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cielo / suelo
La explanada, con forma
de T, es breve y prolonga un pequeño parque que quiere ser francés pero se
queda en una mala imitación arruinada por la incuria o la falta de gusto de los
urbanistas: una extensión de arena mustia con un par de estatuas vulgares, una
fuente historiada pero sin agua, setos con forma de cipreses enanos… Sólo unas
hileras de castaños de indias, a punto de florecer, le dan algo de luz al
espacio, lo hacen más habitable.
En un extremo de la T,
restos de la lluvia de hace días: grava suelta, ramitas, trozos de ladrillo y
erizos de castañas, hojas sucias y migas de caucho de los coches que aprovechan
el abombamiento del trazado para aparcar o darse la vuelta. Es una constelación
oscura o invertida sobre el cielo negro del asfalto, la huella de un estallido
que tuvo lugar en secreto, cuando nadie miraba, y que ahora exhibe sus grumos,
su terca materialidad, con la rara simetría de lo que nació por capricho, disgregado
por el agua: todo gira y queda flotando para siempre en este negativo de la carta
celeste, este mínimo delta de formas dispersas que nos permite, una vez más, recordar
cómo es el mundo cuando no estamos en él.
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