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de paso
Tarde oscura, de nubes sombreadas por el vientre, plata y blanco entremezclados junto a lentas fisuras que lo mismo traen agua que luz. Paseo por el Muro mientras el viento riza las aguas plomizas, como de mina de lápiz, y demoro el regreso a casa pese a la amenaza de lluvia. En realidad, la lluvia está como flotando en el aire, pero tal vez sólo sea el salpicar de las olas o el temblar de los charcos que se forman sin sentir bajo la barandilla. No quiero volver tan pronto. Tampoco quiero pararme aquí, entre gentes que no conozco y que esta tarde, por alguna razón, no siento inofensivas. Como todo se mueve, yo también quiero moverme. Estar de paso a cada instante. Caminar, dejando que todo camine en otra dirección mientras miro. Es como si cada cosa huyera de la vecina, o jugara a evitarla unos instantes bajo la dirección incontenible del viento. Y entonces caigo en la cuenta: estamos como niños que esperan oír de un momento a otro la voz de su maestro, que juegan con ímpetu creciente y hasta con rabia porque saben que el recreo no puede durar mucho más. Poco importa si termina lloviendo. O si toda la ligereza de mis pasos no logra corregir, por más que lo pretenda, el espesor inquieto de la sangre, como si llevara una dosis concluyente de este mar aquí dentro.
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