Otro francés, pero esta vez algo lejano en el tiempo. Esto no nos lo hace menos próximo
en el espacio de la lectura, que es el que importa, pero sí ayuda a situarlo (o contextualizarlo, por utilizar una fea palabra). Antoine de Rivarol (1753-1801), algunos de cuyos aforismos acaban de ver la luz en la impecable edición de Periférica, al cuidado de Luis Eduardo Rivera (su traductor) y Julián Rodríguez (su editor), pertenece al brillante linaje de los moralistas franceses. Fue también el arquetipo del
homme d'esprit, ingenioso, lúcido y dueño de un verbo acerado, que imagino sería muy útil en los duelos verbales de la corte versallesca y
environs. El libro incluye también una selección de "rivarolianas", es decir, anécdotas o comentarios protagonizados por Rivarol (y referidos por contemporáneos y biógrafos del escritor) en los que brilla, sobre todo, su sarcasmo (algo recuerda a nuestro Valle-Inclán) y su capacidad para desnudar al emperador de turno (incluidos los nuevos jerarcas revolucionarios, con los que tuvo una relación ambivalente que dio con sus huesos en el exilio, concretamente en Berlín).
En cualquier caso, me quedo con sus aforismos, muchos de ellos memorables. Selecciono al azar algunos, a modo de cata o adelanto:
"Cuando uno tiene razón veinticuatro horas antes que el común de los hombres, pasa por no tener sentido común durante veinticuatro horas."
"Nada sorprende cuando todo sorprende: es el estado de los niños."
"Quienes piden prodigios no sospechan que piden a la naturaleza la interrupción de sus prodigios."
"Pasamos la mitad de la vida memorizando sin comprender, y la otra mitad comprendiendo sin memorizar."
Este último, cuando estoy cerca de cumplir cuarenta años, no deja de producirme cierta melancolía.
En fin, que cuando hablamos de que la mayor parte de los mejores libros que se están publicando actualmente se deben al esfuerzo de los pequeños editores, no estamos exagerando un ápice. Aquí tenemos otra prueba evidente.