A menudo asocio ciertas traducciones a las imágenes mentales que presidían mi trabajo. Mi recuerdo de la traducción de
Los césares, de Thomas de Quincey, por ejemplo, está ligado a una calle de Oxford por la que pasaba ocasionalmente de camino a la Taylor Institution, hace exactamente diez años. Una y otra vez, mientras rescribía a De Quincey, primero a mano en la libreta y luego en la pantalla del ordenador, pensaba en aquella calle, me situaba en uno de sus tramos, retenía su atmósfera, su juego de luces y sombras: una calle patricia y silenciosa, de fachadas de arenisca con puertas pintadas de colores vivos y escaleras siempre húmedas donde los estudiantes recostaban sus bicicletas. Se trataba, sin duda, de un truco de la mente para guardar fuerzas y favorecer la concentración; una forma de prevenir distracciones y blindarme contra mi entorno inmediato. Sin embargo, ahora pienso que era algo más: yo estaba realmente ahí y realizaba mi trabajo en ese tramo concreto de calle; mi otro yo, a la búsqueda de una atmósfera más propicia, había terminado regresando a Oxford, tal vez porque allí había traducido a De Quincey por primera vez y una vaga superstición le vinculaba a aquel lugar. Yo era mi fantasma, y el fantasma era el traductor.
2 comentarios:
Hola, Jordi, es interesante lo que apuntas sobre la traducción. Yo he traducido a un poeta italiano contemporáneo y nunca he conseguido situarme, por eso creo que fracasé y guardo mis traducciones en un cajón, algo avergonzado de ellas, aunque releídas considero que no están tan mal. Tal vez situarse mentalmente en un espacio nos ayuda en esa difícil tarea de la traducción. En todo caso, yo creo que no estoy preparado para traducir, aunque domino el italiano y sé versificar, pero hay algo más hondo en la traducción de poesía que me causa, más que respeto, bastante pavor. Es esa incapacidad mía de "situarme" allí, hacer mía la cultura, el caráter, la voz del poeta. No sentirme un simple falsificador, sino hacer mío el verso, sentir que lo que escribo ha de decirse así y no mediante un sinónimo castellano, por ejemplo. Y eso que dices: hay que saber salir de uno mismo, y hasta hoy no he podido. Un saludo.
Yo te diría que no lo abandones ni lo descuides, sigue intentándolo hasta encontrarte cómodo en esa voz. Según lo veo, traducir tiene mucho de ejercicio dramático, un desdoblamiento de la personalidad que te permite, como en el caso de un actor, asumir otro papel, otra sensibilidad, otra voz, en suma. Una vez que la encuentras, es decir: una vez que sabes cómo quieres que suene el poema en español, todo va más rodado. Los problemas técnicos se convierten en eso, pequeños escollos que se pueden salvar con más o menos esfuerzo. Gracias por seguir ahí. Un abrazo, J12
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