Estábamos en Nueva York, en pleno lockdown. Habíamos salido de un
concierto en el que nos movíamos con total inconsciencia hasta que de pronto
nos dimos cuenta del peligro de contagio. Entonces la acción se trasladó a una pequeña
cafetería en la que buscamos mesa para dos. Solo ofrecían custard pies,
un mostrador entero de tartas de crema pastelera. Parece que nuestro afán por mantener
la distancia social enfadó a un cliente, un tipo astroso que se parecía a
Russell Crowe y que llevaba bombín y gafas redondas, como de timador o vendedor
ambulante en el Medio Oeste. Ahí el sueño volvió a derivar en violencia, como
tantas veces desde que empezó la pandemia: el tipo sacó un cuchillo de carnicero
y empezamos a forcejear y a dar tumbos por el local. Todo muy extraño: la pelea
cesó tan bruscamente como había empezado y el hombre se sentó en su silla y nos
habló con perfecta afabilidad. Entonces me fijé en que a una de las lentes le
faltaba el cristal y tenía, en su centro, a la altura misma de la pupila, una
mosca sujeta por hilos que salían de la montura. Solo una lente. La otra seguía
teniendo su cristal, que parecía velado o manchado por el uso. No podía apartar
la mirada de la mosca, que se debatía y agitaba las patas entre los hilos
negros. Una imagen de película fantástica (de ahí que volviera a pensar en Russell
Crowe). Y entonces desperté.
Aforismos del unicornio | 4
-
Lo existente naufraga continuamente en el sinsentido que lo sustenta. La
condena a la desaparición impide que fructifique una idea sobre lo que
acontece....
Hace 9 horas
1 comentario:
A veces, la palabra se desdibuja.
Cuidaros.
Publicar un comentario