Leo Bring Up the Bodies [Traed
los cuerpos], la última novela de Hilary Mantel (Glossop, 1952). Es un
error; debería estar leyendo Wolf Hall,
su «precuela», pero no logro dar con ella y no quiero esperar. No importa. Sé
que ambos libros pueden leerse por separado y disfruto con la idea de comenzar por
la bisagra, a la espera de ese volumen que complete la trilogía y que, por lo
pronto, se anuncia con un título más blando y previsible que sus predecesores: The Mirror and the Light.
Mantel, por supuesto, se ha hecho
célebre por ser la primera mujer en recibir dos veces el Booker Prize y por ser
el primer escritor, hombre o mujer, en ganarlo por dos libros consecutivos. Hemos
aprendido a no dar demasiada importancia a estos galones, pero basta leer el
arranque de la novela para intuir que aquí se dirime algo serio: «Sus hijas se descuelgan
del cielo. Él observa desde su montura…; caen, las alas doradas, la mirada
llena de sangre. Grace Cromwell revolotea en el aire tenue. Es silenciosa
cuando atrapa su presa, silenciosa cuando se desliza en su puño». Es septiembre
de 1535 y Thomas Cromwell, secretario de Enrique VIII, ha salido a cazar con el
rey; erguido sobre su caballo, sigue el vuelo de los halcones, a los que ha
bautizado con el nombre de la esposa y las dos hijas que perdió hace ocho años,
y percibe el final del verano en su piel, en los huesos, en la sangre que fluye
dentro y fuera de él cada vez que un halcón abate a su presa. La elegancia mortífera
de los halcones es una inversión del orden angélico y simboliza el desorden que
rige el bien común («todo el verano ha sido así, un motín de desmembramientos,
piel y plumas que vuelan»): desde que Ana Bolena es reina el mundo está fuera
de sus casillas y el viejo orden ha sido suplantado por la duda, la incerteza,
el miedo a lo desconocido.
Todo el arranque parece una glosa
de un poema de Ted Hughes: elipsis, frases cortas y ásperas, el sordo rugido de
las consonantes y las aliteraciones como un trasunto de la violencia animal. Mantel
deja que los ecos del viejo anglosajón campen a sus anchas desde el título
mismo: bring, bodies. Cromwell cree ver en los halcones al alma de sus hijas;
pronto se unirá a ellas como un cazador más.
La novela se abre con un tapiz de
fuerte carga simbólica pero pronto se despliega con la precisión de un
mecanismo de ruedas dentadas. Cromwell es el protagonista perfecto, el outsider que está dentro, el plebeyo que
ha logrado un puesto junto al rey y hace olvidar la humildad de su origen bajo
las ropas de una inteligencia paciente. Los tiempos son propicios y él lo sabe:
el orden feudal se desmorona y los grandes nobles se disputan un pastel cada
vez menor. Ha llegado la hora de los gerentes, de los administradores. El arte
de Cromwell es influir sin ser notado en la voluntad real, haciendo que Enrique
asuma como propias sus decisiones. Es un arte que exige percibir los cambios de
viento, mirar a largo plazo, y ese cambio, en la novela, es el miedo que la
ambición de Ana Bolena planta en el corazón del rey. Cromwell extiende su red y
pronto las víctimas se debaten como insectos en la melaza del chantaje y las
medias mentiras. Beria en la corte de Enrique VIII. No importa si los crímenes
de los que se acusa a la reina y sus amigos son ciertos o no; en realidad son
indemostrables, como el propio Cromwell admite para sus adentros. Su único
delito es interponerse en el camino de los nuevos deseos del rey; mueren porque
convivieron con él y saben demasiado. Las huellas de su paso por la corte serán
borradas; a los halcones que simbolizan la casa de Bolena les sucederá la
silueta del fénix.
La traducción española de Bring Up the Bodies se titula Una reina en el estrado. Supongo que
alguien en la editorial Destino lo habrá visto oportuno, pero el sintagma, además
de anodino, traiciona la potente fisicidad del original, la noción de que el
poder se ejerce sobre un cuerpo social y entraña castigo, reos, sangre; también
el reparto de los despojos bajo una luna que, como en el poema de Sylvia Plath
que Mantel cita a conciencia, «mira todo… desde su capucha de hueso». Quizá por
eso la novelista quiera, para cerrar su historia, un poco de luz, un espejo.
[Este artículo, publicado en el
número de julio-agosto (356-357) de la revista Quimera, es la primera entrega de una serie de columnas que se irán
publicando en la revista con periodicidad trimestral gracias a la generosa
invitación de Álex Chico y sus compañeros del consejo editorial. El lema de la
serie: Arenas movedizas. Su tema: lo
que pida el cuerpo… o la mente. La idea, supongo, es que hasta yo mismo me
sorprenda de mis asuntos.]
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