Musa de la historia
La poesía de Geoffrey Hill (1932) provoca tanta admiración en Steiner y Bloom como en otros, menos eruditos y cultos, decidido rechazo o reticencia. Esta división de pareceres es fácil de comprender, como Ángel Rupérez explicó muy bien en su excelente Antología esencial de la poesía inglesa. Antes de él, los anglistas españoles Bernd Dietz y Francisco García Tortosa habían hecho interesantes aportaciones al conocimiento de esta obra que, por un lado, enlaza con las más atrevidas propuestas de Pound y, por otro, desarrolla las posibilidades entrevistas por Auden en las aliteraciones de la primitiva poesía nórdica.
Hill es un poeta doctus en grado mayor aún que Eliot y conocedor, como pocos, del sentido y las formas de la tradición . Himnos de Mercia es uno de sus textos más complejos no sólo por su investigación del poema en prosa –cuyos rasgos describió con detalle Jordi Doce– sino también –y tal vez sobre todo– por la combinación en él de dos tipos de dificultad: la derivada de un determinado uso de la lengua, en la que abundan la enumeración evocativa y los paralelismos de la himnodia; y la que dimana de un planteamiento poético de la historiografía y la intrahistoria, que conlleva una visión moralmente comprometida de la realidad. La primera dificultad es de índole lingüística o filológica, y con notas al pie de página, como el propio autor hace, se puede subsanar; la segunda, en cambio, exige un riguroso análisis de la filosofía de los géneros y se presta mucho a la polémica en la medida en que requiere una lectura en profundidad.
Hill parece, pues, transgredir la frontera que Aristóteles establecía entre poesía e historiografía, aunque, como Cicerón, asigna a ésta un valor retórico, que es el que este libro retoma y que podría explicar la razón por la que prima en él el poema en prosa. Seamus Heaney así lo entendió cuando en Stations, gustosamente, se vio sometido a su influencia. Pero hay un punto en todo este libro que todavía está por resolver y al que me gustaría añadir una humilde sugerencia hermenéutica: me refiero no sólo a su clara dimensión política sino también a su misma condición y constitución estética. Mi impresión es que Hill combina aquí dos planos (el de la Historia con mayúscula y el de la historia con minúscula, que se imbrican en la experiencia de la infancia, el sentimiento del paisaje y la mixtura del espacio y del tiempo) pero que lo hace de un modo trágico –y, en ocasiones, lírico– que recuerda a algunos de los procedimientos shakespeareanos y, en concreto, a aquellos que tienen como tema la meditación sobre el poder y, para ser exactos, el hipotema de la violencia fundacional del Estado.
Ese, y no otro, me parece la clave que rige estos Himnos de Mercia, en los que se alude a las leyendas monetales del rey Offa y a los títulos latinos que acompañaron su acción o la de otros reyes en los oscuros tiempos del medievo que se mezclan con los, no menos oscuros, de la memoria personal aquí. De manera que estos Himnos son de carácter político, como se puede ver en la cita de C. H. Sisson que, en la primera edición (1971), los introducía y que, como las acotaciones explicativas que acompañaban a cada uno de los poemas, luego se suprimió. Lo que ha tenido graves consecuencias para la recta comprensión del texto, aunque haya contribuido –y mucho– a aumentar el carácter abierto de la literariedad de esta escritura, porque –como observa Jordi Doce en su fundamentado epílogo– «el sentido aparece incorporado en la configuración misma de la imagen que genera y articula el poema». Y ello no hace sino añadir opacidad. Ahora bien, la opacidad también es un criterio estético, que estudió Fuhrmann y ejemplificó Montale y que, desde la Antigüedad clásica y su reformulación en el Barroco, no ha dejado de ser nunca uno de los rasgos distintivos de la estética de la modernidad.
La poesía de Hill no es oscura porque sea opaca, sino porque opone una expresa resistencia hecha de ironía y compasión, envueltas en la prosa rítmica que sostiene su lengua y en la que un teónimo celta como Cernunnos, documentado también en Numancia, entra en el mismo sistema referencial que Boecio, encerrado en una mazmorra de Pavía o que los recuerdos, en el poema XXII, de las cortinas corridas y las noticias de la radio durante la Segunda Guerra Mundial. Hill había demostrado desde siempre una predilección por el poema histórico, como en el dedicado a Ovidio o a Miguel Hernández, que le sirven no tanto para una profesión de fe culturalista como de solidaridad con las víctimas del dolor. Y eso es lo que este libro contiene: una teoría de la Historia no como progreso sino como dolor.
Jaime Siles
De ABCD las Artes y las Letras, ABC (4 de noviembre de 2006).
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