Me escribe mi amigo el poeta mexicano
David Huerta (publicamos tres espléndidos poemas suyos en una reciente entrada de
Las razones del aviador) para decirme, entre otras cosas, que se va de gira poética por Inglaterra durante dos semanas. Le invita el
Poetry Translation Centre, fundado en 2004 por la poeta Sarah Maguire con la más que loable ambición de promover la traducción al inglés de poesía asiática, africana y latinoamericana (se supone, sólo se supone, que la europea tiene más posibilidades de ser conocida en las islas). Ojalá no se estrellen, como les ha pasado a tantos en el pasado, contra el muro de la proverbial endogamia cultural británica.
Lo curioso, y para mí emocionante (un caso típico de esas vueltas que da la vida), es que el traductor de los poemas de Huerta es el poeta
Jamie McKendrick (Liverpool, 1955), a quien conocí hace más de diez años durante mi estancia en Oxford. Casado con mi colega Xon de Ros, que había sido lectora de español en la Universidad de Oxford a principios de los años noventa, McKendrick llevaba publicados hasta la fecha tres libros en la colección de poesía de la OUP y era poeta en residencia en Hertford College. Un tipo alto y espigado, dueño de una calma envidiable, con quien a veces me cruzaba por la calle y charlaba un poco de todo, aunque nunca tardábamos en volver a la poesía. Por aquel entonces los dos trabajábamos mucho en casa y nuestros encuentros ocasionales, velados por cierta huraña introspección, no eran todo lo expansivos que habría deseado. Pero también es verdad que él era un poeta mayor y más maduro y esto introducía cierto desequilibrio en nuestro trato. Recuerdo que una vez charlamos fugazmente sobre un poema de Hardy que a los dos nos entusiasmaba, «Afterwards», un poema que yo relacioné entonces, y lo sigo haciendo, con el tono de Machado en Campos de Castilla (sobre todo en poemas como «A José María Palacio»).
McKendrick publicó su cuarto libro,
Ink Stone, en Faber & Faber en 2003, después de publicar en la misma editorial una selección de sus primeros tres libros con el título de
Sky Nails [Clavos en el cielo, o mejor: Clavos celestes]. A pesar de sus ecos latinos (traductor de Montale y de Valerio Magrelli, entre otros, vivió durante años en Italia y ha pasado largas temporadas en España), su poesía no es fácil de trasladar a nuestro idioma: densa y apretada, llena de localismos y referencias muy pegadas a tierra, con tendencia al prosaísmo y la narratividad y al mismo muy estructurada, muy hecha formalmente. Durante años la leí sin intentar nada. Pero al enterarme del encuentro Huerta-McKendrick he abierto
Ink Stone y me he puesto a traducir uno de mis poemas favoritos del libro, una pequeña pieza titulada «Sea Salt» que juega con el eco de un viejo y célebre poema de Yeats, «
Politics». El final también me recuerda por su comparación final a otro poema de Peter Redgrove, «Pigmy Thunder», que traduje para mi libro
Gran angular, en el que Redgrove describe una muela cariada como un templo taoísta donde «invisibles desconocidos se pasearían / de un lado a otro de la escalera / conversando descalzos / con pies sensibles como mi lengua». Aunque «Sal marina», el breve poema de McKendrick, es más lírico y también más ligero: un breve instante de empatía que nos hace entrever un poso de dolor o de angustia en la muchacha a la que observa.
Tengo la esperanza de que David pueda leer esta entrada durante su periplo inglés, antes o después de conocer en persona a Jamie. Estas redes o circuitos que van dibujándose con el tiempo no dejan nunca de sorprenderme y de alegrarme. Son como una confirmación de que tarde o temprano todo acaba cobrando sentido, aunque sea a tientas; o tal vez precisamente porque es a tientas, porque nadie lo fuerza.
Sal marina
Cuando habría tenido
que fijarme
en aquella muchacha
sentada al otro lado de la mesa
después de no pensar durante días
en otra cosa, o poco menos,
me distrajo un cristal
que ella había extraído del salero...
Parecía al principio
la clase de tejado que un niño
pondría en una casa pintada o, más aún,
una pirámide traslúcida,
los peldaños de un Machu Pichu en miniatura
pero tallado en lágrimas, no en piedra.Trad. J. D. Sea Salt: When my attention / should have been fixed / on that girl sitting there / across the table from me / after days of thinking of nothing but / or little else, / I was distracted by a crystal / she’d shed from the salt bowl / —first of all it looked / like the kind of roof a child might put / on a painted house and then more like / a see-through pyramid, / the steps of a miniature Machu Picchu / but carved from tears and not from stone.
3 comentarios:
Realmente precioso el poema, esa imagen de la lágrima. Muy bonito.
Un saludo.
Y esa imagen, Jordi, tan sugerente en su precisión, tan idónea para "posarse" al lado del poema", ¿de dónde ha salido? Buen aporte.
Precioso y ¡qué bien combinan!
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