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miércoles, junio 26, 2013

agenda / 2





Lo anuncié hace dos o tres semanas, y lo cumplo ahora. Es hora de colgar la traducción de mi poema «Sin título» que Lawrence Schimel hizo el año pasado y que la revista inglesa Agenda acaba de publicar en su número más reciente, el 47. Lawrence ha hecho un trabajo espléndido y leo el poema como si lo hubiera escrito otro; en realidad, es así.

Recibí la revista hace algunos días y, como siempre, me asombra la riqueza y variedad de su índice. También la sobriedad casi espartana del diseño: formato libro, un poema por página, ensayos y reseñas a palo seco, todo impreso a una tinta, con una tipografía clara y legible, en un sencillo papel offset. Nada de lujos asiáticos ni formatos imposibles. Allí ya saben lo que es la austeridad en cultura desde hace años (y no siempre para bien, todo hay que decirlo). Agenda vive de las suscripciones de sus lectores y de una pequeña partida de dinero del Arts Council que no conviene derrochar, porque de ella depende la supervivencia de la revista. Acostumbrado a los hermosos y cuidados diseños de algunas revistas españolas, la parquedad (la pobreza, casi) de Agenda impresiona. Pero uno empieza a leer y pronto se olvida de estos detalles; lo importante, una vez más, es la poesía, la calidad y fuerza del pensamiento, y en Agenda la poesía –pensada, escrita, vivida– es el centro imperioso de la revista desde la página uno.

lunes, mayo 24, 2010

bunting / pound

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Hay temporadas en las que, por alguna extraña razón, uno frecuenta sobre todo a maldecidores. Quiero decir maldecidores literarios, escritores enfadados con el mundo que truenan, denigran y se encolerizan como profetas bíblicos. Reconozco que lo paso muy bien leyéndoles: hay algo liberador en su furia, en su desprecio, y a veces, cuando la diana está cerca de sus intereses, consiguen dar a sus invectivas un tono aforístico, una concisión lapidaria realmente memorables. Así ocurre en el último Cernuda (con aquel implacable «¿Príncipe tú de un sapo?» lanzado a la cara de Dámaso Alonso), en el Valente que va de La memoria y los signos a Treinta y siete fragmentos, o incluso en el Larkin más mordaz, el de «Vers de Societé» y «This Be The Verse».

Uno de esos maldecidores ocasionales fue Basil Bunting (1900-1985), del que ya he colgado aquí un curioso poema humorístico, «What the Chairman Told Tom», donde Tom se refiere al poeta T. S. Eliot. Este otro poema tiene como protagonista a Ezra Pound o, más en concreto, la historia de la recepción de sus Cantos, y Bunting dice haberlo escrito, garabateado quizá, en la portadilla de una edición de la gran obra de su maestro. Bunting frecuentó a Pound en Rapallo a comienzos de los años treinta, tras lo cual viajó por medio mundo (las Islas Canarias, Estados Unidos, Persia, etc.) hasta finalmente instalarse de nuevo en su Inglaterra natal, donde publicó en 1965 su gran poema Briggflatts.
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Bunting es un ejemplo perfecto de esos rara avis que produce Inglaterra de vez en cuando. Ya en Rapallo se hizo célebre por su humor sardónico, sus impertinencias, su orgullo desdeñoso y lleno de ingenio. Era también un gran fantasioso, capaz de adornar el relato de sus viajes con abundantes novelerías. Entre otras cosas, afirmó haber jugado al ajedrez con Franco mientras el futuro dictador ocupaba el cargo de Comandante general de las Islas Canarias (y urdía, suponemos, su fatal conspiración). Trabajo como espía en Persia durante la Segunda Guerra Mundial, y hasta 1952, año en que fue expulsado del país, estuvo en nómina del Servicio Británico de Inteligencia. Un personaje, vamos. El haber trabajado como espía le sirvió de poco a su regreso a su Inglaterra, donde malvivió como periodista y corrector de pruebas en un diario de Newcastle.

Leí este poema en un libro que reúne una selección de los mejores trabajos publicados en la revista londinense Agenda, donde se publicó originalmente, y me puse a traducirlo casi de inmediato, atraído por su tono de invectiva y su ferocidad (aunque los años no ha pasado en vano y de aquella primera traducción queda bien poco). Ahora aparece en varias páginas de la red como un ejemplo de la defensa que sus amigos y discípulos hicieron de la inmensa, caótica y esquinada obra de Pound. Lo que Bunting viene a decir, me parece, es que, a pesar de todos sus excesos y defectos, es imposible hacer como si los Cantos no existieran. Sospecho que tiene razón, aunque sospecho también que no hemos dado con una lectura de la obra despojada de adherencias historicistas, de rancia y gastada reverencia.

Por cierto, los dos versos en francés provienen de «Voici venir la nuit», una canción tradicional francesa. Aunque su sentido dentro del poema parece claro, no he logrado saber qué relación tienen con la vida o la obra de Bunting y Pound. ¿Quizá un chiste privado? ¿O una pieza de música que alguien tocaba al piano durante sus veladas italianas? Sigo investigando.



Escrito en la portadilla de los Cantos, de Pound

Ahí tenéis los Alpes. ¿Qué más se puede decir de ellos?
Son ininteligibles: glaciares asesinos, flancos
que sólo un loco escalaría, piedras y brezo,

pastos y grava,
et l' on entend, quizá, le refrain joyeux et leger.
¿Quién sabe lo que el hielo habrá arañado
al rebajar la piedra?

Ahí están; tendréis que dar largos rodeos
si queréis evitarlos.
Lleva su tiempo acostumbrarse. ¡Ahí los tenéis,
imbéciles! ¡Sentaos, y esperad a que caigan!



Trad. J. D.

El original, aquí.