lunes, 16 de marzo
Ayer
prometían frío y lluvia. Hoy solo tenemos frío, aunque la noche fue tormentosa
y las aceras están mojadas por la lluvia. Ha sido un paseo breve y a uña de
caballo, pero suficiente. La perra no estaba por la labor. Calle arriba, las
obras de Bailén –obras públicas– llevan detenidas más de una semana. Calle
abajo, los trabajos en el bloque de apartamentos de lujo que hace esquina con
Arriaza han retomado su viejo ritmo. Me pregunto qué clase de permiso habrá
conseguido la empresa constructora. Casi prefiero no indagar demasiado. Para esta
gente –ni para los albañiles que tienen empleados y a los que veo trabajando en
las alturas con la mascarilla puesta– no hay crisis sanitaria que valga.
La
visión del furgón de la U.M.E, la Unidad Militar de Emergencia, instándonos por
megafonía a no salir de casa. Como un camión de bomberos de rango superior, más
oscuro y blindado. Digno de un fotograma de Spielberg o de Nolan, pero sin la
distancia aséptica de la pantalla. El corazón no tiene más remedio que
encogerse.
Han
cerrado el parque del Templo de Debod; se acaba así la tentación de acercarse
al mirador y contemplar la mancha silenciosa de la Casa de Campo. Había algo
poco recomendable en esa contemplación. El impulso neroniano de ponerse lírico
y estupendo mientras la ciudad se enrosca sobre sí misma. Con la que está
cayendo, como para ensayar decadencias.
Paso
las horas leyendo artículos de prensa, columnas de opinión, explicaciones de
expertos y tutólogos varios. Está la necesidad de saber, claro. Y
también una fascinación malsana a la que no termino de resistirme (al fin y al
cabo, aunque nos duela y nos inquiete, estamos viviendo nuestra pequeña
película de ciencia-ficción). De ahí estos apuntes. Son mi modo de agarrarme a
lo real y no dejarme llevar por las especulaciones. Tomo partido por lo menudo,
lo trivial; lo que percibo en el estrecho radio de mi experiencia. Quizá de esta
manera eso mismo, en su pequeñez, me devuelva un poco de su luz.
Hablo
con José Luis, nuestro portero, y me dice que el autobús que lo ha traído desde
Móstoles iba vacío y parcialmente precintado: una cinta adhesiva que separaba
al conductor del pasaje, más presunto que real. Está enfadado, con razón: su
compañía –con el apoyo de nuestra inefable comunidad de vecinos, supongo– no le
ha relevado de su puesto. Añade que ha tirado de lejía «hasta aburrir». Lo dice
para darme tranquilidad, pero el punto de orgullo en su voz es inconfundible.
Sin
novedades en el frente del correo electrónico. Eso sí, esta mañana me han
llegado dos anuncios de Idealista.
3 comentarios:
La vida en la gran ciudad... sin la gran ciudad. Abrazo bien grande, Jordi.
¿Quién de nosotros al leer ciencia-ficción creería que en en un futuro inmediato estaríamos como estamos?
Es bueno dejar constancia, yo también lo hago.
Que pase pronto y bien.
Saludos
Mil gracias, Índigo, Isabel. Cuidaos mucho. Fuerza y ánimo. Un abrazo, J12
Publicar un comentario