fui a charlar con mi vecino
Por ver si estaba al tanto,
Su indignada mujer me echó de casa
Con un grito de espanto.
¿Tiene aspecto de bata o de pijama,
O de jamón secándose en un bar?
¿Diríamos que huele a piel de llama
O desprende un olor a bienestar?
¿Tiene el tacto punzante de un espino
O bien la suavidad de un almohadón?
Si repasas el borde, ¿es grueso o fino?
Oh dime la verdad sobre el amor.
Nuestros libros de historia lo mencionan
En glosas enigmáticas,
Y es un tema que está de moda en
Las líneas trasatlánticas;
Lo he visto mencionado con frecuencia
En notas de suicidas,
Y hasta aparece escrito en las solapas
De guías eruditas.
¿Se lamenta como un mastín famélico
O retumba cual banda militar?
¿Es posible seguir su ritmo bélico
Con un piano y un taco de billar?
¿Es el cantante, el alma de la fiesta?
¿Sólo clásica escucha con ardor?
Si uno pide silencio, ¿se molesta?
Oh dime la verdad sobre el amor.
Miré en el interior de la glorieta,
Allí no había nada.
Opté por intentarlo río arriba
Y también en la rada.
No sé qué dijo el mirlo con su trino
Ni qué contó el rosal;
Mas no estaba debajo de la cama
Ni estaba en el corral.
¿Sabe poner mil caras sorprendentes?
¿Se marea al montarse en un tiovivo?
¿Se la pasa apostando eternamente
O chascando los dedos sin motivo?
¿Sus juicios del dinero son fundados?
¿Piensa que el patriotismo es un valor?
¿Cuenta chistes vulgares e inspirados?
Oh dime la verdad sobre el amor.
Cuando llegue, ¿vendrá sin avisar
Mientras estoy hurgándome el oído?
¿Sabrá pedir permiso antes de entrar
O verterá su copa en mi vestido?
¿Veré cambiar el clima en su presencia?
Su saludo, ¿dará frío o calor?
¿Será un cambio total en mi existencia?
Oh dime la verdad sobre el amor.
Enero 1938
Versión de J. D.