Por la puerta de
la Sala 4 (Medicina Nuclear / P.E.T – T.A.C) entra y sale gente muy diversa:
enfermeras, secretarias –no hay casi varones en estos negociados–, médicos,
técnicos de laboratorio, celadores, pacientes en camilla o en silla de ruedas…
Los que estamos en la sala de espera, aburridos de esperar, seguimos el ajetreo
con más resignación que intriga. Es una resignación egoísta, sin duda. No
queremos estar aquí. No queremos ser tantos. No queremos tener que esperar
tanto a que nos llamen. Pero la resignación crea su propia burbuja solipsista.
Hace años tendríamos la mirada perdida; ahora la hundimos en la pantalla del
móvil.
Hoy la Sala 4 está
de reformas: tres o cuatro albañiles y una pareja de pintores que van y vienen
con botes de pintura y aparejos varios. El mayor de todos, que quizá sea el
jefe, me llama la atención porque cada vez que sale o entra por la puerta dice
algo. No logro entender lo que dice –es solo una frase, a veces muy breve–,
pero que lo hace es indudable. Y también que solo habla cuando entra o sale por
la puerta. No lo puede evitar. Es como si supiera por instinto que el trecho de
pasillo entre la puerta y la sala de espera es un pequeño escenario. Y que su
obligación, o una de ellas, es hablar al respetable, que somos nosotros. Lo
hace con voz ronca, atropellada, y más bien para sus adentros, como si repasara
verbalmente la faena o se diera instrucciones a sí mismo. Es un albañil con
vocación de actor: basta que algunos lo miremos para que tome conciencia de su
papel y lo interprete. Y no le falta tarea, desde luego: el trasiego es
constante y sus frases se vuelven cada vez más cortantes, casi monosilábicas.
Es el archialbañil, en fin, que finge trabajar incluso cuando trabaja.
Pero lo hace de manera refleja, sin anunciarse ni darse aires. Ni siquiera se
ha dado cuenta de que M. y yo lo miramos con curiosidad. Ahora, mientras
escribo estas líneas, le sigo envidiando esa inconsciencia.
2 comentarios:
De regreso me encuentro con esas sorprendentes reflexiones sobre lo que está frente a nosotros, dando motivos a la imaginación para animar los tiempos muertos.
La sala 4 se convierte en el animado escenario de nuestra soledad y por ella desfilan los pensamientos de unos seres enfermos a los que ni el escueto histrionismo del actor involuntario logran distraer de sus temores.
Mil gracias por tu lectura y tus comentarios llenos de complicidad, Abilio. Un saludo muy cordial, J12
Publicar un comentario