Primera noche con la iluminación navideña en las calles. Es curioso, he disfrutado mucho más que cuando era niño, he sentido una ilusión tan inesperada que, en un primer momento, la he atribuido al agotamiento (eran casi las nueve y media y todavía estaba en la calle, con las defensas intelectuales bajas, esperando el autobús de vuelta a casa y resintiéndome de los viajes de estos días). Pero la ilusión era genuina, como si, precisamente por ser adulto, quisiera disfrutar aun más de ciertos regalos o momentos infantiles que de pequeño me parecían de lo más normal, adscritos al orden natural de las cosas. Con el tiempo estos momentos de tregua, estas pequeñas y triviales iluminaciones domésticas que nos acercan de otro modo la atmósfera de la niñez, cobran una importancia inesperada; tienen algo de bálsamo para los rasguños del día a día, de hechizo contra el mal de ojo de la vida misma, y uno se aferra a ellas con plena conciencia de su carácter pasajero y hasta de cartón piedra, pero deseando respirar por un instante ese aire más limpio, más sencillo, como de quien todavía está aprendiendo a caminar.
1 comentario:
Jordi, esa ilusión que has sentido ante las emergentes iluminaciones navideñas de la urbe, es un signo de la distancia, de los límites rebasados, de la experiencia asumida, ya que, como nos recordaba Walter Benjamin, en el mundo de los niños no hay
experiencia. En un bello texto que Benjamin escribió en 1926, hablaba, al hilo de las colecciones de libros infantiles, del mundo y la lectura de los niños: "No es que las cosas emerjan de las páginas, al ser contempladas por el niño, sino que éste mismo entra en ellas, como celaje que se nutre del policromo esplendor de ese mundo pictórico. Ante su libro iluminado, practica el arte de los taoístas consumados; vence el engaño del plano y, por entre tejidos de color y bastidores abigarrados, sale a un escenario donde vive el cuento de hadas. Hoa, palabra china que significa “colorear”, equivale a kua, “colgar”: cinco colores cuelgan de las cosas. En ese mundo permeable, adornado de colores, donde todo cambia de lugar a cada paso, el niño es recibido como actor. Con el ropaje de todos los colores que recoge al leer y mirar, se interna en una mascarada."
Por cierto, qué envidia no estar cerca de Madrid y encontrarme en mejores condiciones -ahora estoy convaleciendo de una operación- para ir a vuestro acto dedicado al maestro Valente. Mis felicitaciones.
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